jueves, 27 de enero de 2011

El Milenio (Utopía Experimental)

La mañana le despertó con un ánimo de tristeza que invadía todo el mundo, con una tristeza sacra, una santa tristeza de un hombre que expía los pecados de su mundo. Lo absorbían las ganas de morir siendo el prisionero de los ojos de algún ente por fuera de su mundo...

Mil años no se cumplen todos los días, ni todos los años, ni todos los siglos, sólo cada milenio, por eso su tristeza era más grande, por la dama gris sentada acariciando al perro, con gesto de dama noble que enseña sin intervenir... Su soledad le agobiaba, porque sus historias no eran más que pensamientos. Su tristeza era más grande a medida que avanzaba con su perro compañero por los pastos verdes y amarillos, por las cercanas montañas y los páramos de muertes inesperadas. Su tiempo aparecía con vacíos extraños, no correspondían las cosas que pasaban, porque no pasaba nada, siempre pensamientos le asaltaban; las cosas no estaban en su sitio, pues el perro había salido de la nada, y el monstruo gato de la obscuridad, y con ella se habían ido ilusiones y esperanzas, y también el gato aquél, real o imaginario, en la noche o entre sus pestañas... ¿Había algo más allá?

El ruido de la tarde le despertó, con sus cláxones y pitos; ruedas chirriantes llegaron hasta sus oídos y la bruma citadina se hizo cada vez más presente. Despertaste, escuchó. La voz era familiar. ¿Te sientes bien? No, no estoy bien, ¿dónde estoy? En casa, tu casa, querido mío. La confusión se agrandaba, pues era él el hombre de mil años y no tenía más que un perro por compañía. ¿Qué ha pasado?, ¿no lo recuerdas? No, recuerdo que estaba en mi casa abandonada, con mi perro compañero observando el mundo que decaía a cada paso, a cada instante. Descansa, debías estar soñando. Tomó el agua de amargo sabor que tenía al lado de su cama, sobre la mesilla y sólo oyó su voz, descansa, descansa. Sus párpados se volvieron de mercurio, pues pesaban y bajaban tan despacio que todo se desdibujaba.... Quizá todo fuese un sueño...

El perro lamió su rostro, era tarde y el cielo pintaba de gris, argentado, perfecto. No llovía, pero los lirios habían cambiado y eran ahora rosas, rosas desalmadas que tenían nombre propio y obedecían a horrible sentimiento del amor... ¡No!, no más amor, gritaba el hombre, mientras la realidad se deformaba en botones que florecían del rojo color... Adrenalina brotaba de su corazón y las mariposas se estrellaban contra las paredes de su estómago, de su pecho todo y sólo podía pensar en esa voz, esa voz suave e inolvidable que bien valía pelear la guerra contra el olvido, esa voz algo grave que no salía de su mente le atormentaba porque era la más hermosa jamás escuchada. Debía huir, salir corriendo para escapar de ella, para escapar de la sonrisa que se dibujaba ahora sobre sus labios mientras las rosas florecían y los lirios decaían para dejarle la entrada libre a su mirada y poder ser el prisionero de sus ojos, que ahora lo perseguían.

Recorrió todo el terreno, que no era infinito y, de hecho, era muy pequeño. Desesperado, corrió hasta que lágrimas se desprendieron de sus ojos, llegando a su corazón esa horrible sensación... Lloraba, lloraba y sus ojos se apagaban. Descansa, descansa.

Abrió los ojos, de nuevo, y ella estaba acostada a su lado y lo besaba. Sentía la ternura de sus labios y la suavidad de su piel morena, y sus ojos verdes se estrellaban contra el negro de su triste mirada, que no sería más triste porque ella lo amaba, lo amaba de verdad. Le contaba ella de su espera, que era eterna, en los últimos tres años y noventa y cinco días en que sus ojos miraban al vacío, le contaba de los versos que leía para él en su extraño sueño, la música que interpretaba para devolverlo al mundo que ya no era hermoso por su ausencia. Comprendía todo, cada cosa, cada canción, cada poema, cada sensación, ¿Era todo un sueño?, no lo creía, porque era esa otra realidad, quizá algún mundo paralelo que era perfecto para él. Luego recordó...

