domingo, 28 de noviembre de 2010

Clocks

Persiste la memoria en dibujos de relojes, en péndulos y cuerdas que cada día se mueven. En Londres saluda el gran Ben las doce eternas del meridiano de Greenwich y la mirada de los hombres se va a su muñeca izquierda... el tiempo se desdibuja en el eje que mueve horarios, minuteros y segunderos, y sólo unos pocos pueden evitarlos... sólo unos pocos pueden ser eternos...

La silla en que te encuentras te deja frente al reloj y tu corazón delator palpita a su ritmo; la conciencia te traiciona al sol de las cuatro de la tarde, culpa tuya es estar en esa situación de huir sin dejar más rastro que una nota de medio día perfecto, de doce cero cero y de esperar a que el tiempo pase.
Relojes negros y azules, rojos y violetas, de oro y de plata... pero siempre relojes que miden la vida, que manejan el tiempo y que no desaparecen, relojes de sol y de pila, de péndulos inmensos que sólo dejan al mundo posibilidad de verlos; relojes inolvidables de leyes de Murphy y relatividades, relojes que persisten...

Persisten los relojes que ves sobre tu silla, acomodados en paredes, y muñecas, y el que te avisa que la tarde termina... el sol que te deja sin vista mientras tu desespero se acentúa, como en crescendo de trompetas doradas y plateadas como los relojes áureos y argentados que tiraste en tu despedida. Siguen allí los relojes, aun cuando el mundo carece de tiempo que desperdicia sin cesar, sin pensar que estás en tu silla fumando lentamente un cigarrillo, desesperada del tiempo que no pasa y que sólo te indica las cuatro de la tarde en ese círculo vicioso que nunca se completa. Tu, impaciente, regresas a tu casa y no la encuentras, sólo hay un inmenso reloj que se desparrama sobre la silla en que estabas sentada a la mañana, sobre la mesa otro y otro sobre la cama, siempre desparramados, persistiendo en tu memoria. Un cuadro de Dalí.

sábado, 27 de noviembre de 2010

¿Cómo es la Soledad?

...Cuando abandonado estoy en medio de pensamientos confusos, de canciones que evocan recuerdos; cuando el pasado se presenta con una mirada intensamente penetrante, como la de los fusiles y los rifles, como la de la bala que mata al condenado; cuando la desesperación se aprovecha de las circunstancias y tergiversa aquéllos primeros (pensamientos), ahí, como dice Silvio, "vuelve a mi la damisela Soledad"...

La Soledad es una dama vestida de negro, muy elegante por cierto. Viste un hermoso manto que le cubre hasta los tobillos, sólo dejando sus hermosos pies desnudos sobre el suelo, o sobre el aire (porque gusta de levitar, dependiendo de la situación), como si fuera un abrigo con el que pasase desapercibida, invisible...(y muchas veces lo logra, porque la gente, incluso en soledad, no sabe que está acompañado de nuestra dama hermosa). Tiene su gabán una capucha (si ese es el nombre que recibe esa parte del abrigo que cubre la cabeza), para que, en caso de que la descubran husmeando en la intimidad de los sentimientos y reflexiones de la gente, no se pueda ver más que su sonrisa y...quizá en alguna situación de capricho, su mirada (que casi siempre se muestra alegre, disfrutando del dolor...o quizá compasiva, no lo sé).

Va siempre erguida y traviesa, juguetona, llevando atrás de si un cuerpo extraño, como un fantasma, que toma distintas formas dependiendo de la visita (como si fuese otra prenda de vestir, porque es bastante vanidosa): unas veces es la bufanda del olvido, otras, el maquillaje de la nostalgia otras, un sombrero (acá deja ver parte de su rostro-recordándome alguna foto o cuadro de una mujer muy sensual que lleva un sombrero y éste le tapa un ojo, pero que tiene unos labios perfecta e intensamente rojos- y su mirada aparece alegre, muy bien lograda) de picarezca alegría  y otras, las más de las veces en la vida de los analistas (de emociones, de reacciones, de sus propios comportamientos, a los que indiscriminadamente llamaré soñadores, por darles algún nombre), aparece con la capa de la melancolía, que aparece como una sombra, imitando su figura, al punto de que llegan a confundirse.

Cuando camina, lo hace de una forma muy elegante, a usanza inglesa o francesa del siglo dieciocho, con su cuerpo recto y siempre mirando hacia el frente, con aire que podría parecer, si se mal interpreta su mirada, casi arrogante; la verdad es que no es para tanto amigo lector, lo que sucede es que ella es bastante Noble (y digo noble, no en el sentido de ser humilde, sino en el de provenir de una nobleza) y es la manera en que debe comportarse una dama de la alta sociedad. Sin embargo es una Señora muy buena, no es una sinrazón el hecho de que algún gran escritor (que creo que era Wilde, pero no estoy seguro) dijese que en Soledad se ven las cosas tal como son (estoy seguro de que no son las palabras exactas, pero me interesa que se logre entender el sentido que tienen), ella, Ella, es una maestra en el arte de la observación y el análisis, pero le gusta que aprendamos solos, por eso se cubre y entra en silencio, haciendo que la gente piense que se encuentra abandonada, o liberada (repito, porque dependiendo de su vestidura puede ser algún motivo, que se expresa en la sensación de la persona que recibe su visita), para que así, como una humilde dama(a pesar de parecer contradictorio no lo es, porque, como representante de una alta sociedad, no debe trabajar, pero cumple su misión de una forma indirecta, es decir, a través de sus estudiantes que no saben que lo son ), cumpla con su labor que es enseñar la manera en que debe verse la vida y todo aspecto que a ella corresponda.

