jueves, 29 de diciembre de 2011

Realidades

Con el tiempo, otra vez fuimos nosotros.

martes, 27 de diciembre de 2011

Delirios


Siempre habrá el miedo de otras voces
el miedo de otras voces

(Alejandra Pizarnik)

viernes, 23 de diciembre de 2011


No habrá flores
en la tumba del pasado

(Andrés Calamaro)

martes, 20 de diciembre de 2011


más allá de cualquier zona prohibida
hay un espejo para nuestra triste transparencia

(Alejandra Pizarnik)

Sólo una imagen


SÓLO UN NOMBRE

alejandra alejandra
debajo estoy yo
alejandra

(Alejandra Pizarnik)

El hombre de la guitarra

Una canción había sido la esperanza que lo impulsó a dejar todo atrás para volver a empezar, una canción suya y un hombre con una libreta, que jugaba a buscar ideas mientras caminaba. Fue él quien lo animó a llevar a cabo su plan de ir y conocer las maravillas de ese mundo que, pensaba por aquel entonces, no había sido hecho para él.

Los primeros días de viaje fueron duros, el hambre y la miseria los acompañaban a cada instante, una guitarra y un par de poemas eran su forma de sobrevivir. Largas horas que se arrastraban, como sus pies sobre el pavimento hacían que cada recuerdo se volviese más sagrado, mejor conservado. Muchas veces se enfrentaron al delirio de regresar, de anhelar lo que voluntariamente habían querido dejar atrás. Pero nunca se abandonaron a la vana esperanza, siempre una sucesión de acordes, una canción, o un par de versos, un poema, los volvía a traer al camino que iban haciendo a cada paso. Las noches, en cambio, eran idilio; la luz de la luna, que los acompañó las más de las veces, hacía que todo valiese la pena, que las imágenes más preciadas, una mujer de ojos negros y tez blanca, delgada, se viera mejor en la mente del músico; una casa tranquila, con cientos de libros y la estufa encendida, calentando el café que llena con su suave aroma la habitación en que duerme el perro sobre la alfombra, se sintiera cercana, para el poeta.

Con el paso de los meses las cosas fueron mejorando. Los clubes nocturnos fueron lugares en los que recibieron acogida, cantando, tocando y recitando. La gente se emocionaba y, de vez en cuando, alguna lágrima salía de los ojos tristes de aquellas mujeres, para después desaparecer tras el maquillaje exagerado que atraía a quienes dejaban algunas monedas sobre el estuche. Otras veces eran recibidos en casa de viejos bohemios de cuerpos desgastados por la soledad y la nostalgia de amores de una noche.

Una vez, luego de algunos años, mientras cantaban al medio día en la plaza de algún pueblo lejano, un hombre decidió contratarlos. Pasaba por allí, se detuvo y esperó a que la muchedumbre se alejara para dejarles algunas monedas. Pero hubo algo que lo mantuvo algo más de tiempo, hasta que los errantes empezaron a empacar sus pocas pertenencias. En ese momento les habló y les ofreció grabar su arte en la capital. Así fue como empezaron los conciertos, los libros, las entrevistas y la fama. Así fue como quedaron atrás las noches de luna y los sueños de conquistar alguna doncella errante, como ellos, por los cruces de caminos. Terminaron, del mismo modo, los días lluviosos y el mendigar un poco de pan y de techo.

Sin embargo, las ilusiones de aquellos días, los recuerdos del alejado pueblo, persistieron y se hicieron más fuertes, a pesar de ser felices, o tristes. Fue así como un día, después de tanto tiempo, decidieron regresar.

El recuerdo de ella era hermosamente triste. Le había hecho la canción más hermosa del mundo, porque era tan suya, que sentía haber dejado en ella su corazón. Aquella tarde se había arreglado y había tomado su guitarra, para acercarse a su balcón y cantarle, luego del crepúsculo, aquella declaración de amor. Estaba seguro de que existiría un futuro a su lado, de tardes sentados en la vieja silla que apuntaba hacia el occidente, punto en el cual verían correr las tardes cuando estuviesen viejos y no hubiese algo más por qué luchar, no hubiesen preocupaciones que afrontar. Ella estaba allí, en la salida del balcón, con sus ojos de ébano brillando como nunca, como siempre lo había imaginado. Ese gesto de amor puro que se presentaba en su rostro le hizo perder el miedo que hacía revolotear las mariposas alojadas en su estómago y cortó de raíz el nudo gordiano que había en su garganta. Fue así como, con la seguridad de amar, se acercó y cantó; sintió que su voz era más poderosa ese día, que era invencible y se entregó a la música. Pero ella ni se inmutó y, al darse cuenta, su corazón se estremeció, el nudo de su garganta le ahorcó y las náuseas se apoderaron de su ser. Sentía ganas de vomitar, sintió un calor infernal invadiendo todo su cuerpo, las manos se pusieron temblorosas y el sudor frío cubrió su cuerpo. Se estaba asfixiando en su propio cuerpo, en su propio amor...

Después de algunos momentos, en que la taquicardia estuvo dominando la situación. Vio cómo el hombre que había sido acusado de causar la ruina del pueblo, y que se jactaba de hacer lo que le venía en gana con todo y con todos, la abrazaba, mientras miraba por la ventana a su hermana de forma grotesca. Con el asco que le producía ese gesto, tragó saliva y procuró controlar su respiración, para evitar vomitar. Se escondió tras los árboles que rodeaban aquella casa y esperó para ver qué sucedía. Desde ese lugar privilegiado, ubicado al lado de la casa y con árboles de grandes ramas, subido a unos metros del suelo, vio cómo el hombre la besaba, cómo ella no tenía problema en verlo, porque, por supuesto ella lo había visto y escuchado, y le sonreía. Después, mientras el hombre se iba y ella regresaba a su casa, al pasar al lado del árbol en el que se encontraba subido, le dijo que no volviera, si no quería salir lastimado por su novio, quien no dudaría en matarlo si lo encontraba haciéndole la corte. En su mente corrió un río de recuerdos en los que vislumbró la verdad: ahora era todo más claro. Tantas veces haciéndolo esperar, tantas cartas ambiguas, tantas historias confusas: ella nunca lo quiso. Sin embargo él la amaba, como a nadie antes había amado.

Decidió abandonar el pueblo, pero dudaba, cuando se encontró con el profesor de la escuela que, como siempre, iba anotando garabatos y palabras en su libreta. Cuando lo vio, como si tras esos lentes que denotaban algo de ceguera a pesar de su corta edad, el profesor le dijo que deberían salir a recorrer el mundo. Había escuchado algunas de sus canciones y le gustaban, y él necesitaba de un compañero para su viaje, la aventura de su vida, decía. Le dijo que lo pensaría y el profesor comentó que al amanecer pasaría por la vieja casona, en la que su abuelo le había regalado su primera guitarra, que hoy llevaba al hombro. Así fue como empezó su viaje.

Después de tantos años, había regresado al lugar del cual jamás había querido acordarse. Luego de pasar por quijotescas aventuras, encontró la cordura en el mismo lugar donde la había dejado, en ese pueblo del pasado del cual había salido con la intención de no volver.

El pueblo estaba tal como lo recordaba. Las viejas casonas con sus grietas y sus fachadas sin pintar, que denotaban gran despreocupación por las apariencias. La gente, algo más vieja, pero siempre igual, la escuela sin terminar, que llegaron con la misión alemana que aspiraba a llevar la civilización a los lugares más recónditos, pero que por causa del clima no pudo más que empezar y luego se perdió, con la esperanza de regresar, alguna vez a tan hermoso lugar. Tras haber recorrido todo el lugar, y sus alrededores, dio con la casa de ella... Una vez más, sintió el peso de la historia y volvieron los recuerdos a tomar vida. Se paró un par de minutos y avanzó, la suerte estaba echada.

Caminó hasta la entrada y allí, en la banca que daba hacia el occidente, estaba ella, mirando el horizonte que él soñaba encontrar en ella, muchos años atrás. Ella, como si lo percibiese, se volteó y buscó su mirada. Sus ojos brillaban y, lentamente, se levantó, se acomodó las vestiduras y caminó hacia él. Lo besó en la mejilla y le preguntó por tantas cosas, que no sabía cómo responder. Hablaron hasta entrada la noche y él se enteró de que aquel hombre de aquella noche, el tipo robusto y calvo que estaría dispuesto a matarlo de ser necesario, según el recuerdo que tenía de las palabras de ella, la había dejado por su hermana y que, desde ese entonces, a pesar de que muchos habían pasado por sus aposentos, no había alguien como él, el hombre de la guitarra y la hermosa canción, que tuviese por ella sentimientos tan puros. Él le comentó que no la había olvidado y que su amor había traspasado las barreras impuestas por el tiempo y la distancia, empero, ella no era la persona de la que él se había enamorado.

Entonces se levantó y salió de la casa, mientras ella se quedaba sentada en la banca que daba al occidente.

Yo no estoy aquí

Yo no estoy aquí, y no es porque no quiera, sino porque nadie me ve. Cada mañana es una tortura; salgo a caminar y la gente que pasa a mi lado hace como si no estuviera ahí, quizá es que realmente no lo estoy, no tienen problema en atropellarme sin pronunciar palabra, en pisarme o pasar por encima mío, como si de algún objeto inanimado se tratara.

No estoy en algún lugar ni aún cuando grito, aun cuando me despedace contra el concreto de los postes de luz y las manchas de sangre adornen el piso con ese color rojo que me recuerda la época en que puedo decir que vivía. Acá no hay nada, nada lo vale, quizá por eso es que no estoy para ellos, porque este no es mi lugar.