Recordó que el mundo perdió un día todo su color y ya no fue más que una masa de estatuas y autómatas que simplemente existían. Recordó que ella lo había engañado un día y que había deseado a la tristeza y a la soledad, a la nostalgia y la melancolía para poder llorar, disfrutar de su dolor y empezar a mejorar. ¡Si!, lo había logrado, era ese el paso que había podido dar. Recordaba los cuentos de Bioy Casares, en los que todo es posible y tiene una explicación. Pero esto no, o quizá la tuviera desde lo paranormal, desde la posibilidad de trasladar su alma a otro lugar, como en El puente hacia el Infinito de Richard Bach. Quizá él tuviese razón, ya no importaba, porque el hecho era que había logrado llegar hasta allá.

Ella lo besaba y lo acariciaba, entre tanto el recordaba todo lo que había pasado, pero no importaba porque estaría dispuesto a cometer los mismos errores, porque no importaba la tristeza si a cambio existía un sólo momento de felicidad. De todas formas, nadie podría quitarle su lugar, porque allí no existía la discriminación de amar sin ser amado y la tristeza era sagrada, sacrosanta. Perdonaba el a las estatuas y robots y a medida que lo hacía, con las manos en oración, el mundo volvía a tener su color, su vida y su alegría. Te amo, dijo ella. Yo también te amo, dijo él, sin pensar en el eterno sufrimiento ni en la angustia anteriormente vivida... pues sabía que para él siempre habría un lugar en el universo, su Utopía Experimental.

miércoles, 26 de enero de 2011

Mundo vacío

Las palabras no salían y su desesperación era creciente a cada instante, porque el trabajo es el trabajo y se necesita pagar por todo, porque al final uno no escribe por escribir, sino porque uno debe tener con qué comer.

Dio un par de vueltas por la habitación y no encontró nada. Releyó viejos autores y cuentos olvidados y no sacó nada nuevo, estaba perdiendo su tiempo... Y después salió a caminar, pero no había nada en el mundo, estaba vacío y gris, como las tardes de lluvia en una cárcel, o como la risa de un payaso, siempre infeliz.

Continuó con su camino a ninguna parte, en la aventura de encontrar el camino a la inspiración, pero en el mundo ya no quedaba nada, sólo hombres sin rostros y mujeres calladas. No había en el mundo una palabra nueva o una pintura fresca, ni siquiera una canción reciente. El mundo era un vacío eterno y gris, y no existía la inspiración, así que volvió a su alcoba y allí se quedó, sentado frente a la ventana de un mundo distópico en el que no existe la imaginación.

El prisionero de sus ojos

El ánima se perdió en el brillo de sus ojos. Tan solo verla produjo en él una tranquilidad nunca antes sentida, como un sueño lúcido su vida se volvía... La amaba, la amaba tanto que su mundo fue el de los ojos de ella. Pero el amor engaña y ahora era su prisionero.

martes, 25 de enero de 2011

Discriminación

Discriminación es que usted no crea que esto pueda ser un cuento por el hecho de que no lo parece

lunes, 24 de enero de 2011

Santa tristeza

Su tristeza era magnífica, porque purificaba la felicidad insana de todos los demás, pero al mundo no le importaba que estuviese triste o que fuese un salvador, así que lo hicieron sentir mal. Tan mal, que renunció a vivir y así murió, sin más sufrimiento que su nostalgia y su melancolía. Al día siguiente el mundo se acabó.

sábado, 22 de enero de 2011

Noveno Centenario

La Penélope de Serrat despertó al hombre, cansado de estar. Un recuerdo imaginario de un Ulises que regresa a una industrial Ítaca donde su amada espera a otro, porque él cambió y ella se quedó en ese pasado de odiseas imaginarias que nunca sucedieron. 

El recuerdo de la tarde en que hablaron del tiempo ya pasado y el regreso de esas sensaciones, hicieron que la mente volara tan alto que todo parecía real, tan real como la bala que sale del cañón de algún arma en un barrio marginal, o en medio de una calle, avenida principal. La invasión de la imagen de la muerte y su belleza, iluminada por el brillo de sus ojos en la sangre que brota del corazón de un niño que camina, con simpleza, hace que la magia vuelva la herida sorpresa y las lágrimas sean de sangre...