Describo a la Soledad así, para hacer una apología de esta tan hermosa y elegante dama que, de vez en cuando suele ponerse tras de mi, para inspirarme a escribir, pero que me ha dado la capacidad de mirarme al espejo y mirar la persona que soy y la proyección de lo que seré. Amigos lectores, hagan de la Soledad su amiga, porque ella siempre está cuando más se le necesita.

Versos sin sentido de pertenencia

Te invito a bailar un vals inmortal, para amarte como siempre te he querido amar. Y... si te niegas, moriré como los poetas mueren, de amor; de un amor tan loco como aquel que por ti siento, en el momento de pensar.

Déjame bajo el abrigo de la noche para enfrentar mis miedos, para sentirme solo, siquiera un momento, un instante sólo para ser yo mismo, por ese momento y sentirme eterno.

Y rompe mis sueños de cristal, esos tan difíciles de construir y tan fáciles de quebrar, para ser fuerte por la decepción y después poderte mirar, mirarte como sólo a ti quiero observar, desde el abismo de la depresión y la victoria de la verdad.

Mírame bajar a los infiernos y retar a Satanás a correr desnudo por la calle hirviente en vapor de alcantarilla, romper los vitrales de una iglesia y gritar como loco por el parque del conjunto; babeando y jadeando de alegría mientras me persiguen policías estancados en su mundo, ese mundo de falsas alegrías, de sentir poder y mirarse a sí, sin medir a quien, hablas sin pensar y tientas con pesar.

Te veré después, oh amor feliz, verme despegar, después de tocar, el fondo y cavar, en medio de la noche, con luz de farol, hasta desesperar; riendo como siempre, y yo, sufriendo como nunca, mientras danzas alegre lanzando cenizas al viento; y yo cortando leña verde, sólo para complacerte, mientras sigo descendiendo, para ascender luego y lograr ser inmortal. Entonces tu, hermosa como nunca y tan bella como siempre, me mirarás dormir, al fin, sin preocuparme de mi y de mi noción de ti, que, consumada, podrá quedarse o deberá partir.

Recuerdos de café.

Sentíase el aire frío de la tarde sobre las cabezas de las personas, entretanto ella miraba a la gente pasar al son el piano que sonaba sobre su mesa; el café estaba repleto y le había sido asignada la mesa que está debajo del lugar en el que toca la orquesta. Veía que la gente pasaba alegre y danzando por su lado, observaba el constante subir y bajar de las botellas y el desfile de meseros que iban con bandejas llenas y regresaban con copas vacías. El piano seguía sonando el son de la Cuba triste que se alejaba de su memoria como lo hacía la conciencia después de tantos tragos de vino tinto, siempre afín a su gusto, y seguía ella pensando la misma imagen de gente pasando, bailando siempre, que ante sus ojos se presentaba. ¿Por qué lo hacen?, se decía; ¿por qué razón todo ha de ser el baile?

Pensaba que inútil había sido todo lo hecho por salir de la tierra de la salsa, el mambo y el cha-cha.chá, porque de todas maneras esa música y ese espectáculo la perseguían, era imposible escapar a ella, sobre todo luego de todo lo que siempre tuvo que pasar: esas clases fallidas de baile, la resignación a seguir intentándolo después de mucho tiempo dolía y tocaba las fibras más sensibles de la poca conciencia que ahora tenía... La botella de vino descendía en su nivel y el piano hermoso y también maldito ahora hacía sonar al bodeguero, que recuerdos malos le trajo y sólo la inclinó hacia la botella para tomarla con odio y seguir trasegando...

Sentía la impotencia de no poder bailar y ver que todos los demás si podían. Se acercó al pianista con lágrimas sobre su rostro y contra el instrumento rompió la botella. Los trozos del vidrio oscuro dieron herida a bailarines y la sangre salía a borbotones de su mano. Su llanto fue más fuerte debido al silencio del café y a la cara de interrogante de los comensales; a su mente volvía La Habana y los poemas de Martí, la canción de Silvio Rodríguez era propia para ella y esperaba que ojalá pasara algo que la borrase de pronto. En ese momento la cegadora luz de que habla el cantante apareció y ella no fue vista más...

jueves, 25 de noviembre de 2010

Nasciturus

...Porque uno debería hablar del tiempo que transcurrió antes de haber nacido...

Habían pasado unos años ya, dos, tal vez. La lluvia caía y el aire de tormenta empezaba a volverse más concreto, cada gota se agrandaba hasta volverse tan fuerte como las rocas y la ciudad taponada amenazaba con caer. Cada suave movimiento hacía que las ideas se revolviesen: en ese momento empezó a pensar.