Sucede que me canso de ser hombre, como diría Neruda, porque mi mundo no es el de los humanos, no es el de la gente que camina sin verme, que grita bajo la lluvia la maldición de no llevar una sombrilla. Mi mundo es la fantasía de morir con cada gota que cae para nacer en otros mundos, donde el cemento no es tan gris, ni la vida una rutina.

 Por eso, cuando las nubes se juntan para azotar la monotonía de esta vida, mi corazón se alegra y ya no importa si me pasan por encima, si me ignoran, porque en ese momento soy realmente yo quien está parado sobre mis pupilas, caminando entre las nubes y las gotas, que son clepsidras que miden mi imaginación.

La sangre que derramo sobre el suelo se limpia y las penas agonizan en los charcos, mientras en mi ropa mojada nacen sueños que regalo en cada escrito, en cada pensamiento, que dejo en todo lugar. Cada hombre, entonces, es un mundo al que quiero llegar, aunque sea hostil y no me acepte, aunque no me vea y me pisotee.

Cuando llueve, soy yo, pienso, luego existo, como diría Descartes.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Inalcanzable


Él la quería palpar,
pero ella era
audiovisual

(Isabel Escudero)

sábado, 10 de diciembre de 2011

Dos miradas

¿Era mejor antes, o ahora? Aún estaba ciego por la impresión, necesitaría de tiempo para contestarle.

domingo, 4 de diciembre de 2011

La realidad (Tu-Yo)

Yo, despierto entre las sombras,
Tu, dormida entre las palmas.

Yo pendiente de mis zapatos rotos,
Tu, rompiendo ropa nueva.

Yo, buscando mi mejor traje para verte
Tu, vestida con cualquier cosa para evitarme.

Yo, enviando cartas a tu casa
Tu botando sobres por la ventana.

Yo, jugando al indiferente
Tu, sin envidias, necesidades, ni sueños.

Yo, perdido entre las nubes de tu cabello,
entre tardes imaginadas contigo
Tú, cambiando de cabellera
cada mañana.

Yo, gastando mis esperanzas.

Yo, escribiendo poemas que no lees.

Yo, un fuego que se extingue,
Tu, las llamas del infierno.

Yo, soñando una mirada tuya, tras de ti
Tu, mirando a los que pasan.

Yo, sentado bajo tu balcón.
Tu, dando serenatas en otras casas.

Yo, jugando a que eres mía
Tu, jugando conmigo.

Yo componiendo acordes tristes
Tu bailando hasta el amanecer.

Yo, pensando
Tu, sintiendo.

Yo soñando con tu cuerpo
Tu, regalándolo a otros.

Yo, muriendo
Tu, viviendo.

Yo, solo, conmigo.

Yo, que no puedo conmigo.

Tu y yo, y esa nada de sentimientos que no tienes, que tengo y que no son algo, nada son, mi todo, tu nada. Silencios incomprendidos...
¿cuándo dejaré de soñar este sueño imposible?

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Poema para un fantasma

No queda ya nada en ese pasado
en ese futuro del que nunca hablamos
del que nunca haremos nada, siendo todo
nada, todo, adiós, vergüenza.

Déjame ver tu rostro,
recordar eventos no sucedidos
y cómo vuelves a desaparecer,
mientras me quedo esperando amarte
desearte, sentirte, adorarte,
arte...
Se acaba mi arte
entre las hojas de papel vacías
y mi bolígrafo sin tinta.
El verde me recuerda la esperanza
de la desgracia de quererte.

No. Hay algo más allá
de tu amor y tu deseo:
El profundo rencor de ser ajeno.

Quiero adueñarme de tu futuro
para tenerte en el pasado
sin tenerte, anhelando la noche
llorando la ilusión de estar sin estar.

Yo sentado
esperando a que nunca llegues.

Tu esbelta figura
jardín de las delicias
del fin del principio
de las sinfonías de mi alma
del ánimo quieto
de las ganas imaginadas
de volver a estar ahí
en la nada.

Tu voz ronca con tonos oscuros
tu mirada impávida de ojos hermosos
tu tiempo sagrado perdido en ilusiones
tus sueños rotos por realidades
tu silueta, siempre imaginada
en recuerdos vagos, inventados
de mis noches de agonía,
en mis muertes de cada día.

La casa vacía que cruza
tu mirada y la mía
nuestras almas reunidas.

Tú con tu orgullo que no te permite hablar
yo con mi timidez de silencios sepulcrales
diez años antes y diez años después.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Reminiscencia de un amor imposible

Cuando le invitaron a la reunión de egresados, pensó dos veces su asistencia: la primera vez, porque nunca fue tan sociable y posiblemente, al llegar, nadie lo recordara, así como tampoco él recordaría a muchas de los que seguramente asistirían. La segunda, recordó que, a pesar de que aún se hablaba con la mayoría de sus amigos, no estaban todos en el mismo lugar desde que salieron, antes del grado, a darse su propia despedida. Finalmente se decidió a ir impulsado por esta segunda vez, pero, más aún, porque, desde que se había regresado al país, no había podido hablar con Laura estando frente a frente.

Laura no era una mujer con un físico escultural, tenía el cabello de color negro, ondulado, la tez blanca, de estatura promedio y unos ojos de fuego, de mirada penetrante, que siempre impactaban. Siempre le había gustado y, a pesar de que sospechaba que ella lo sabía, nunca se había atrevido a decírselo. Era esa timidez característica que le hizo siempre pasar desapercibido para muchos, esa que le había impedido explotar su potencial en todo ese tiempo, y aún en esos momentos, en los que estaba donde estaba por gracia de otros, que lo habían lanzado, que lo habían ayudado de sobremanera. Laura, en cambio, era la persona más sociable que conocía, su conversación era fluida y alegre, distinta de la suya, incapaz de mantenerse fuera del ámbito académico, estricto, investigativo y siempre con un dejo político que le había hecho ganarse uno que otro apodo que le molestaba. Ella era su complemento, pensaba siempre, o por lo menos algún tiempo.

La reunión fue tan aburrida como esperaba que fuera. Evidentemente no muchos se acordaban de él y era molesto tener que contestar a preguntas sobre quién era él, porque, a pesar de que tenía un cargo importante, siempre sucedía que la gente se olvidaba de él con facilidad. Como no había llegado tan temprano como hubiese querido, tuvo que deambular algún tiempo antes de encontrarse con sus conocidos, con sus amigos. Finalmente, en una mesa cerca de la ventana, los encontró, todos estaban allí, Santiago fue el primero en saludarlo y, con sus siempre atinadas bromas, le sacó una sonrisa.

Santiago nunca se desempeñó como profesional en su área, se había dedicado a escribir y así se iba bastante bien. Todos sabían, incluyéndolo, que su destino era la literatura y la filosofía, desde temprana edad había mostrado tener lo necesario para hacerlo. Era también un gran conversador y capaz de tomar una conversación sobre política y hacerla agradable. Andrés, en cambio, vivió y aún vivía a su sombra, puesto que se conocían desde niños y tenían los mismos intereses, pero Santiago siempre fue superior, incluso en hablarle a Laura.

En la memoria de Andrés siempre viviría ese momento en el que dejó de considerar a Laura su alma gemela. Se habían propuesto los tres salir a caminar y tomar un café, como le gustaba a Santiago, pero Andrés, que conocía mejor a Laura, propuso que fueran al museo, cosa que fue aceptada por los otros dos. Entraron en él y Andrés se quedó con la mirada fija en Los Amantes de Magritte, ese cuadro surrealista en el que una pareja se besa, pero sus caras no se pueden ver porque están tapadas con algún tipo de tela, que además cubre la totalidad de sus cabezas. Como si el tiempo fuese eterno, él se quedó allí, percibiendo la obra en todo su esplendor, pensando en tantas cosas que le generaba ese cuadro...

Al voltear, vio que Laura y Santiago se besaban. Su corazón se paralizó y tuvo que luchar con las lágrimas que trataban de salir, desesperadamente. Laura le pidió perdón, no era educado que se besaran delante de él, decía. Andrés dijo que no se preocupara, que no era nadie para impedir la felicidad de dos almas que se reencuentran, como es el amor para Platón, mientras en su mente aparecía esa imagen de Bioy Casares en el cuento En Memoria de Paulina, en la que el protagonista habla con Paulina y ella le dice "esa primera tarde ya estábamos perdidamente enamorados", refiriéndose a Julio Montero, un escritor que aspira a ser conocido; el personaje entonces siente que se aleja de ella y piensa que Montero es el personaje menos parecido a ellos, a menos de que se equivoque y realmente él y Paulina no tengan ningún parecido. Luego de eso, se despidieron, era un viernes, así que no se verían sino hasta el lunes siguiente.

Laura aún no había llegado, pero quizá sólo a él le importaba, los demás ya hablaban de lo que estaban haciendo en aquel momento, muchos habían tenido familia y trabajaban por sus hijos, Santiago escribía y contaba con algo de nostalgia las historias que habían quedado de las épocas de estudiante, otros habían continuado sus estudios y se dedicaban a la investigación y Andrés, por último, había decidido irse por el camino de la docencia, mientras que hacía uno que otro trabajo como asesor, cosa que le había valido el puesto en el gobierno que ahora tenía. Le molestaba hablar de ello, sobre todo porque no gustaba de la monotonía de la oficina y siempre quiso que le pagaran por leer, pero nunca lo había conseguido. Las anécdotas iban y venían, así como muchas otras historias, chistes, bromas y de pronto, sin que nadie la esperara, ella entró y se sentó al lado de Andrés, pero, a más del enrojecimiento en su cara y el palpitar rápido del corazón, no era algo sobrenatural que se sentaran juntos, al fin y al cabo que no soportaba sentarse al lado de Santiago.