Luego sigue la Soledad. La dama gris se presenta como el canto de un hombre que está aferrado a su beldad, a su amada soledad que le inspira a cantar. Y él, en esos versos de poeta desconocido, quiere unirse a su cantar... Cantar de gatos que aparecen a través de las pestañas en el brillo de un foco prendido en mitad de la noche, o quizá la ilustración de la locura en la amargura del odioso amanecer... Así fueron los cien años que siguieron al ochocientos, aunque hubo cosas que no entendió, porque el tiempo iba muy rápido, quizá demasiado para la relatividad, tal vez en exceso para oír un perro hablar, porque, después de todo los perros no hablan y él lo oía cantar, aullar a la muerte y la soledad del niño, del poeta, de la bala, de la mujer...

Y luego el recuerdo de una tarde de sube y baja llevado al extremo de la filosofía y la imaginación: la evolución de la vida en sociedad a partir de un juego y la búsqueda del rescatar al Cortázar que fue un niño, un niño grande, tocando la Trompeta de Deyá, siempre alegre e inesperado, haciendo ver que la vida no es más que juego.

Así llegó y se fue el siglo noveno.

viernes, 21 de enero de 2011

Sube y Baja

La tarde era perfecta y jugábamos en el parque, calentando nuestros cuerpos al sol, con la ternura eterna del juego. No importaba lo que estuviese sucediendo, porque de niños ni el hambre, o la sed, o la violencia nos pueden sacar del idilio del juego, de la euforia y la alegría en que estamos hablando, o mirando las nubes mientras subes, tocas el cielo, y bajas, para sentir el verde del pasto en su aroma único.

Las cosas se hacían etéreas, luego invisibles y sólo quedaba la brisa que acariciaba nuestros rostros, nuestro cabello que se liberaba al capricho de la gravedad, que ya tampoco importaba. Las horas se volvían minutos y cada tarde era perfecta, al vaivén del sube y baja, y las sonrisas que salían de nuestros rostros eran puras, como la felicidad de reír por reír, de vivir por vivir y continuar sólo para estar allí, una vez más.

Cada tarde de alegría, de sol o lluvia, de arco iris perfectos y agua sol hacía que nos reuniésemos en el verde piso natural, el pasto; y la sombra de los árboles en tardes acaloradas, de bochorno, que disfrtutábamos soñando con alcanzar el cielo en vida, que hacía que la rutina fuera aún más divertida, mientras nos mecíamos en los columpios tratando de que dieran la vuelta sobre su eje. Era ésa la vida, pequeños instantes que se hacían eternos y permanentes ante nuestras miradas de niños, ante la inocencia del desconocimiento...

El tiempo va pasando y nos olvidamos de que somos niños. Queremos crecer y ser adultos y poder tener un auto y manejarlo, y tiramos entonces nuestros autos de juguete. Ansiamos madurez y ya sólo queda el fútbol, el básquet o el Volley... Pero no los juegos, los juegos no, porque el Tío rico o el monopolio no son lo mismo. Jugamos éstos porque sentimos entonces lo que es tener dinero y es esta la prioridad. El juego queda relegado y las escondidas son para dar besos y para mostrar que yo sí puedo salvar la patria y no mis amigos y compañeros. Entre tanto, habrá algunos que siguen jugando, sin la intención de ser tal o cuál personaje, sin aspirar a más que el villano, por el simple hecho de jugar, de estar allí y hacer que la vida no pierda su sentido: lo rechazamos, lo rechazamos entonces porque ya sabemos la diferencia entre el bien y el mal y eso es lo importante, que yo me quede con la niña linda y a ti te metan a la cárcel, siendo el resto sólo acompañantes. Nos olvidamos del recuerdo, de la infancia sin sentido. Y entonces sufrimos.