De aquel día sólo pasó por su mente una frase, que siempre le acompañará: "non est magnum ingenium sine melancholia". Con el paso de los días las ideas que surgieron de ese pensamiento llegado de la nada fueron decisivas para lo que llegaría a ser su vida próxima; el paso de los meses hizo que en su mente se formaran ideas sin título alguno pero de verdades inigualables, como el tiempo de ilusiones que luego avecinaría su corazón y el despertar de la realidad impura, siempre triste de no concretar, de desesperar en medio de la línea que separa al placer y el dolor, de odio a emociones que de afuera le llegaban. Escuchaba la carta de su padre a sus amigos y sentía en cada frase el espíritu que en ella se puso, experimentaba la misma sensación del escritor de aquella epístola y daba algo de esperanza a su futura vida; también llegaba a sus oídos la canción de Dave Mustaine y en su mente taladraba esa conciencia de perro, de siempre estar ahí... También asociaba el poema de Benedetti a la carta de su padre y comprendía que pensar en los amigos hace que "la calle del sol tempranero se transforma de pronto en atajo bordeado de muros vegetales", y pensaba en relatos sin título y canciones de WarCry que escuchaba, de repente, en los ratos de ocio de aquellos que la vida le habían dado. Antes de nacer ya pensaba y ya vivía, a tal punto que podía imaginar silencios de miedo inmenso, de desesperanza por voces hermosas que conocía y le hablaban de cosas que detestaba; hacía tratos con Benedetti y con amigas imaginarias para contar con él, simplemente, en vez de llegar a un número determinado, pensaba en los cambios de esa vida sin regreso que luego él debía asumir. Pensaba el corazón en valles destruidos y en la historia de un hombre a punto de besar a su amiga de nunca, a su amiga de siempre que se despedía a la luz de las estrellas de esa noche, pero que paraba en último momento para despedirse con un "adiós amiga, nos vemos después", mientras recitaba al desconocido Marcelo Javier Silva hablando de elecciones; un eterno "si tuviera que elegir" que le llevaba a discusiones más profundas acerca de la razón a la respuesta de cuestiones, pensaba en el eterno elegir en que la vida ha de moverse y entristecía...

A su amiga inexistente le declaraba su alegría, alegría de verla etérea y de haberla conocido en medio de sus vacilaciones invisibles y superfluas, como en ese momento él...Creaba cartas de amor erótico a trompetas imaginarias que se perdían en la distancia, confesaba su tristeza de no tenerla allí en el vientre para volver a sentir el suave ruido de sus notas, siempre brillantes, en el viento que da al mundo y contestaba a su amada amiga, amiga del alma que también era él un príncipe asulado, porque a su lado resplandecía y salía lo mejor de sí. Sentía al titiritero de la mente empezar a apretar las cuerdas en su interior y pensaba en eterno verano, aunque fuese invierno (bonita venganza para la tristeza que aquél genera, sobre todo si proviene de una frase miserable como la que ha de esperar un eterno enamorado, digamos Dante de su Beatriz...) y se reía de la posibilidad de un reflejo que habla a quien está al otro lado del espejo... a carcajadas pasaba las tardes al darse cuenta de lo absurdo que resulta no saber que el falso espejo (como el cuadro de Magritte) hace que sólo se vea la parte mala en la oscura realidad...

Descubría realidades al interior de ese vientre y reconocía la permanente huida en que vive la gente; salía a relucir que siempre ha de estar corriendo de verdades inevitables y soñaba con sueños de papel convertidos en ceniza, para liberar esclavos pensamientos que almas orpimen. Pensaba en sueños desgastados de tanto ser soñados y en papeles de mundos diferentes creados a semejanza de ideales irreales... y luego quemados a la sombra del lirio hermoso, flor de lis, flor de las heridas que se presentaba en su cabeza como salvación...Pero se transformaba en rosa en la luna creciente de la madrugada decadente y entonces escuchaba a Amado Nervo y no entendía cómo podía ser que no hiciese nada si una espina le hiere, sentíase como Martí, como "un león enfrenado" por la melancolía, que traía a colación a Silvio Rodríguez para tomar una bocanada de aire y esperar que el cinismo venza a la realidad que imaginaba: estaba mal y lo negaba... la vida se aproximaba y él se mentía... Pero era momentáneo el sentimiento porque luego deseaba tener amnesia y olvidarse del alma ahogada en las penas de imágenes imaginadas de cadenas de rotas ilusiones y pedazos de corazón raídos por las garras de la suerte; luego pensaba en tomar las armas y retomar el combate de la vida que acercaba, se veía soñador de pupilas brillantes de alegría, realmente tristeza con el reflejo del espejo inexistente, el verdaderamente sabio alter ego que, tras una mañana de invierno, le venía a despertar... Y así llegó al mundo

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Lamento campesino

Del pensamiento aquel que un día volara por los azules campos adornados por la luz, sólo puedo decir que sombras quedan y el verde ha vuelto a su lugar; el perro se ha ido ya y su fidelidad ha quedado, guardiana siempre del hogar. De los sembradíos sólo restos han quedado, mezclas de maíz y fríjol, de arveja y yuca que jamás habrán de volver a crecer; árboles en átomos volando y olor de pólvora mezclada con vidrios mientras el gato, bajo los escombros, da sus últimos maullidos: la muerte se acerca.