Laura llamó esa noche algo preocupada, se escuchaba triste. Andrés le preguntó qué le sucedía, ella le dijo que se había quedado sin su Santiago. Él se sintió tan confuso como Mario Vargas Llosa escribiendo la trompeta de Deyà, en el fragmento que habla del divorcio de Julio Cortázar, nunca se esperó que la que consideraba la pareja perfecta fuera algún día a separarse. Tanto para Laura como para Andrés fue un golpe fuerte, ambos duraron un tiempo invadidos por la melancolía, mientras Andrés escapaba de la realidad tratando de olvidar amores perdidos e ilusiones rotas antes de nacer: siempre tuvo dos amores en la vida y nunca nada llegó a hacerse realidad.

Una vez, en una conversación con Santiago, le confesó: fue la monotonía, nos cansamos de ser siempre los mismos. De no ser por Camila, quizá estaría siendo infeliz eternamente con Laura. Andrés seguía confundido y se limitaba a escuchar, que era quizá lo único que realmente había aprendido hacer, más por su imposibilidad para hablar que por gusto. De todas formas siempre estuvo en contacto con los dos, pero no importaba qué tan cerca estuviese de ellos, porque serían inalcanzables, ella porque era una mujer hermosa, sociable y con muchos pretendientes mejores que él, Él (Santiago), porque era superior en todo lo que hacía, desde el saludo, hasta los trabajos, exámenes, amores. Vivía con la decepción acariciándole la espalda, pero era un dolor mudo, que no podía tener oídos que le escucharan, y esa era su más grande decepción.

Laura le preguntó cómo estaba, puesto que nunca habían perdido contacto y hablaban con cierta frecuencia, no había que ahondar en detalles o, mejor aún, sólo era necesario contar esos pequeños detalles que se escapan a las historias generales. Le dijo que estaba bien, y simplemente entró en detalles sobre ciertos aspectos de lo que habían hablado el día anterior por teléfono, como que en su trabajo las cosas iban bien y que había encontrado, por primera vez en muchos años, un café tan bueno como el que tomaban en sus tiempos de universidad, o le contaba del cielo de alguna de las ciudades a las que tenía que ir para dictar conferencias que pagaba la universidad en la que estaba trabajando.

A medida que el tiempo iba pasando, llegaba la comida, las copas de vino y, como el que ha sido, no deja de ser, al término de la ceremonia fueron a recordar los tiempos del bar. Una vez allí, muchos dieron rienda suelta a lo que quedaba de su juventud, tomando cuanto les ponían sobre la mesa y otros tomaban algunas copas. Incluso algunos salían a fumar como lo hacían en aquel entonces. Como, incluso dentro de los grupos de amigos existen ciertas preferencias de algunas personas por otras, la mesa se fue dividiendo. Los fumadores estaban afuera, los que gustaban de la política en el centro de la mesa, los filósofos, entre ellos Santiago, se fueron hacia un rincón. Estaban los melómanos, cerca de la barra, donde discutían y pedían canciones al barman y, luego de otros tantos, estaban Andrés y Laura de una mesa hacia otra, como siempre había sido su costumbre.

Ese día Andrés había recibido una paliza argumentativa en un debate con Santiago acerca de algún libro que dejaba muchas cosas para interpretar, parecía que las palabras se limitaran a buscar un medio para salir a decirle que estaba equivocado y el medio fuera la voz potente y llamativa de Santiago. Afortunadamente, ese vicio conciliador de Andrés lo había librado bien de la burla general y la humillación en que pudo haber terminado esa tarde. Sin embargo, al final, cuando se habían despedido y quedado en leer el libro para la semana siguiente en el café literario que solía organizar Santiago y en el que la mayoría de los del grupo se habían conocido, Laura le dijo que prefería su punto de vista al de Santiago.

Finalmente, compartiendo su soledad entre tanta gente, volvieron a hablar, después de todo se entendían muy bien, compartían esos secretos y esas ilusiones que no pueden más que contarse a pocas personas... El tiempo fue pasando y ellos fueron una isla en medio de tanta gente que hablaba de tantos temas.

Esa tarde le había llamado llorando. Una vez más las ilusiones estaban quebradas, como las de él, infortunadamente no quería hablar, así que la conversación fue tan corta que sólo cruzaron un par de palabras y un par de mensajes, para verse en algún momento. Llegado el día, tomaron café. Andrés no había almorzado, pero no importaba porque pensaba que ella valía más que su almuerzo. Charlaron toda la tarde y hasta entrada la noche, bajo el toldo y la luz de esa luna plateada que alumbraba sobre el café, y el frío soplo de Eolo que arreciaba por entonces, comentaron sus experiencias y a Laura le parecía que la vida se acababa, pero aún la esperanza estaba porque tenía un apoyo, un hombro en el cual dejar la decepción para volver a empezar.

De tanto hablar y pasar por tantos temas, llegaron al pasado, y con él, las ganas de caminar se apoderaron de los amigos de años atrás, un camino de nostalgias y melancolía se aprovechaba de sus palabras y las enfocaba hacia algo que en algún momento deberían afrontar. Le preguntó si sabía que gustaba de ella, respondió que si, o por lo menos que lo intuía. Luego hubo silencio, la lluvia empezó a caer despacio, con la dulzura de la brizna. Después fue más fuerte, pero no importaba, porque en sus cabezas aparecía André Bretón gritando que eran un destino y no tenían tiempo para respirar, tampoco para detenerse. Un semáforo los detuvo y él rompió el silencio: ¿Y si la historia pudiese cambiar, te atreverías? Y ella contestó con un beso, mientras se marchaba.

martes, 22 de noviembre de 2011

Se desvelaba con el sonido del teléfono.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Recortes

Sucede que me canso de ser hombre (Neruda)
alma mía
 y no olvides llevar tu cuerpo (Gonzalo Arango)
el poeta pregunta por Stella (Rubén Darío)
dentro de mi hay un león enfrenado. (José Martí)

Hagamos un trato
 compañera (Mario Benedetti)
una noche
 una noche toda llena de perfumes (José Asunción Silva)
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias (Porfirio Barba Jacob)
todo nos parece intrascendente (Fito Páez)

Yo no quiero volverme tan loco (Charly García)
y sin embargo (Joaquín Sabina)
La vida es una cárcel con las puertas abiertas (Andrés Calamaro)
y un mudo con tu voz y un ciego como yo, vencedores vencidos (Los Redondos)

Nena, nadie te va a hacer mal (Serú girán)
tendremos un hijo si quiere venir (Sui Generis)
¡Ay!, juguemos, hijo mío (Gabriela Mistral)
si una espina me hiere (Amado Nervo)

Quizá esta tarde divina de Octubre (Alfonsina Storni)
Dos cuerpos frente a frente (Octavio Paz)
Se escucha el canto
 de un hombre solo (José Ramiro Velásquez)
Pero hace tanta soledad
 que las palabras se suicidan (Alejandra Pizarnik)

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Vendo: zapatos de bebé, sin usar.

(Ernest Hemingway)

lunes, 14 de noviembre de 2011

La guerra y su tristeza

Afuera llueve, pero no puedo disfrutar de las gotas y el frío, hoy no tengo ganas. Tampoco puedo dormir para verificar si se duerme mejor cuando llueve, porque no tengo sueño. Hace días que no duermo, no porque no me sienta cansado, sino porque mis ojos no se cierran, o lo hacen sólo por unos instantes y hay un pitido en mi cabeza todo el tiempo: el sonido de las bombas deja secuelas.

Cuando esto empezó, a nadie se le ocurrió que podía durar tanto, del mismo modo, quizá por la confianza que hay cuando es uno quien empieza la guerra, que podríamos perder. Vi cientos de personas enlistarse, movidos por lo que llamaban el orgullo patrio, unos, otros por fama y dinero, por mujeres, o el simple sabor de la sangre en el acero y la adrenalina de arriesgar la vida. Con el tiempo, los desfiles por los héroes fueron disminuyendo y, casi en la misma medida, iban aumentando el alistamiento de reclutas sin su consentimiento; cualquier persona después de cierta hora, se convertía en héroe.

Las noticias hablaban de batallas ganadas y de un fin próximo para la guerra, sin embargo, era imposible ocultar la verdad, las casas empezaban a estar deshabitadas, los niños crecían sin padres, los intelectuales corrían al exilio... Sólo unos pocos lográbamos escondernos del honor de luchar por un país que tomó decisiones con las que no estábamos de acuerdo.

El tiempo continuó su camino y, de la nada, empezaron a aparecer tanques y camiones, soldados enemigos rodeaban casas y edificios, pueblos e incluso ciudades enteras. Se veía a los niños correr entre los escombros, buscando algo con qué jugar y a las madres, haciendo lo mismo, buscando qué comer. Ya las noticias no mentían y el gobierno enviaba lo que llamaba su "última esperanza", el cuerpo diplomático, o lo poco que quedaba de él, puesto que muchos habían partido hacia algún otro lugar del mundo cuando todo empezó. No resultó. La rendición y el cese de hostilidades no era una opción, ni siquiera para ser tomada en consideración. Los gobernantes huyeron y, hasta donde supe, puesto que con el paso de los días los medios fueron intervenidos, para después ser sacados del aire, habían sido capturados y llevados a muchas las prisiones del enemigo.