Así fue como dejamos de jugar, pero allí seguía el viejo sube y baja, con su madera recién pintada y dispuesta para recibir la nueva infancia, que nosotros terminábamos sin agradecer, sin pensar siquiera en lo que sigue; sólo queríamos crecer. Ella siempre tan hermosa, con su mirada de ébano perfecto. El amor entró por la ventana impulsado por la brisa de ese viejo sube y baja. Y las miradas se cruzaron y nada más importaba porque estábamos creciendo, ya éramos mayores y yo quería besarte y tu no te dejabas, quizá porque no era apuesto y tu esperabas al príncipe del cuento que Disney nos vendió. O tal vez porque no estábamos listos para unir nuestros labios con verdadera intención. Igual éramos muy jóvenes, no sabíamos del amor, pero...¡Eras tan hermosa! Tan hermosa como la luna llena que se asoma, una vez por mes, a mirar a la ciudad. Entonces importaba hablar, y así era como temas de música de moda y ropa, de telenovelas y programas, del colegio y lo grandes que estábamos en cuarto, porque éramos los reyes del patio y sólo eso importaba, nada más interesaba.

El tiempo no para su curso, hay que continuar. Pasamos a la adolescencia, nos alejamos de la eternidad para caer en la cotidianidad. Importan los amores, falsos, pero amores para el espíritu infranqueable, impetuoso de la pubertad y ya no importa si tenés barros en la cara, o si el alcohol se prohibe a los menores de edad, porque lo importante es pasarla bien y besar a una chica, ahora más mujer. Quizá leamos, pero no interiorizamos y lo que digan nuestros padres vale gorro, somo jóvenes y lo sabemos todo, no necesitamos más que música y trago, también un par de cigarrillos y salir a vagabundear. La noche se convierte en una aliada y las fiestas importan más. La vida se reduce al polvo y a la horrible curiosidad, esa intención de probar todo lo que se atraviese, y nada más.

Te pusiste más hermosa, ¡ay, cómo te recuerdo! Con tus labios rosa y vestido de coctel. Quince fueron las primaveras que pasaron para ti, y para mi también, de alguna manera, siempre junto a ti. Recuerdo cómo terminó la fiesta, tus lágrimas cayendo al piso, inevitablemente idiotas, por aquel tipo. Sentí, tal vez por vez primera, esa dulzura de tu piel, la tersura y lo sedoso de tus dedos en ese abrazo. Lloraste sin cesar, porque él era tu vida y tu eras la mía y él sólo jugó, pero no por diversión, como jugábamos al sube y baja hace tantos años, sino por ese espíritu de competencia que justifica cualquier medio para evitar la indiferencia del hablar de los demás. Quise besarte y no me dejaste, porque él siempre fue el más importante y ahora estabas de luto por tu pobre corazón, roto por vez primera, en esa horrible y maldita primavera en que se convirtió esa noche sin luna, ese año de ternura y esa vida de ilusión. ¡El príncipe azul no existe!, recuerdo que me dijiste y sólo pude llorar escondiendo mis lágrimas, que arrasaban con mi corazón porque después de ti no fue más...

Seguimos creciendo, el amor dejó de importar; importa ahora la soledad. Luchamos por tener un buen empleo, por gozar al máximo la vida y lograr hacerlo con éxito. El alcohol dejó de importar tanto, ahora está la vida social para cubrir el vacío. El estudio terminó y hay que salir de la rutina. Varios trabajos, nada qué hacer. El tiempo pasa cada vez más rápido y empezamos las crisis a padecer. Después peleamos incansablemente para buscar a alguien con quien compartir esas abrumadoras tardes de Domingo. Lunas de miel que parecen interminables y duran más de un año, pura diversión. Luego sentamos cabeza y trabajamos, porque hay una familia qué alimentar, unos hijos qué educar. La vida cambia de sentido y no se mira un horizonte, sino a pequeños soñadores que miran al cielo, y disfrutamos al verlos subir al sube y baja, sintiendo la nostalgia de estar allí, sin entender por completo su sentido.