De los hombres trabajadores, que otrora jornalearan ya sólo cenizas quedan, en los menos de los casos, y bolsas negras, en los más de aquellos, esparcidos por la tierra, ahora roja y antes negra, empapada de sudor y de dolor, de desesperación, siempre olvidada. Los hombres que trabajaban ya se han ido, sólo han quedado sus hijos con ideas de ciudad, de mejor vida y estudios, ¿y nosotros qué?, si nuestro era este campo, nuestras las cosechas que de aquí sacábamos y los semovientes, que ya se llevaron. ¿Piensa acaso usted señor que sólo hay problema en la frontera?, ¿le parece que la situación está para armar la guerra?

Sinceramente le digo, que si sigue en sus fronteras, deba usted buscar ayuda, para la hambruna que acecha, porque lo que es el pueblo, cansado está de esta querella, ciega por siempre del pueblo que, aunque no quiera, se ve afectado más que cualquiera.

Quejumbre a la montañera.

Detrás de mi alegría quizá no notes la tristeza; aprendí a mentir. Y tanto aprendí que hoy me río descaradamente de tu dulce figura, de tu escritura rimbombante y tu adorno de piel...piel tersa y suave, adornada de perfume barato y morena por el sol de la montaña donde se encuentra tu casa, blanca de color, raída por los años; llenas de barro sus paredes y de barro sus tejas, que en su rojo descolorido por el sol quedaban los balones con que jugaban tus hermanos.

En mi burla cínica de tus costumbres existe un rencor predecible; no he podido superarte. Tan es así, que cada vez que te veo y se oye mi rumor en tus oídos hay un recuerdo que invade mi corazón; esas tardes de onces en la cocina, el café hirviente sobre la estufa de leña y el armario que divide ésta de la mesa del comedor, tu madre pasando la comida sin dejar a otros ayudarle (¡eterna terquedad!), la inanimada discusión sobre esponsales, dotes y matrimonios, tu silencio recalcitrante y mi fluida conversación sobre temas sin importancia; cada colación, recién horneada, bañada en las bocas con el café, tostado en tu casa, las tazas viejas y las ollas de barro.

Quizá en la blancura de mis dientes sientas el golpe luminoso de la blancura de los míos; aun te extraño. A tal punto lo hago que sueño cada noche con tu boca, dejada de cepillar muchos años atrás, recuerdo cada beso bajo el guayabo aquel en que te conocí, cuando, perdido por la colina, caminaba en el invierno, triste y vacío de la falta de motivos para tener una vida. En tal medida me haces falta que... de no ser por ti, no hubiese escrito estas líneas ni hubiese hecho todo aquello que hice, ni tendría razones para seguir con el tema de la enseñanza, de la lectura atenta y de mostrarte las letras, que aprendiste con presteza; con diligencia las letras fuiste acoplando y luego escribiste sonetos... siempre sin olvidarte de las costumbres.

Aunque me ría de éstas y sentida te encuentres de mi éxito, todavía me duele que, en aquel sembrado, dejaras tu vida conmigo por el hombre aquel de cuerpo esbelto y sombrero aguadeño, de camisa blanca sucia, como tus costumbres y tu dentadura, y de asadón pesado, como tu humor, dejándome en medio del éxito y la fama, sufriendo por tu amor.

martes, 23 de noviembre de 2010

Segundo centenario

Los doscientos años que sucedieron no fueron gran cosa, el sol de las nueve de la mañana estaba ausente y sobre su cabeza no había ya conciencia de lo que sucedía: doscientos años no llegan solos. Recordaba entonces momentos anteriores a su existencia para el mundo, momentos en que su vida corría en largos y tendidos juegos de reflexión cotidiana con un tinte místico, casi épico y deseaba que alguna vez pudiese volver a ese estado... Tranquilidad, se decía, eso hiciera falta, lastimosamente no es así.

Recordaba que al llegar al mundo lo primero que había hecho era reflexionar sobre un tema ya pensado, antes de llegar a él: la inspiración y deseaba con fervor el regreso de esa época, de la tristeza inmensa que sufría por salir y ser, al menos por una vez, feliz. Se daba cuenta que nada era la felicidad, que esa utopía soñada fue sólo eso, un proyecto irrealizable de un hombre que nuevo despertaba a la vida y era esa su mayor tristeza. El hombre salió a caminar por el campo solitario y recordó que, en este segundo centenario el tiempo se había perdido, que no pasó a más de uan reflexión de un hombre con su psiquiatra en una ciudad lejana sobre una bailarina: de la historia del amor del enemigo que allí está para salvar su vida; que había gastado mucho tiempo mirando al gato y darse cuenta de que, a fin de cuentas, es el rey del universo, con su trono de sillón y su sombra de esbirro, compañera eterna pegada a su piel. Muchos años recordó a Benedetti pensando la táctica y la estrategia para poder vencer al mundo y volver a sus inicios... Inicios de reflejos parlantes y de mundos a la espalda, como Atlas; de sentimientos encontrados y de introspección continua sin responder más que a su instinto y a su razón, sin personas que le vieran o juzgaran: una eternidad de quisieras que por su mente pasaban mientras sucumbía ante la felicidad que avecinaba, que venía de tiempo atrás, desde que al mundo llegara... Recordó después al perro, su fiel camarada por muchos años, y se dio cuenta de que, al final, el amor es de perros y de gatos: unos servidores de inalcanzables amos, que a pesar de los golpes allí estarán, sin importar el ser vapuleados, y otros reyes, desleales y amados, tiranos siempre, jugando con las pasiones y sucumbiendo al instinto, sin pensar que el sentimiento puede ser una línea en que todos miran adelante, con alguien siempre detrás y... el perro se encuentra al final...