Sumidos en la total anarquía, muchos se convirtieron en soplones, denunciando a quienes conspiraban contra la instauración de un nuevo gobierno, muchas veces con falsas acusaciones y pruebas, la situación lo ameritaba. Yo me limité a huir, a esconderme entre los escombros y cambiar de sitio todos los días, en ese tiempo era peligroso incluso estar con lo que muchos atinaron a llamar el nuevo régimen. 

En los últimos meses, cuando ya empezaban a hacerse los arreglos para la posesión del nuevo gobernante, di con un grupo de personas que, como yo, huía, pero que querían ser héroes, eso decían. Estaban bien informados y pensaban que la invasión acabaría en el momento en que el pueblo hiciera frente de forma pacífica ante el país invasor, el que ahora se adueñaba de nuestro suelo. Pensé que se podría creer de nuevo, que existía esperanza, así que me uní a ellos y, el día de la posesión, marchamos quienes quedábamos, unos pocos hombres, algunas mujeres y niños, muchos niños, que, al llegar corriendo a abrazar a los soldados de una patria distinta, fueron recibidos con el calor del fusil y el fuego de las granadas de fragmentación. Los cuerpos caían, uno a uno, mientras las personas, que ahora eran blancos de práctica de tiro, corrían buscando algún tipo de refugio. Quedaron algunas pocas fotos de recuerdo, incluso hay una mía, que me valió la entrada a la lista negra del ejército y el título de terrorista.

Ahora tengo una granada en la mano y pienso morir por una patria ya desaparecida, pero, incluso cuando no se tiene nada que perder, uno puede sentirse triste.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Distopía

Aquel era un tiempo imposible, no se podía amar.

martes, 8 de noviembre de 2011

Microcuento

Gustaba de dormir con niños para despertar con hombres.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Ilusión

Buscabas al hombre y te perdiste en su arte.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Corazonada

Tal vez porque no recordaba tu sonrisa, ni tu mirada de ojos negros y perdidos, no noté que volvías con la misma intención que en aquel entonces y no me percaté del peligro en el que estaba. El tiempo había cambiado algunas cosas en nosotros, pero jamás tocó tus largas piernas ni esa forma tan tuya de moverte, ese lento caminar que siempre te caracterizó seguía allí, después de veinte años. Saludaste a quienes recordabas con la misma euforia de los días pasados, con tus modales de viejo libro de urbanidad, con el carisma que forma parte de tu personalidad. Te acercaste a mi, tal vez sin recordarme, con el halo de misterio que siempre recordaba. Dijiste algunas palabras y luego te fuiste.

Te seguí con la mirada y vi cómo coqueteabas con distintos hombres desconocidos para ambos, lo notaba porque veía la inseguridad en los movimientos de los labios y el temblar constante de las manos de personas que jamás salen de sus casas sin sus esposas. De vez en cuando me percaté de que volteabas a mirarme, como si me incitaras a seguirte. Un par de corazonadas me hicieron pensar en seguir tu juego, había quedado herido aquella vez y no deseaba repetir la situación. Otro par de corazonadas y dejé de pensar. Me puse de pie y te seguí. Llevabas dos copas de champán y salías con dirección al balcón del gran salón, en el que estaban reunidos los más importantes líderes y empresarios; había también algunos invitados de gran importancia intelectual y, por último, estaba yo, que llegué por error y no buscaba algo distinto a escapar de la realidad y el pasado.

Salí y me volviste a hablar, recordamos tiempos perdidos en la memoria y miraste al cielo. Balbuceaste algo, no logré entender y me extendiste una de las copas. Otra corazonada. Recibí la copa y tomé, mientras veía que caminabas de un lado al otro, desfilando en tu vestido gris para las estrellas y la luna, siempre blanca, suspendida en medio del firmamento. Me pediste que bailáramos, sabiendo que no puedo resistirme a tus encantos. Me acerqué para darte un beso y pusiste tu dedo sobre mi boca, impidiéndolo, sentí algo sobre mis labios cuando lo retiraste, pasé la lengua por mi labios, sabían extraño. Después sólo respiré almendras.

Sentí una aguda quemazón, mi respiración se agitó, mi corazón aceleró, de mi frente caía el sudor frío y vi cómo me piel se tornaba azul... Debí obedecer a mi corazón.

martes, 1 de noviembre de 2011

Palabras suicidas



Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan.

(Alejandra Pizarnik)

lunes, 31 de octubre de 2011

Destino


No Tengo tiempo de respirar
Soy un destino.

(André Bretón)

miércoles, 26 de octubre de 2011

El ave en tu mirada.

Nos perdimos en las alas del ave que llegaba, escapando, por la ventana. Entonces jugábamos a amarnos y tu decías que ya no me querías, yo soñaba.

Soñaba con tu sonrisa y tus ojos verde miel, esos ojos con los que me mirabas indiferente, a veces, otras tiernamente, como si en tu mirada no fuese más que un juguete con el que engañas al tiempo que te miente, mientras mil lágrimas caen al agua, al centro de mis ojos mientras llueve.

Te extraña que no te escriba, dices, porque piensas que mi amor por ti no piensa, no vive: no sólo de la palabra vive el hombre y menos el cariño que siento.

Tu sigues jugando a que te llevo rosas,no ves que las rosas son hermosas por ser rosas, por no saberlo; y tu serás hermosa y amada aunque no te las lleve, aunque llegue mojado y llorando, evitando tu mirada. Eres hermosa porque te sueño y eso es lo que importa, aunque no comprendas, aunque te quedes en aquellas pequeñas cosas, como el aspecto de mi cara, de mi existencia triste y pura.

Yo, sigo pensándote y esperando a que comprendas que el amor es como el ave, vuela libre, se expresa de acuerdo con su naturaleza y no siempre es hermoso, no como lo esperas, no como lo entiendo... Es incomprensible, y tu te quejas, yo me siento y las lágrimas escapan con el rocío de la mañana, el recuerdo se queda y duele, como el frío en los dedos de tus pies cada mañana.

El ave baja y sigo perdido en sus alas, te pierdes en mi mirada, me pierdo en tu sonrisa, hermosa, blanca. El ave baja y la miras, y yo trato de encontrar el momento que buscabas, cuando nos perdimos en sus alas.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Bailarina


En su grandeza,
la bailarina azul
muere de tristeza.

Amor Iluso

Para Erika Salamanca…


Y entonces… esa fue la última vez que se vieron. Ella por primera vez dejó de sentirse querida y él por fin pudo dejar todo claro sin decirle una palabra. Sally sabía que algún día tenía que pasar y que sería Alejandro quien tendría el valor de hacerlo, pues ella sufría de aquél síndrome de cobardía y… cada que sentía el valor de despedirlo, se acordaba de todas las historias escritas, de los muebles que un día iban a llenar su casa y de las seguras lágrimas y peleas que vendrían si él se quedaba para siempre con ella. Empero, Sally, con el dolor trasegando su rostro y con la sombra del último beso, medio segundo que jamás fue tan eterno, por el significado que para ella tenía dejar atrás los sueños, las dudas, las ilusiones y las peleas; subió al autobús: Todo terminaba entre ellos.

Desde el día en que se conocieron, hubo entre ellos una chispa, que detonó en la mágica ilusión con que algunos definen al amor. Fueron semanas de regocijo e intensa felicidad, de paseos y salidas, de citas agradables acompañadas, primero de café, luego de cerveza, luego de comida, de besos y caricias por doquier. Días que se perdieron en el inexistente ayer y dieron paso a los conflictos, constantes peleas que hacían que sus ojos ígneos perdiesen su valor, haciendo que saladas gotas brotaran de sus ojos, rompiendo su corazón. Cada pelea un vacío interno que, pensaba, debía superar, debía ser sobrepuesta con la táctica de la indiferencia; su conciencia clamaba por algo de autoestima, por el orgullo que perdía cada día, en cada salida con él. Sin embargo estaba atada, indefensa ante su forma de mirarla, ante sus palabras, siempre precisas, perfectas y dichas con amor; ante su voz de contrabajo, ante su presencia desarreglada y su inteligencia ilustrada, inmaculada. En su mente mil batallas se libraban después de cada desengaño, pero al final, siempre el amor triunfaba y sentíase Sally una Teresa Kunderiana, siempre amante, siempre amada, pero, al final, indefectiblemente engañada.

Una tarde, luego de pensar que el amor triunfaría, Alejandro llamó. Como tantas otras veces, sobre Sally revivieron las historias, los muebles, las ilusiones; su corazón latiendo en un compás de seis octavos y allegretto, andante más bien. Pensó que llegaría el momento en que él decidiría el destino de los dos, puesto que jamás haría cosa diferente a seguir otros pasos, temía hacer su propio camino…

-Hola…
-Hola, ¿cómo estás?
-Bien, ¿y tú?
-Igual…
-Bueno, eso me alegra.
-Ajá.
-Quería decirte que nos viésemos esta tarde, si no tienes algo más que hacer.
-Claro, no hay problema. ¿En dónde?
-¿Te parece el parque en que nos conocimos?
-De acuerdo. Adiós.
-Adiós.