Fue así como aquella vez, cuando ya teníamos nuestras vidas, nuestras aparentes vidas, nos volvimos a encontrar en ese mismo lugar en que una vez nos conocimos. Tu llevabas a tus hijos y yo estaba solo, cansado de correr el mundo con la suerte de encontrar a alguien como tu, pero que me quisiera más. Te vi, sola también y llevabas una rosa, que, al saludarme, me regalaste. Desde que te vi esbocé una sonrisa, que fue perfecta al besarte en la mejilla. Hablamos y recorrimos el parque, el viejo parque que se mantenía igual: niños jugando o descansando a la sombra de ese árbol, mirando a las nubes; niños jugando en el pasamanos, padres orgullosos enseñando a sentir el fútbol, o el básquet, o el volley, a sus pequeños hijos. Grupos de pre adolescentes sentados en una silla, hablando de tele y productos, de música de moda. Estudiantes universitarios hablando de cambiar al mundo, con una cerveza en la mano y un cacho de marihuana. Profesionales ocupados, pasando de largo. Y luego tu y yo, eso nunca cambió.

Mi corazón recordó esa sensación de aquella vez en que, aún subidos en el sube y baja, me declaré. Tendríamos diez años y, por esas locuras del azar, pasamos allí unos minutos (no nos molestaban). Dijiste que no, porque aquel era tu príncipe. Con el estómago lleno de polillas que se estrellan contra un imaginario bombillo, recordé que en la nefasta noche de tus quince, también estuvimos allí, pero no había nadie, sólo tu y sólo yo, sintiendo la brisa fría de la noche, que secaba tus lágrimas y no te permitía llorar. La adrenalina corriendo por mis venas y encendiendo el invisible bombillo que se esconde tras mi frente, me llevó hacia las plazas vacías de la universidad. Te encontré y volvimos a casa, esa que era nuestra pero no lo era, porque nuestro espíritu seguía ahí, pero no la propiedad. Nos balanceamos en el sube y baja y discutimos con la anciana, preguntando si no era la edad algo surreal, diciendo que algún día había que cambiar y, empezando a entender que se nos acostumbra a olvidar. Olvidamos que fuimos niños y dejamos la diversión atrás, esa diversión pura que, después del tiempo, sólo se tiene al soñar. La cruda realidad nos cayó y sentimos la tristeza de verla a los ojos. Finalmente, el calor de tus ojos, encendidos con el brillo de ese verdadero amor, me recordó que tu y yo estábamos allí en esa tarde, alentados por la fuerza del crepúsculo que empezaba a decaer, para ser anochecer y dar paso a al amarilla luz de la luna. Entendiste que me amabas y que supe yo quererte como nunca se verá que se pueda a alguien querer. Me diste un fuerte abrazo y las lágrimas corrieron por las comisuras de tus labios, habiendo seguido los pliegues de tu no tan tersa piel. Entre tanto nuestros labios se acariciaban, sintiendo yo tu corazón al ritmo de mis latidos, comprendiendo el verdadero amor.

Después subimos al sube y baja y comprendí que los juegos no son de los niños, no solamente de ellos. Los juegos son de todos y para todos, no por la igualdad, ni por la racionalidad, sino por la diversión. El verdadero sentido de la vida es jugar, como ahora jugamos tu y yo. 

miércoles, 19 de enero de 2011

¿Gato imaginario?

El gato salió de la silla, persiguiendo al ratón imaginario. Su color, entre amarillo y naranja me asustó, porque miraba la pantalla del computador... ¿Sería un sueño? No, sólo eran mis pestañas y cabellos que reflejaban la incandescencia de los filamentos del bombillo fluorescente. Y, de pronto, se escuchó un maullido.

Soledad, de José Ramiro Velásquez

Se escucha el canto
de un hombre solo.

Reina en él
su soledad.

¿Quién sabe dónde estará?