La luna venía de oriente y entonces, como la gente de ese lugar, la vio amarilla y tan cercana, que a su mente vino el recuerdo y la ilusión de poder tocarla con sus manos, de los años bajo ella gastados o aprovechados, y de un hombre que, desesperado, con el roto corazón, su vida acabó; a su mente vino el disparo, la chispa que salía de los brazos de aquel señor y su testamento ensangrentado, en el que elevaba una súplica a la luna, una oración para su salvación.

A pesar de todo lo malo y corto que hubiese sido su siglo segundo de vida, el tiempo le traía recuerdos de pensamientos que no morirían.

domingo, 21 de noviembre de 2010

La Luna amarilla

Luna amarilla de noche bogotana, a ti elevo mi súplica de amargo llanto y odio, de rencor y furia que invaden mi cuerpo. Te pido, ¡oh astro!, que acompañes mi lloro y seques mis lágrimas de corazón roto, de alma despedazada. Te ruego me salves de mi gran abismo, de la caída libre a este martirio y que de penas libres al que por ti clama. Luna amarilla ilumina mis fuerzas y dótalas de energía inagotable para levantarme de ese precipicio en que me consumo en esta noche de invierno impestuoso.

De sus brazos la chispa salió y, en un último respiro, la sangre se apoderó del papel que, amarillo como la luna aquella noche, escarlata quedó. Y yo, viendo que aquel hombre murió de amor, prometí que jamás vería la luz del sol. Ahora huyo de ella y me contento con rezar esa vieja oración, la del hombre muerto, que ya durmió...

sábado, 20 de noviembre de 2010

Como el perro

Me pediste que me fuera y eso hice. Luego te vi caminando de la mano con el otro, el hombre alto y fornido, de traje azul y rayas grises, de profesión distinta, caminabas con el rostro del éxito, de amores y dinero.

Y mi corazón sentía que a pedazos se caía, pero tu no lo sabías, porque la felicidad te atrapaba en un abrazo, de esos que jamas pude darte por mi forma de ser, pero que era sólo uno de esos tantos con que él te recibe cada mañana cuando paso a prisa por tu casa, de camino hacia el trabajo; me recuerda tu sonrisa el tiempo en que la luna te abrigaba y yo te dibujaba en el rincón.

De las cruzadas medievales me presento, hoy ante ti, oh princesa, sabiendo lo que siente un perro: el ser echado para que, al ser llamado, se vuelva contento. Voy a tu frente, cayendo, cayendo lentamente sobre tu sien, sin sentimientos, siendo el perro, el perro fiel que de tu lado no se marcha; vestido con armadura de cristal cortado, ensangrentada mi alma por el dolor que me inflinges... Pero no importa porque aquí estás, y yo siempre estaré para ti, regresando a tu llamado, olvidando qué me hiciste. Sigo siendo tu perro.

Quisiera

Como parte de mi vida, aguna vez quisiera
que te aventuraras entre el mundo,
ese mundo de quimeras
de amor eterno y absurdo.

Que me vieses alguna vez quisiera,
en una noche de verano un sueño
de noches de pálida luna, afuera
del patio con el dormido perro...

Un beso tuyo quisiera
en una tarde de luto,
mientras el árbol balancea
sus hojas y sus frutos.

De mañanita un lunes quisiera
verte sola y sin caprichos,
estar sentado entre tus piernas
y permitirme leerte un libro.

Leerte el libro quisiera,
el libro de mis fantasías,
 relatar la ardua tarea
de mi amor y cobardía.

¡Hermosa mujer!, yo quisiera
que me vieses esta vez,
mientras me siento a tu vera
recostado en la pared.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Táctica y Estrategia de Mario Benedetti


Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos

mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible

mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos

mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
ni abismos

mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple

mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites.

El gato

El gato miraba por la ventana, mientras que sus dueños salían, cargados de maletas y bolsas. La puerta se cerró y el silencio se quebró gracias al suspiro proveniente del sillón rojo de la esquina, que daba en un costado contra la ventana; una mancha negra se movía, el gato suspiraba.

La sombra que, gigantesca por la luz del crepúsculo se estiraba y se encogía, parecía la marioneta del negro felino que, simplemente con moverse, hacía que la silueta se deformara para disfrute del polvo y el silencio, y quizá de algún curioso que observase esa ventana. El gato, elegante, bajaba del sillón y se ubicaba sobre el tapete, sutilmente cada pata era seguida de su sombra, que, algunas veces, parecía como si bailara y otras, como si durmiera, el ahora bulto negro, como aterciopelado, se mantuvo estático por un instante, hasta que el movimiento volvió, de impetuosa manera por una pelota que rodando llegaba desde arriba; ahora jugaba con ella; la sombra no se movía.