Allí, en el parque de la estatua, estaba ella sentada en la banca de concreto, leía un librillo con muchos dibujos. Él, al verla, caminó sin prisa, se sentó a su lado, miro alrededor y, tras ver el librillo, la saludó. Una vez más, Sally era presa de la emoción y sus ojos brillaban, como solía sucederle cuando él llegaba. A pesar de llevar más de una hora esperándolo, su rabia desapareció y una hermosa sonrisa esbozó. Entre tanto, Alejandro hablaba y hablaba, como solía hacerlo, mientras ella lo oía, pero escuchaba sus pensamientos, que, ahora, le decían que el final se acercaba… A pesar del tiempo que llevaban, de las cosas que habían vivido, ella sintió el más grande vacío, en medio de su pecho un agujero se formaba y el corazón bajó su ritmo, perdió su melodía: él ya no la quería. Sin tener en cuenta lo que Alejandro estaba diciendo, Sally, en ágil maniobra, hizo que su teléfono timbrara, fingiendo una llamada; contestó, aparentemente, y al colgar, pidió perdón a Alejandro y mencionó que era hora de marcharse, que lamentaba tener que irse y no tener tiempo, en ese momento, para él. Como si Dios hubiese intervenido, Alejandro repitió que necesitaba tiempo, que lo había mencionado un par de veces en los últimos diez minutos, pero que ella, como siempre, no le prestó atención. Sally confirmaba su sospecha y el vació se agrandaba… Se despidieron, con la promesa de verse al día siguiente, un sábado, por cierto.

El cielo estaba gris. La tenue lluvia que antecede a la tormenta comenzaba a obscurecer el pálido color que tenía la ciudad. Alejandro estaba en el café-bar y el cielo de las tres de la tarde, que más parecía de cinco p.m., trajo a Sally dentro de un bus. Con la chaqueta pintada de gotas de cielo, entró y se sentó frente a Alejandro, que tomaba una cerveza con sus amigos, a causa de quienes tuvo muchas veces que esperar horas interminables y tediosas. Alejandro, que había pensado en la mejor manera de hacer las cosas, le pidió que salieran, debían hablar solos, aunque ambos sabían que todos ya estaban enterados.

Mientras caminaban por calles y callejones que se volvían laberintos, iban hablando de todo el tiempo que habían vivido juntos, de sus buenas y malas experiencias. Alejandro pensaba en cómo no herirla y Sally imaginaba su reacción; ambos sabían lo que venía. De pronto, Sally preguntó: Dime algo, ¿aún me quieres? No, contestó Alejandro. Con el corazón en su mano, destrozado y desmoronándose con cada paso, Sally resistía a la inevitable sensación de llorar y dejar, con el dolor, su pena, para que algún artista pintase el desamor. Siguieron caminando y regresaron al café-bar, donde, luego de pagar la cuenta, Alejandro se ofreció a acompañarla a tomar el bus, junto con sus amigos.

Con su vista de águila, Sally vio tan vivamente las imágenes de su amor, que el medio segundo que sus labios se tocaron se hizo años, que fueron haciéndose trizas con los desengaños y la frustración. Se despegaron sus labios y subió al bus. Pagó y se sentó en la última banca, al lado de la ventana, con las lágrimas, arroyos de ilusiones, mientras veía que Alejandro prendía un cigarrillo, hablando con sus amigos.

domingo, 16 de octubre de 2011

El trompetista de Deyá



De rato en rato, oigo desafinar una trompeta.

(Mario Vargas Llosa)

Janis Joplin



Su voz de hierro mutilado nos ponía los pelos de punta,
y aunque no entendiéramos lo que decía sabíamos que era cierto
porque sólo alguien que dice la verdad puede cantar de esa manera.

(Rodrigo Soto)

viernes, 14 de octubre de 2011

Sabina



A ella misma le resultaba extraño llevar ya tantos años
 persiguiendo un instante perdido.

(Milan Kundera)

viernes, 7 de octubre de 2011

Quince minutos

Quince minutos son suficientes para que la vida dé un giro inesperado, para que todo cambie de forma que sea irreconocible una nueva realidad, en este lapso de tiempo sucede esta historia...

Hace quince minutos vi que un hombre se disponía a lanzarse desde el piso veinte del edificio más alto de la ciudad. Los medios, la fuerza pública, decenas de curiosos espectadores sedientos de sangre (me incluyo entre ellos) se agolpan alrededor del lugar en el cual habrá de caer si se lanza. Los abogados del dueño del edificio ya estarán pensando en lo que se dirá para no perder credibilidad y dejar de recibir ganancias por este suceso, en caso de terminar mal. Imagino que ya se estarán buscando pruebas de demencia entre los expertos; algunas personas gritan por medio de megáfonos, o procuran acercarse con cautela al hombre amenazante de terminar con su existencia.

Un hombre camina en medio del tumulto y, sin inmutarse por lo que sucede, sigue caminando mientras en sus oídos retumba la melodía de un grupo musical poco conocido, de esos que a nadie importa y por eso el encontrarlo es una aventura, y un gran premio disfrutar sus canciones; y es insultado por uno de los asistentes al que podrá ser el titular del periódico del día de mañana. El hombre sigue caminando, sin percatarse de que quien le grita es, quizá, alguien que tiene una necesidad enferma de ver la sangre correr (tal vez una de las personas que va a las manifestaciones por hacer vandalismo, y todos los días observa a las mujeres en la calle de forma que se sientan invadidas en su intimidad, o compra el periódico amarillista para ver las fotos de los cadáveres y reir, mientras disfruta de su café...). Prosigue, y entonces siente su caminar detenido por la fuerza de un brazo. 

Voltea y ve la sonrisa macabra del hombre que le grita lo inhumano de su paseo y falta de curiosidad (morbosa, por supuesto) y se limita a contestar que va abrazado a la tristeza, expresión que, como es de entenderse, no es comprendida y es respondida con un golpe en su mejilla. Lo que sigue es un silencio por parte del caminante y la gritería inmensa por el hombre que pretendió restar importancia a lo que podría ser la muerte de un hombre. El tumulto se une a una sola voz y exige que se explique; el caminante contesta que no pretende hacer mal, sólo ser indiferente ante una situación que no llega a los extremos de la anormalidad. Pero la gente que ve, vive en soledad, así que no es escuchado y, en su sed de encabezados y cámaras fotográficas, repotajes y saludos a todo el país, el hombre es forzado a recibir el justo castigo por su omisión.

De un momento a otro, vi cómo traían a un hombre y, a pesar de todo lo que hice para salir en los medios y dar mi versión sobre los problemas que incumben al país, no puedo evitar sentir una tristeza gigantesca por el hombre al que traen. He visto que no tiene nada que ver, ni malas intenciones, simplemente pasaba por allí y no se detuvo. Pero acá lo traen y al unísono se escuchan las voces que gritan que debe caer. De haberlo sabido, hubiese esperado a un real suicida y hubiese hecho lo que él, simplemente seguir caminando, en paz y sin la intención de ganarme un problema. Pero no valen las palabras, y siento cómo me alejan de la corniza para poner allí al tipo ese, que nada tiene que ver con mi intención, ni con mi problema. 

"Traidor indiferente es muerto a manos del pueblo: Vox populi, Vox dei

En la mañana de hoy el pueblo ha expresado su rechazo contra la intolerancia arrojando a un joven traidor de los valores de la república igualitaria, por no haber cumplido con su deber de rescatar a un compatriota en apuros. Se sospecha que la víctima deseaba morir por falta de ayuda psiquiátrica."

En medio de la conmoción que genera el hecho de que hayan tomado al muchado que va caminando, trato de mantenerme en pie, a pesar de lso empujones y subo, acompañando a la turba iracunda. Algo no me huele bien, la gente pide a gritos que sea lanzado, ¡por el hecho de no estar interesado en una muerte! No acabo de comprender, pero, si me detengo, quizá sea yo quien reulte arrojado desde arriba.

El piso veinte no tiene muchas cosas, por eso será que el hombre que se quiere lanzar lo eligió, pero ahora veo cómo la fuerza pública se abalanza sobre él y lo saca, a golpes. Piero de vista a la turba, me concentro en los uniformados que se alejan. Me escondo, camino despacio y, al llegar a las escaleras, corro, voy por un pasillo, dos pisos abajo y tomo el ascensor. Veo cómo suben al muchacho a una patrulla, que arranca intempestivamente y los pierdo de vista.... No sé qué pensar.

Siento el bolillo en mi cabeza y veo a dos hombres que se acercan a mi, y que me llevan fuera del edificio, hacia un lugar alejado de todo. Una vez allí, sin sentencia o proceso, escuchó el sonido de las armas que se disparan contra otros jóvenes: son estudiantes. Han pasado quince minutos desde que intenté llamar la atención en la corniza, ahora el tipo con el arma se acerca hacia mi...

miércoles, 5 de octubre de 2011

Del entusiasmo

Todo exceso es vicioso...




El siguiente no es un texto propio, es una reproducción de un fragmento de la novela "La Insoportable levedad del Ser" de Milan Kundera, extraído de la Edición séptima de la colección Fábula de Tusquets Editores, que se encuentra en la página 180, al iniciar el capítulo segundo de la quinta parte de la novela.

Como todo lo que se escribe, también este fragmento tiene una significación particular que, muy a pesar del autor, no podrá llegar a conocimiento de lector, puesto que la interpretación estará dada dependiendo de las circunstancias específicas en que se encuentre, tal como sucede especialmente con la literatura de Milan Kundera, en quien, desde mi subjetividad, he encontrado siempre un significado distinto a las palabras. La idea de esto es, por tanto, incluir un pasaje que para la situación vivida en estos momentos, pero también dejar al lector esa sensación de estar leyendo un texto que va más allá de una opinión, sino, manteniendo el espíritu utópico que se ha pretendido plasmar en el blog, dejar una breve historia, un pensamiento y, para el caso concreto, un homenaje a este gran escritor.