Para unirme
a su cantar

Bala perdida

El disparo fue fulminante, pero la bala desertó del objetivo y se lanzó a las puertas de un mundo nuevo para ella. El niño iba caminando y ella lo acarició... el niño vio su hermosura y lloró sangre, del interior de su corazón.

martes, 18 de enero de 2011

Recuerdo imaginado (Balada en prosa)

Recuerdo cuánto te amaba, ¿sabes?, siempre fuiste un sueño mío. Recuerdo que en aquel entonces no era tu cuerpo escultural y usabas pantalones viejos. Viene a mi mente ese día en que dije que ese tipo estaba ebrio y me preguntaste si el ebrio no sería yo, a lo cual repuse que no bebía entre semana. Me acuerdo de tu cabello marrón oscuro, casi negro, corto, que llegaba como al cuello y ese brillo que alguna vez quedara en la chaqueta que te presté, porque tenías mucho frío esa noche y yo me creía un caballero. Recuerdo que era incapaz de mirar más abajo de tu cinturón; me conformaba con la línea que formaba el pantalón sobre tu vientre, no muy plano, pero siempre hermoso. Me acuerdo también de tus ojos negros y tu voz, con un ceceo raro que daba a tu aspecto de niña, de estudiante de colegio, un toque de ternura y simpleza, de sutil delicadeza en tus formas, al hablar, al moverte, al cantar o al calentar con tu violín...

Regresa a mi mente la imagen de aquel que no quería que tocaras, aunque nunca lo conocí lo odiaba, porque era antinatural que no tocaras, que no expresaras en tu arte la música que corre por tus venas. Recuerdo el camino por el que me acompañabas en las noches de martes y jueves, si mal no recuerdo, de regreso a casa, tu forma graciosa entre mi chaqueta y los ridículos del profesor, que hacía que cantásemos al viento; tus cuerdas sonando al aire y al compás de cuatro cuartos cuando tu maestra mandaba ir a los ensayos.

Y luego la noche de Soda Stereo y la educación musical, ¿te acuerdas?, salimos temprano porque había fiesta en esa casa y nos quedamos hablando hasta que tu mamá te mandó entrar...Quizá allí nació todo esto, un sentimiento raro de amistad sobrepasada o de amor escondido entre acordes de Vivaldi y Fito Páez. Después de conté de mi amor imposible de semana santa, el que me persigue en sueños y en rotas ilusiones de sueños de papel y ceniza gris de miércoles en cuaresma... Me escuchaste y apoyaste, mientras sufrías por el tal Felipe que jugaba contigo y decía que no sabías besar... Y luego estábamos todos cantando porque así tocaba, y tu tocabas violín y yo flauta y xilófonos, y metalófonos mientras cantábamos a Silvio esperando al mágico Abril...

Luego mostraste tu talento y te perdiste, porque estabas en la orquesta y yo empezaba con las cuerdas, cantando a Tito Puentes y Charly García en un loco arreglo de salsa y rock sin baterías o guitarras, o percusiones latinas, sólo flautas y maderas percutivas...

Y luego yo me perdí y te mandé a preguntar con mi amiga loca, y contestaste y me diste tu teléfono y hablamos, largo y tendido, de lo que era el desamor, y te hice la broma de doble intención y casi me golpeas, pero estabas comprometida... Y después creciste y fuiste más hermosa y mejoraste en todo aspecto. Y yo me estanqué y aquí estoy, pensando en el pasado y recordándote, sin alguna vez poder tenerte...

O, quizá, sólo seas un sueño y nada de esto sea real, quizá me encuentre despierto en algún lugar y te confunda con otra persona, o estés tu soñándome, mirándome en tu mirar.

Penélope de Serrat

Penélope,
con su bolso de piel marrón
y sus zapatos de tacón
y su vestido de domingo.
Penélope
se sienta en un banco en el andén
y espera que llegue el primer tren
meneando el abanico.

Dicen en el pueblo
que un caminante paró
su reloj
una tarde de primavera.
"Adiós amor mío
no me llores, volveré
antes que
de los sauces caigan las hojas.
Piensa en mí
volveré a por ti..."

Pobre infeliz
se paró tu reloj infantil
una tarde plomiza de abril
cuando se fue tu amante.
Se marchitó
en tu huerto hasta la última flor.
No hay un sauce en la calle Mayor
para Penélope.

Penélope,
tristes a fuerza de esperar,
sus ojos, parecen brillar
si un tren silba a lo lejos.
Penélope
uno tras otro los ve pasar,
mira sus caras, les oye hablar,
para ella son muñecos.