De la sala al cuarto la pelota rodó al ser acariciada por las suaves patas, que asemejaban almohadas, cada rosado golpe hacía que la adrenalina subiese y se presentara la expectativa de no saber adonde iba, así como el deseo de retenerla, hasta el punto de abrazarla, de volverla tan suya, que el movimiento cesó, su magia se difuminó, su vida se extinguió...

Ahora el ruido de afuera atraía, la ventana era tan atractiva que era irresistible y no pudo más que sucumbir ante la belleza de la ahora naciente noche. Se sentó, observó la conducta de los humanos de allá afuera, se daba cuenta de que se parecían a su sombra y, al mover su cola y mirar que aquello que pensaba era hecho por ese humano, entendió: El sillón era un trono y él el rey del mundo.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Deconstrucción de la bailarina azul

-¿Por qué escribió eso, el cuento de la bailarina azul?
-¿qué quiere que le diga doctor?
-Bueno, explíqueme cuál es el origen de esa historia, es importante para su tratamiento.
-La bailarina. Debe usted recordar que ella era bailarina, siempre fue su sueño.
-¿Dice usted entonces que se refiere a una persona en específico?
-Por supuesto, siempre hay algo nuestro en cada una de las historias que creamos, incluso en aquellas en que pretendemos imparcialidad y salirnos de nuestra esfera de pensamientos para experimentar.
-Bueno, entonces, ¿quién es esa bailarina?, hábleme de esa persona en quien se inspiró.
-Es una larga historia, hay mucho por decir y muy poco tiempo, pero... a grandes rasgos es ella una persona que fue muy especial en mi vida. Como lo digo en la historia, fue un beso maldito de un hombre infame el que la hizo así.
-¿Así, cómo?, cuénteme.
-Bueno, así... como ella es, perversa, malvada, escondida bajo un vestido de cristal, como dice la canción; siempre atenta y perfectamente hermosa, sus ojos de negro color me traen el vivo recuerdo de su mirada, tan llena de fuego y de ternura que si usted o cualquier otro los viesen quedarían rendidos a sus pies. Tiene además ella una nariz un tanto extraña, aunque perfecta, que no le gusta, aparte de esto, tiene una cara angelical, dotada de unos suaves y delgados labios, de un precioso color rosado, muy tenue.
-Bien, pero, ¿por qué dice usted que es malvada y perversa, si es tan hermosa y tanto le agrada?
-Alguna vez se ha usted enamorado?, si lo ha hecho entenderá lo duro que es el desengaño, el saber que ha estado usted ilusionado con un fantasma, que entra por los ojos y se instala, como un parásito, en el fondo de su alma, haciendo que el ideal quiera verse real, mientras en la vida todo pasa de una manera diferente.
-Y... ¿Eso qué significa?
-Que mientras yo pensé que ella era perfecta, mientras estaba en búsqueda de su amor a la antigua usanza, mientras estuve influenciado por la escuela del romanticismo, escribiendo poesía a su antojo, olvidando todo lo que realmente importaba, ella estaba con otros, viéndome la cara, siempre haciendo que mi vida sufriera daños irreversibles. Me utilizó y no pude darme cuenta, por eso es mala, porque ella lo sabía y no fue capaz de decirlo.
-Me parece que juzga usted a priori, dígame, ¿cómo lo sabe usted?
-Doctor, estimado Doctor, si le dijese ahora, no tendría sentido continuar hablando de esto, así que, pase a la próxima pregunta.
-Está bien señor escritor. Ahora dígame, ¿esta mujer es realmente una bailarina?, porque me dice usted que ése fue siempre su sueño.
-Bueno, no lo sé, la última vez que hablé con ella estaba decidida a volver realidad ese sueño, pero no sé qué habrá sido de ella. En realidad no importa.
-Está bien, es usted quien decide hablar... y... ¿Por qué viste de azul?
-Es una buena pregunta Doctor. El color de su vestido se debe al día en que la conocí; llevaba un blue jean y una blusa de color azul que, al llegar al sitio en el que se ubica la cintura, daba la impresión de ser una falda, como las que se usan para el ballet, como esos tu-tu, que también era de color azul y que, además, se veía muy bello sobre su cuerpo al ser alumbrado por la luz de la luna de esa lejana tierra de la que venía.
-Entonces ella no vive acá.
-Así es.
-Y... Me habla de la luz de la luna, ¿tiene algo que ver con su escrito?
-Por supuesto, la luz de la luna es un recuerdo fundamental de mi idealización de su belleza, al recordarla para escribir, no puedo evitar nombrarla, es la atmósfera que se necesita para comprender cuánta belleza realmente tiene la bailarina.
-Ya veo, usted pretende crear una completa atmósfera, transmitir todo su sentimiento al lector. Pero, hay algo que me llama la atención.
-Pregunte.
-¿Por qué es usted el caminante?, siempre ha dicho usted en entrevistas que usted es ese caminante, ¿cuál es la razón de esto?
-Bueno, es mi venganza y mi condena. Le explico, es mi venganza porque al verla allí, en sentido figurado, con su vida acabada, como sé que ahora lo está, no pretendo caer en sus garras de nuevo, prefiero dejarla deseando la ayuda de alguien como yo, pero es mi condena, porque esto requiere un gran sufrimiento para mi, porque es alguien que marcó mi vida.
-Bueno, con eso explicamos su escrito y quiero que me diga usted si me equivoco al decirle entonces que ha usted escrito a una persona, la ha descrito y ha narrado una venganza, con una atmósfera que a usted le recuerda la belleza que tenía, por eso elige el color del vestido y las condiciones atmosféricas en que la conoció. Además, aunque usted no lo ha dicho, relata las emociones de esta persona si usted se vengara de ella, y además, aparece usted como vengador y condenado por los hechos que acaecieron mientras su enamoramiento duró.
Así es Doctor, no se equivoca. Bueno, se terminó el tiempo de esta sesión, por favor, mándele un saludo a su esposa y pregúntele si recuerda la noche en que nos conocimos. Sea usted muy feliz.
-Hasta luego señor escritor. (La puerta del manicomio se cierra y la pregunta queda en el aire: ¿Por qué habrá dicho eso?)