"A los que creen que los regímenes comunistas de Europa Central son exclusivamente producto de seres criminales, se les escapa una cuestión esencial: los que crearon estos regímenes criminales no fueron los criminales, sino los entusiastas, convencidos de que habían descubierto el único camino que conduce al paraíso. Lo defendieron valerosamente y para ello ejecutaron a mucha gente. Más tarde se llegó a la conclusión generalizada de que no existía paraíso alguno, de modo que los entusiastas resultaron ser asesinos.

En aquel momento todos empezaron a gritarles a los comunistas: ¡Sois los responsables de la desgracia del país (empobrecido y despoblado) de la pérdida de su independencia [...], de los asesinatos judiciales!

Los acusados respondían: ¡No sabíamos! ¡Hemos sido engañados! ¡Creíamos de buena fe! ¡En lo más profundo de nuestra alma, somos inocentes!

La polémica se redujo, por lo tanto, a la siguiente cuestión: ¿En verdad no sabían? ¿O sólo aparentaban no saber?"

domingo, 25 de septiembre de 2011

Sueños





Puede decirse que los sueños expresan la más honda profundidad del alma, aunque por otra parte sean extravagantes.

G. W. F. Hegel

sábado, 24 de septiembre de 2011

Relato

Había pasado mucho tiempo ya, más de una década, para ser algo más precisos, dejando, empero, la intriga desenvolviéndose en el estómago de aquel que esté leyendo. A pesar de todo lo que había sucedido, que, para este momento ya no importa, la alegría y la ilusión estaban como el primer día, fulgurantes.

Recién había vuelto a la ciudad, de la que estuvo alejado por motivos que no necesitan ser expuestos, no por sabidos, pero por indiferentes al desarrollo del episodio a narrar. Se había hospedado en la antigua casa familiar, en la que alguna vez pasó los días eternos de sus vacaciones, siendo niño. Por supuesto que no era ya la misma, de su familia no quedaban más que algunos amigos en ese lugar, que se habrían ido por razones que no tiene caso explicar y que siempre puede deducir el lector. Allí, había visto el pasar de las hojas y escuchado el ruido del riachuelo, como antaño; se había sentado bajo el árbol viejo, de tanto significado para él, por razones que no entenderían los lectores más juiciosos, y sintió lo mismo que la última vez en que estuvo allí: el inmenso dolor de tener que partir sin poder decir esas cosas, que no se explicarán aquí porque le quitarían la emoción al relato, que habrían cambiado su historia de forma definitiva.

Recordó el momento de su triste partida y la vida no concedida que había llevado desde entonces. Por cuestiones que no precisan, ni deben resolverse, estuvo en la vieja casona tomando café, conversando acerca de nimiedades, cosas poco interesantes y que no merecen contarse. Allí supo de la persona que, por razones presupuestas para el lector, había hecho de su vida un caos, un desorden incontrolable que engañaba hasta al destino, volvía, regocijándose de alegría por los éxitos, que no se exponen por ignorancia, conseguidos.

Vagó por las calles, tan iguales, por su significado, que no se expone porque ya debe conocerse, y tan diferentes, por los cambios propios en los tiempos, de los cuales ya ha de tener el lector una idea, pensando en cosas que no pueden contarse, porque cada quien, como debe saberse, tiene locuras distintas dentro de su mente. Así, llegó a uno de esos predios que por causas desconocidas siguen siendo como fincas, allí, vio cómo un par de niños jugaban y, aguzando la vista, observó ese brillo de ojos marrones y, como ya debe suponerse, supo lo que pasaría. De todas formas, quizá porque no necesita explicarse, no hizo lo pertinente y continuó en su rumbo a ninguna parte, con esa sensación de culpa, que ya se mencionó, y que le persigue a cada instante.

Habiendo llegado, nuevamente, a la que fuese su casa, vio el vestido negro y los tacones, las piernas torneadas y la tez blanca, que ya debe estar imaginándose el lector a quién pertenecen, y entonces sintió el corazón tan acelerado que se le iba a salir,  el nudo en la garganta y su consecuente imposibilidad para articular palabra, las mariposas en el estómago y el sudor frío. Ella se acercó e intentó besarlo, él, sin saber qué hacer, sólo guardó silencio y se quedó quieto, como es normal en esos casos, teniendo en cuenta que ya debe saber el lector qué clase de persona es, ella, se queda esperando, él se mueve, ella baja su mirada, él también.

Y el final es un eterno retorno de lo idéntico, el hombre que no conoce su historia se condena a repetirla, y no importa qué es lo que sucede, porque se entiende que quien lee estas líneas ya sabe quién escribe.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Recompensa

Nadie esperaba que aquella vez callara, esperando la respuesta del contrario, del hombre sentado al final de la sala inmensa en que siempre se llevaban a cabo los concursos de oratoria. Quizá pensaría el mundo que callaba porque no sabía qué contestar, pero el silencio era la mejor arma, como se pudieron dar todos cuenta, cuando los conceptos se confundieron y no hubo quien los aclarara. El silencio ganaba...

Nadie esperó, tampoco, que esa noche bebiera. Todos celebraron el hecho de que tomara copa tras copa, mientras su mirada se fijaba en el vació inmenso que en ese momento era su cabeza... Su mente un laberinto que le perdía entre tanto conocimiento. Una amalgama de sentimientos perdidos y vueltos a encontrar, un fin de semana perdido entre botellas y cigarrillos y, en la salida, entre las paredes que se dibujaban en sus ojos, una sonrisa tan blanca como las nubes en verano.

Cada copa un nuevo rechinar de dientes, una mueca de asco y una voluntad de olvidar como nadie podría sentir; la impaciencia y la agresividad reprimida en el sabor del limón y la sal: tequilas que van y vienen. Nadie esperaría que saliera corriendo a buscarla, ni él, que, tan pronto como lo pensó, cayó desmayado de tanto alcohol en sus venas.

Todo para despertar en un lugar en el que quizá algunos, que no le tienen en buena estima, lo esperarían encontrar: un hospital, con ese olor de asepsia, de batas blancas y vidas abrumadoras. Su silencio no fue ya un arma, pero un escondite pudo ser. Un dolor acallado y un vacío estomacal producto del vómito y la indiferencia, la tristeza existencial.

Nadie pudo esperar que tomara el café para herir al médico y salir corriendo, luego de desayunar con pan y queso para correr tras una ilusión de años atrás, décadas quizá.

Pero, aún más increíble, es que alguien pudiese esperarlo a él, después de tanto tiempo.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Sobreviviendo


Me preguntaron cómo vivía, me preguntaron.
Sobreviviendo -dije- sobreviviendo.

(Victor Heredia)

martes, 13 de septiembre de 2011

Ojos



Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.

(Pablo Neruda)

domingo, 11 de septiembre de 2011

Belleza inalcanzable

Sabes?, quería dedicarte una canción, la más bonita del mundo, entonces lo valías. Quería contigo construir ese mundo que soñábamos mientras despertábamos de tantas amarguras que juntos pasamos. Esperaba escribirte largas horas y contarte las historias más hermosas, luego de hacer el amor, aspiraba a que fueses mía y yo tuyo, mientras leíamos alrededor del mágico fuego que habitaba en la chimenea; te amaba.

Te fuiste, y contigo desapareció toda mi esperanza, se fueron los libros, las hojas y las palabras. La casa se llenó de sombras y brotaron amargas lágrimas y crudos pensamientos; volaron los acordes y el silencio reinó. Mi mirada no fue la misma y de mi corazón no volví a saber. El tiempo se detuvo en el instante en que mi razón se perdió y Vesta se alejó de la chimenea, enfriando lo que alguna vez fue tu hogar. Fui consumiendo todo aquello que quedaba, caí en la bebida y dejé entrar las alimañas, para que alguien me esperara, en caso de volver.

Salí, sin ánimos de volver y, cada noche, a la luz de los bombillos en las calles, te recordé, con tu mirada cristalina y sincera, con tu cabello negro, como mi alma, y acompañado del más inmundo licor. Recuerdo que alguna vez te vi, lucías radiante, como una estrella que jamás alcanzaré... Y entonces lo entendí: no eras para mi. Caminé despacio y, con el frío citadino, calmando el ímpetu, pensé: sólo vivo por ti.

Espero que alguna vez leas esta carta, pues de mi no sabrás más.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Despedida

Entonces dormía con temor, quizá porque la vida en ese instante no era más que un continuo devenir de sensaciones modificadas por circunstancias que hacían de cada sueño una constante pesadilla, una tortura continua que seguía en la vigilia. Pensaba a cada momento en tu mirada fija en la distancia que había entre nuestras metas, nuestras ilusiones y el estómago se retorcía con tal fuerza que mi respiración se hacía densa y el nudo de mi garganta me asfixiaba e impedía decirte las palabras que esperarías que pronunciara...