miércoles, 10 de noviembre de 2010

El primer centenario

Habían pasado ya Cien años, los cien primeros desde que empezó a contar todo esto. Cien años de desgracias, de alegrías falsas y de sueños; cien años de estar sin estar, de razones que se convertían en sinrazones a todas luces, luces de velas, luego de faros y ahora de bombillas de neón, que se apagaban a cada mañana en que la luz del sol, eterna siempre, revelaba nuevas ilusiones y esperanzas fallidas.

El eterno sol le despertó y sólo pensó en eso, el año de sus cien años (como magistralmente lo dice García Márquez) sólo importaba estar vivo y tener la conciencia suficiente para seguir viviendo de ilusiones, de inspiraciones sin cara de mujer, de amores y desamores, de cincos de Diciembre siempre tan nefastos y melancólicos, de extrañar a gente que hoy no está, pero que otrora estuvo siempre para él, de descuidos inútiles de graves consecuencias, decisiones extrañas, nunca esperadas por sus sentimientos, o sus pensamientos; de agradecimientos y consuelos de su alma desesperada para sus Alter Ego, de reflexiones en la alcoba durante períodos interminables de momentos de tristeza y de pensar como poesía a su persona amada. Cien años de puntos suspensivos en romances de tardes de lluvia pasadas en reconstrucciones de momentos de oscuridad sensacional, hechos evidentes en sueños infinitos de desesperación encerrados en encrucijadas traídas a colación por caminos alrededor de poemas tristísimos de Gonzalo Arango y Pablo Neruda, de lágrimas en el cielo que caen como lluvia sobre la ciudad en distopías generadas por el sueñode amanecer en casa ajena, siendo imposiblemente diferente de quién realmente se es; cien años de celos de Septiembre en cuentos de guerra, de hombres de gabán gris, bailarinas azules, composiciones de Haiku y ataques de esquizofrenia componiendo prosas de una amiga en la lejana Puerto Carreño. Cien años de dudas y mala suerte causadas por el destino de estar escrito mientras vive en el panteón que el lector habrá destruido cuando llegue a Octubre mientras la vida se acaba trasegando como condena a una vida que sólo ha de pagarse con la muerte, por la suerte de ser poeta fumando un cigarrillo que se escapa, como el amor por la ventana en una eterna espera, espera de de levantarse para cometer los mismos errores en una historia repetitiva.

martes, 9 de noviembre de 2010

Espera

Pensé que no volverías. Lo sé, tampoco yo lo esperaba, pero así son las cosas: extrañas siempre, llegando sin esperarlo. La sala era iluminada por el crepúsculo y ella se sentó en el viejo diván, tomó el café y prosiguió. Te extrañé, ¿sabes? Evidentemente no, contestó él, pero siempre pensé en que hice parte de tu vida, aunque ahora no importe. Ella se levantó y se sentó a su lado, a su oído le dijo, siempre me importaste, pero la vida da muchas vueltas para traernos de nuevo a quien es nuestro propietario. Se puso pálido, su corazón latía a toda su velocidad, la sangre se acumuló sobre sus pómulos y el nudo de su garganta se hizo gordiano, imposible de desatar...guardó silencio.

La vida nos da lecciones a su tiempo y la paciencia es virtud. Supe que has esperado desde aquel día y por eso la vida me ha traído hoy. Su caminar, imposible siempre, perfecto y estilizado, sutil, arrastró su cuerpo por toda la sala, como bailando un vals del Danubio, siempre azul, y lo posó en la ventana; ahora iluminado por la luna que se alzaba sobre la casa y la ciudad, su rostro se posó en su mirada, en esos ojos negros que recuerdan el ónix, en el brillo de los sueños que por su falso espejo (ver la pintura de Magritte para entender) pasaban, y vio su desesperación, la lucha de sentimientos que en su interior había; disfrutaba de él, de su humildad y su cobardía, le excitaba pensar que un hombre pudiese amarle tanto, a pesar del tiempo y la distancia, a pesar del dolor y el sufrimiento, a pesar de conocerla.

Una vez más fue a donde el estaba y le dio un beso, sus labios se abrazaron y ella sintió lo inútil de intentar luchar con esos labios, porque rendidos estaban ante su belleza; las suaves caricias de esos labios encendieron en su corazón un sentimiento de décadas atrás, cuando, aún sin conocer de las miserias del amor, se encendió una chispa, ahora adecuada, de ternura y compasión, de amistad infinita e idealismo perpetuo hacia él; entendió que la vida le daba una nueva lección y ella la aceptaba. Sus labios se despidieron y esos ojos negros brillaban como las estrellas, que caían sobre la sala creando una perfecta imagen de lo que debe ser el cielo, le miró fijamente y preguntó: Y si la historia tendiera a repetirse, ¿tu qué harías? 

El contestó: La verdad...cometería los mismos errores.

lunes, 8 de noviembre de 2010

El amor huyó por la ventana.

El bar estaba a meido llenar y él la miraba fijamente, mientras ella veía por la ventana. Ella se levantó y salió, caminando lentamente, mientras sus lágrimas se vertían en el vino. El amor huyó por la ventana.

sábado, 6 de noviembre de 2010

El cigarrillo

Sentada bajo la lluvia, tomó un cigarrillo y recordó esos días en los que, aún adolescente, aprendía a fumar. Lentamente sacó de su bolsillo el zippo de color plateado y con él lo encendió. De sus dedos pasó a sus labios y allí permaneció un instante, para volver a sus manos, porque la tos no le permitía seguir allí, posado en esos labios delgados y de intenso rojo. A pesar de las gotas, inmensas todas, el cigarrillo permanecía prendido, consumiéndose lentamente, sin esfuerzo y ella sentía las gotas recorriendo su cuerpo, llegando a todos los lugares, desconocidos para todos, a excepción de unos cuantos; acariciando cada poro, purificando su corazón, ya destrozado y sumiéndola en un estado de tranquilidad tal, que volvió a reflexionar, como no sucedía hacía mucho tiempo...

Dio una chupada al cigarrillo, recordando que debía tomar algo más de aire antes de llevarlo a sus pulmones y simplemente estar relajada, sintiendo cómo el tabaco se lleva las preocupaciones. Pensó en los sueños, en todo aquello que por su mente había pasado en tantos años, en el amor de aquél, que ahora se había ido y no volvería, porque la vida se lo había arrebatado. Recordó sus paseos por la montaña, allí donde pasara sus mejores momentos, a la sombra de los ricos, pero con la vista más envidiada de la ciudad. Pensó en los problemas afrontados y en las discusiones con los sabios: siempre hubo algo por aprender. Corrió con el cigarrillo, que aún no se consumía, bajo la lluvia, que se hizo cada vez más intensa y llegó al sitio donde todo había empezado, esa clínica, ahora abandonada, en la cual había nacido. Abrió la puerta y encontró al médico aquel que la había traído al mundo, un hombre ya viejo, de cano cabello y mirada triste, como la de ella.

El hombre, como por arte de magia, supo quién era y le dio un café: hacía frío; luego se despidió y se lanzó por la ventana. Ella, extrañada, lo siguió con la mirada y se fijó en la hoja de papel que había sobre esa cama, el catre horrible donde fuese bautizada por su estado de salud (vencer o morir, recordó) y leyó:

Que quién aquí nace, aquí muere y no es posible salir una vez que se ha entrado.

Entendió entonces que aquél médico quiso morir para liberarse, mientras ella se condenaba a su soledad. El cigarillo se consumió, dejando estelas de humo para ella, que ahora lloraba por no poder fumar.

El poeta

Simplemente estaba allí, sentada, mientras el silencio se posaba sobre sus labios, lentamente y sin ser sentido. El frío del invierno bogotano arreciaba y las pequeñas gotas pintaban siluetas sin forma sobre mi chaqueta; lloraba. Recordé los momentos que alguna vez fueron tan valorados y deseé su regreso, pero fue imposible, porque ahora ella miraba hacia otro horizonte y su mente estaba en frente de otros ojos, ojos de color azul, tan hermoso como el mar, como aquellos que siempre quise tener, y pude haber tenido, de no ser por la oscuridad de las situaciones... de mis ojos negros se despedían gotas de camaleón, que se camuflaban en las cuencas de mis ojos, en mis mejillas y rozaban los labios que ya no deseaban.

Intenté acercarme, mi deseo era generar alguna sensación para ella, pero su alma estaba tan elevada que simplemente encontré unos ojos que miraban al vacío, que penetraban mi mirada y la descuartizaban, llevándose lo mejor de mi vida y también mis sueños. Su mirada se fijó en el cielo y de su boca el humo de cigarrillo se despidió, para hacer que mis ojos se tornaran de escarlata, mientras mis sollozos se hacían más fuertes, rompiendo el halo de silencio que se había impuesto. La ceniza volaba y caía, poco a poco, a golpe de gotas de agua, que se hacían inmensos como la tristeza que me invadía, pero ella permanecía indiferente y yo, a su lado, muriendo lentamente. 

Por mi mente pasaban los recuerdos de las noches de luna llena caminando a su lado, esos poemas de suya inspiración y los sacrificios; sin embargo de nada habían servido y mi boca tenía un sabor a cobre. Ella miró hacía mi y vio que mis ojos salían de sus órbitas y que mi piel perdía su color, rompió su silencio y me dijo, en el último instante: A fin de cuentas si eras poeta, moriste por amor.