Cada hora una eternidad en que las agujas de la pena entraban por mis ojos y llegaban hasta el cuello, haciendo que la tensión fuera parálisis, que la espalda se contrajera y el dolor, cada vez más intenso, alejara al sueño, concentrara el cansancio sobre mis hombros, cual Atlas ingenuo, como triste mártir del amor. Nada valían la música y la poesía, nada los cuentos ni los recuerdos... Recuerdos de días felices contigo, de días tranquilos en que mirábamos el cielo esperando las nubes con sus formas impensables con versos de Gonzalo Arango y música de Caifanes. No hubo ya un Silvio escribiendo sobre la piel, ni un Mario que quisiera contar conmigo simplemente, porque desaparecían mientras mi corazón languidecía con la indiferencia de tus ojos plasmada en mi conciencia.

Después dejé de dormir y sólo pasaba los días pensando en qué sería de ti, con el alma compungida, preguntando si te habían visto, o hablado, sin más respuestas que miradas vacías y mentiras piadosas. Luego ya nada valió la pena, tú te habías marchado, habías volado y yo, como un árbol, dejé que mis raíces me atraparan a este suelo, para no verte más.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Revolución


Revolución, Revolución, 
cantaban las furiosas bestias.

(Sui Generis)

Tergiversaciones


Porque me ven la barba y el pelo y la alta pipa
dicen que soy poeta..., cuando no porque iluso
suelo rimar.

(León de Greiff)

lunes, 29 de agosto de 2011

Utopía

En aquellos días las tardes eran interminables y los cielos tan azules, que las nubes temían ser vistas cruzando por el firmamento. El sol no bajaba sino después de mucho tiempo, para indicarnos que el fuego no se encendería por sí mismo y debíamos ir por leña. Recuerdo que siempre procurábamos ir los hombres por los troncos más grandes, mientras correspondía a las mujeres tomar las hojas y, como en tiempos de Roma, dar vida y mantenerlo existente. Cada noche era entonces tan fría, que solíamos sentarnos juntos y lo más cerca que se podía a la fogata, mientras comíamos alguna botana antes de ir a dormir.

El último viaje que hicimos, el que sería el mejor de todos, puesto que, quizá, sería la última vez que estaríamos todos en aquel mítico paraje, empezó con la recogida de la madera, no tenía muchas ganas de hacerlo, puesto que teníamos encima tres horas de camino y algunas más a pie. Empero, cuando se ofreció para ir por ella, no pude menos que sucumbir ante el encanto que siempre me había producido; desde hacía mucho tiempo me sentía enamorado de ella.

Mientras buscábamos hojarasca y algunos troncos, entablamos conversación. Se extrañaba de que jamás le hubiese hablado, pero le gustaba que lo hubiera hecho, porque gustaba de charlar con gente interesante. Perdimos un buen rato buscando leña que estuviese seca, puesto que no hace mucho la lluvia se había manifestado, pero fue una gran oportunidad para conocerla y establecer algo de confianza. Luego volvimos al lugar en que estaba la fogata y ayudamos a armar las carpas.

Habiendo caído la noche y, como era de esperarse, el frío era como de desierto, la fogata estaba encendida, repartíamos la comida y, para mi sorpresa, ella, con su cabello de ámbar, su piel bronceada y sus ojos cristalinos como el cielo de las cuatro de la tarde, se sentó a mi lado y me abrazó. Temía por su reacción al sentir mi corazón intentando salirse, pero nada sucedió, simplemente el abrazo fue más fuerte y, con la compañía de la canción de siempre, nuestros labios fueron acercándose, fundiéndose en un beso tierno y apasionado.

El día nos despertó con muestras de alegría sincera y amor puro. Evidentemente todos hacían bromas acerca de la noche anterior, pero no importaba, porque el tiempo y el espacio habían desaparecido y sólo estábamos los dos y la vida entonces se revelaba como un regalo que no se debía desperdiciar. La mañana pasó tranquila y las palabras bonitas, las caricias y los besos adornaban la belleza del paisaje.

Habíamos decidido volver a la ciudad, ya estábamos alzando todo para tomar marcha de regreso hacia el mundo real cuando, en mitad de la subida, ella cayó. Preocupado, dejé todo para saber cómo estaba, la tomé entre mis brazos y sólo pude sentir cómo su respiración se iba haciendo más débil, hasta que se detuvo por completo, dejando en su mirada un vacío que hacía que mi llanto sólo recibiera una indiferente respuesta.

Los médicos tardaron en llegar, el sitio estaba alejado. Luego de completar todos los trámites de rigor y de dejar su cuerpo en el cementerio que tanto odiaba, decidimos que no volveríamos aquel lugar, cuya magia se convirtió en un sino que dejó una huella gigantesca en todos nosotros. Mi vida no fue igual. Por una vez, una única vez, había conocido un amor correspondido y, en el momento en que haría mi sueño realidad, fue esa utopía quién impidió que se materializara, haciendo de mi vida una eterna obscuridad. Ahora sólo trato de olvidar...

jueves, 25 de agosto de 2011

Despertar

-Despierta.
-¿Ha sido todo esto un sueño?
-No. Esta fue tu realidad.
-¿Estamos muertos?
-Sólo vivimos un sueño.

domingo, 21 de agosto de 2011

Los amantes

¿Quién los ve andar por la ciudad
si todos están ciegos?

Julio Cortázar

martes, 16 de agosto de 2011

Verónica

Verónica despierta con la luna reflejándose en sus ojos, la ventana abierta y el viento frío le molestan. Se despierta y se siente vacía, con sus negros ojos y su cabello aún más, pensando en que quizá este sí sea el día en que todo cambiará. Su silueta, tan delgada y suave como brisa de verano, se desliza entre las cajas de libros, discos y papeles que conforman su casa. buscando aquí y allá palabras y acordes que le recuerden que vale la pena soñar. Toma un café amargo y una tostada, se ducha con esencia de nubes, tan fría que siente agujas en cada poro, y se pone la misma ropa del día anterior. No se peina, porque descubrió que no vale la pena ir en contra de su naturaleza y se despide del viejo gato que siempre llega a dormir en su balcón; un gato gordo y viejo, completamente negro y de ojos amarillos, que siempre observa con atención el cántaro roto que hay en su balcón, como si fuese un presagio...

Sale a caminar entre las ruinas de esa Atenas hispanoamericana, que se hunde en el esmog de la mañana y el ruido de gente sin más interés que seguir viviendo una existencia falta de sentido. Verónica mira alrededor y percibe la tristeza del obrero, que se levanta muy temprano y arriba a su lugar de trabajo con el amanecer, que está en su hora de descanso y apura la comida para desentenderse del mundo en un partido de fútbol con sus compañeros; siente el tedio de los niños que esperan el bus para ir al colegio, y la alegría de aquellos que deben atravesar la ciudad por sus propios medios para poder estudiar. También se ha dado cuenta de las miradas que le lanza, como si se tratara de un cazador, el anciano sentado en la banca que da a la plaza, pero no se ruboriza, ni siente algo: está inmersa en sus problemas.

En su camino encuentra jóvenes sin futuro ni pasado, vivientes del presente que se contentan con un par de monedas y mucho vicio; el olor la marea y le asusta ver que muchos de ellos andan armados, sin más sueños que comprar su perdición en una puñalada o un disparo. apresura el paso y continua, como si nada sucediera, mientras que de una camioneta, como si fuesen payasos que bajan de un pequeño automotor, salen más de diez personas con cámaras, micrófonos y cables: tienen la primicia para el noticiero de las doce, un viejo muere ipso facto ante la escena de un hombre asesinado por proteger a su familia. 

El sol de medio día no aclara su cabello, aunque lo hace brillar con tal intensidad, que se cuelan miradas envidiosas de mujeres rubias, tinturadas,  entre las ventanas de la ciudad. No importa nada, Verónica no distingue sentimientos, para ella no hay más que impulsos eléctricos que generan distensiones y contracciones en sus músculos, no hay un ápice de vanidad, o una mirada amorosa, sólo la fría expresión que ha fabricado su historia: La carta en la ventana el día de sus diez años, que se posa sobre sus recuerdos, volviéndole a mostrar la noticia de la muerte de sus padres; su vida en casa de su abuela, las lágrimas de ceniza que le consumieron su hermosa bondad y la convirtieron en indiferencia, mientras se cansaba de esperar. Sigue su camino y pasa entonces por los parques de concreto y de pasto sintético que siempre están vacíos, como el ímpetu de la juventud de su ciudad, mira al cielo y su estómago se contrae al ver un velo gris que se confunde con los edificios y los rostros de la gente, pero su mirada sigue igual. Verónica mira su reflejo en el vidrio de la tienda y entonces ve al hombre de su vida. No sabe quién es, pero está segura de que ahí va, y de que la mira. 

El hombre se acerca, cuidadosamente y ella siente, una vez más, a su estómago haciéndole una mala pasada. Su corazón acelerado y sus manos temblorosas la delatan, él se acerca y la intenta saludar, pero echa a correr y se pierde en la ciudad. Recupera el aliento y vuelve a su hogar. Entra y ve al gato en el balcón, que no para de mirar al cántaro, se acuesta sobre su cama, cubierta toda de libros, cierra los ojos y muere. Verónica ha dejado de soñar.

jueves, 11 de agosto de 2011

Fénix

Esa era su tristeza, un inmenso vacío que la hacía sentir que nada valía, que con él se iba su vida, su obra y su voz; la esperanza era, una vez más, abandonada en la tranquilidad de un sueño de lágrimas tibias que se enfriaban con el pasar de las horas y el correr de los recuerdos que merodeaban por sus cuerdas vocales, desafinando cada nota, bajando lentamente hasta su estómago, donde jugaban con los ácidos gástricos, provocando un cosquilleo tan horrible como la úlcera.

No importaba ya cuánto llorara, ni el número de veces que se repitiera a sí misma la meta de su vida, del año, o del día, de todas formas su nostalgia era tal que su fuerza se perdía en las fotos y en la voz del que ahora se iba, pidiendo un tiempo imposible de dar y un amor inexistente fuera de su imaginación. Su mirada concentrada perdía el brillo en cada carta, cada canción, cada mensaje y era desviada por cada llamada, cada cita. Sentía la impotencia de ser amada sin amar, de estar sola en ese instante en que le veía pasar por su lado, con su presencia arrogante, que a tantas atraía...

Pero, al llegar al límite de su desesperación y desear morir una vez más, al tener el cuchillo dispuesto para dar el corte final y sentir tras sus ojos el transcurrir de su vida, sintió que alguien la miraba. Sus pupilas se dilataron, luego se contrajeron y su tez palideció. Su corazón se aceleró y empezó a temblar... Su reflejo estaba quieto y fríamente la miraba; sin hacer nada, allí estaba cruzada de brazos observando el movimiento próximo de la mano. Pero nada ocurrió, las lágrimas salieron de sus ojos danzando sobre sus pómulos y, perdiéndose en el vacío inmenso que era la habitación en que se había encerrado en los últimos días, murieron. Comprendió que no era su valentía buscar la muerte, sino levantarse de las cenizas del amor, porque no hay nada nuevo bajo el sol.

Así, vio el amanecer desde su ventana y, recobrando esa energía tan suya, sintiendo que con sus lágrimas se perdían los desengaños, las mentiras y los malos ratos, se levantó fue dispuesta a dominar su mundo, brillando  como sólo ella lo podría hacer. Se convirtió en el Fénix.

lunes, 8 de agosto de 2011

Monocromático

Con la mirada perdida en el vacío de tus ojos, desperté de mi letargo. Cruzó por mi mente aquella desesperación, ya olvidada, de conocer la respuesta y no aplicarla, sentí el vacío estomacal que genera una suerte de inseguridad sobre aquello que se conoce y, más aún, se entiende, pero no se opta por dejar actuar. Así, salí del cuarto aquel, lleno de libros viejos que nunca leí, que siempre olvidé, y fui por las calles llenas de tristezas.

Caminando, encontré gente son rostro lejano, personas consumidas por sus preocupaciones, con sus miradas ausentes, concentradas en una nada sin ilusiones o colores, todos de cara gris... Gris como el cielo que se confundía con la vista de la ciudad que se perdía entre humo de cigarrillo y esmog, llamando a la melancolía. A medida que avanzaba por entre las calles y las avenidas, el tiempo se iba haciendo más y más lento, quedando atrapado entre los andenes y los hidrantes, con su rojo pálido y sus tuercas oxidadas; vi a los niños jugando en los parques y sus ojos fueron grises, de ilusiones vanas y sueños perdidos, de problemas familiares y traumas de colegio. Fue entonces cuando vi ese cabello café, pintado de rojo y el abrigo. Me acerqué, y entonces, de uno de esos claros que dejan las nubes en las películas, cayó un rayo de sol y vi cómo te volteabas, cómo venías a saludarme y me besabas. El mundo tomó color y vi entonces a los niños, otra vez, jugando. Sólo que ahora eran alegres y otra vez eran niños.

Caminamos, comimos un helado, nos miramos, hablamos, nos besamos y el mundo seguía tomando color. Luego, al despedirme de ti, proseguí por calles y pasajes, carreras y avenidas, y me encontré con un estante con espejo, vi mi reflejo y comprendí: no era el mundo, era yo quién estaba gris.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Silencio

De pronto la habitación se llenó de sonidos de toda clase: trompetas de circo, autobuses, motocicletas, personas gritando, aves, perros, gatos, murmullos de conversaciones. Cada paso dado dentro de ella conducía a una nueva experiencia auditiva sólo comparable a una mezcla entre casas de ópera, selva virgen y calles contaminadas de ciudades olvidadas. Sus ojos brillaban, puesto que, desde siempre, había deseado dar a su hiperdesarrollado oído un mosaico infinito de sonidos y frecuencias auditivas.

Con suave movimiento, su mano tomó el cabello que cubría una de sus orejas y lo puso tras de esta, empujándolo hacia atrás, luego, repitió el mismo movimiento con la otra. Cada sonido entraba entonces, deslizándose suavemente por los conductos auriculares, haciendo vibrar el lenticular, el yunque, el martillo y el estribo, para transformar esa onda en un impulso eléctrico que podía ser interpretado, dependiendo de su frecuencia, como el canto del ruiseñor, el sonido del pito de la fábrica, o una campana de la escuela. Cada sonido era disfrutado por él, mientras los huecesillos vibraban con tal fuerza, que poco a poco fue centrándose su escucha en sonidos determinados, y no en la sinfonía espectacular, amalgama de naturaleza y artificio que se hallaba en aquella extraña habitación, mientras su cuerpo perdía, lentamente, el ímpetu.

Poco a poco, mientras avanzaba por las paredes blancas, cada vez más lento, percibió una menor cantidad de sonidos. No escuchaba ya los autos ni las motos; no las aves ni los ríos. Escuchaba, quizá, el sonido de sus pasos, que trataba de hacer más fuertes a medida que avanzaba, como si fuesen estos su único puente con aquel mundo blanco de cuatro paredes. A medida que se acercaba, no escuchaba ya algo distinto de su voz; así, decidió gritar, tan fuerte que lograse salir de allí siendo guiado por él mismo. Pero, a medida que avanzaba, todo iba quedándose mudo, el aire escaseaba y se apoderaba de él una sensación de ahogo, de agonía.

Al acercarse a la salida, sólo escuchaba el leve susurro de sus palabras: Silencio... Encio... Cio... O... ... ...

miércoles, 27 de julio de 2011

Libertad III

Despertó y sintió, de pronto, que el frío de la mañana se acercaba con el ladrido de los perros y las gotas de lluvia que empezaban a caer. Con el sueño sobre sus párpados, que aún eran pesados, decidió a guardar aquel cuaderno con su medicina adentro, mientras sentía sobre sus mejillas la cálida lengua del can.

El día le vino encima con los rayos de un sol que se asomaba sobre las montañas, cayendo, suavemente, sobre el valle que aún estaba a unos minutos de trayecto. Con el agua sobre su cuerpo, nos despertó para proseguir, y llevó la delantera puesto que, al final, era ella quien conocía el camino.

Así fue como nos llevó por entre las piedras y las plantas, por debajo y sobre las cuerdas del alambre, de púa o electrificado, por entre el ganado, la mierda, los charcos, hasta arribar al río, luego de perdernos en la hermosura de los pastos; con la desesperación producida por el sol y el sudor de la mañana, llegamos, pusimos la carpa y hablamos.

Entonces el sonido del río, que habitaba en nuestras cabezas, se manifestó de una forma tan fuerte que nos atrajo hacia sí, haciendo que sus aguas se llevaran los problemas, purificando nuestras almas. Las palabras no fueron más que las hojas que la creciente arrastra hasta llegar al mar, o quedar a la deriva en medio de algún lugar desconocido, en el que no puedan dañar.

Mito y rito, ritual, ritualidad, decía, y de pronto estábamos cantando mientras charlábamos del mundo, la vida, la ciudad, la aurora y el amor, pasando por las plantas y la filosofía, sobre psilocibina y el proceso que siempre se ha de hacer: agua, fuego, tierra, aire, elementos base para ser, crecer y perecer en una vida que no es más que el bosquejo de la obra que no se va a estrenar.

Buscamos y sólo fueron tres, sólo tres sagradas plantas, aunque científicamente no lo sean, las que habrían de llenarnos y curar nuestros problemas, y ayudarnos a viajar, a elevarnos en medio de la hermosa obscuridad que sólo era alumbrada por el fuego de la hoguera y por el dueto legendario, Sui generis. Ella hizo el ritual, y nos dio a probar.

Sin que sintiésemos algo, salimos a volar, siendo tan livianos como el aire circundante y las subidas de tono la encontrar los resonadores, al limpiar, vaciando, las cavidades nasales y gozar, después de un rato, de la experiencia de estar bajo la tierra, viendo cada detalle bajo el árbol, para nacer y ver el cielo de la hermosa noche, en todo su esplendor. Después dormimos.

Y, en la mañana, mientras ella guiaba al grupo y tomaba la delantera, pasando por cercas, bosques, piedras que son gigantes que duermen en paz, llegamos al final, la última cima de la montaña desde la que gritamos que, después de dos jornadas, conseguimos nuestra libertad.

Libertad II

Me despido de ti
 con el ímpetu de fuego enardecido,
Con alma de tierra y aire pensante,
Agua blanda fortalecida y el sueño bajo la tierra,
Desaparezco, caminando sin cesar
Sobre el monstruo de piedra
Que entre las ramas se esconde.

Las estrellas me hacen olvidar
Todos los problemas, que se van
Se van, y se fueron, con el agua
El aire, el fuego y la tierra,
En místico ritual de enarboladas montañas
De ríos y quebradas, de cercas y de espinas.

Amores que se pegan a tu ropa
Y que deben ser quitados como tu angustia
En la panela y en el agua, calentados al fuego
Inflamados del elíxir de la vida. Mientras tanto
El fuego fortalece, al agua cura, el viento te eleva
Y la tierra te calma, porque sales del fondo
Y renaces como el árbol, que huye de sus fondos mágicos
Para volver a ser, siempre, y al fin:
¡LIBRE!