Dicen en el pueblo
que el caminante volvió.
La encontró
en su banco de pino verde.
La llamó: "Penélope
mi amante fiel, mi paz,
deja ya
de tejer sueños en tu mente,
mírame,
soy tu amor, regresé".

Le sonrió
con los ojos llenitos de ayer,
no era así su cara ni su piel.
"Tú no eres quien yo espero".
Y se quedó
con el bolso de piel marrón
y sus zapatitos de tacón
sentada en la estación.

Octavo Centenario

Fueron Ochocientos años que terminaron con recuerdos... recuerdos de cada siglo de historias imaginadas y realmente vividas en la oscuridad de una habitación, o en la luz de una luna amarilla, o roja, o blanca, o en noches negras como la figura del gato monstruo bajo la luz del firmamento.

Las historias generan traumas y no es esta la excepción, porque su mente había ido demasiado lejos, quizá imaginando hechos reales en latitudes extra sensoriales, perdidas fuera de la casa aquella en que estaba, esclavo de su libertad, desde hacía ocho siglos. Y su remordimiento fue tan grande, por pensar en que todo aquello que para él fuese el pasar del tiempo pudiese ser real, que elevó una plegaria a un niño dormido, y durmiente en su sueño de mundos de chocolatín, en la voz de el Flaco, Luis Alberto Spinetta y al son de su solista guitarra...

La plegaría tomó años que quitaron días de tormento y décadas de profunda y continua decadencia.

Y con el paso del tiempo, que quizá sentiría los años como días y las horas como segundos, llegó a su mente la inspiración de una conspiración ideada para un hombre atrevido en sus convicciones y con una curiosidad de esas que mata gatos, que los mata así como a él le mató, por una joven traicionera y un plan macabro y perfecto para evitar conmoción. La idea del montaje perfecto hizo que también pensase un intento de suicidio, con una muerte intermitente, a lo Saramago, que niega a hacer su trabajo a la muchacha del puente, olvidada en su materna maldición de un hombre maldito también, por una madre indolente que sufre al no poder ver a su hijo desesperado y pidiendo perdón.

El resto del tiempo pasó en años de una tarde imaginaria, por su larga duración, quizá de cuarenta años, o cuarenta días, o algunos minutos, de un hombre y una mujer dialogando sobre nada, mientras sus mentes se abren para todo; una situación de amor imposible en una suposición de un hombre triste, pobre imitador de poetas infinitos y eternos, grandes maestros del manejo de la pluma y el esfero, del lápiz y el papel para dibujar palabras y signos de puntuación. La tarde imaginaria terminó con la idea del hombre que está loco en su cotidianidad y la metamorfosis del cuerdo, en el loco de atar.

Así fueron los pasados cien años, que, por su relatividad, más bien parecieran días. Y la mirada del perro, amigo fiel y compañero que se detiene en el iris de nuestro hombre deja para pensar: ¿será todo esto realidad, o no es más que un sueño eterno?

Una tarde imaginaria

Si te viera a los ojos y me sentase a tu mesa, te daría las gracias por aparecer de nuevo. Te hablaría, mientras corro la silla para que puedas acomodarte, que la vida nos da patadas y que cada día tiene un vacío en mi estómago, seguido de una serie de pequeños espasmos, intermitentes como las muertes de Saramago, que invaden todos y cada uno de mis nervios, hasta que ya no hay más. Tu me pedirías sentarme y yo antes iría por el té, pensando en que quizá haya cosas que jamás deba decirte, como mi indisposición para hablar con la gente, o de entender posiciones ajenas; cosas como el desespero continuo de existir sin una vida, limitándome a observar lo que todos hacen, los demás, esos que están allá afuera esperando a que los recibas con una mirada franca y una perfecta sonrisa.

Después te serviría el té, con el agua caliente con que la disfrutas, mientras yo soplo con el pocillo en la mano, aspirando a que se enfríe con el cálido sol de tres de la tarde, esperando al imposible y absurdo pensamiento que persigue mi vida: ¡Un sueño! Después preguntarías ¿qué te pasa?, y yo te respondería que mi mirada ya no es cristalina y está viciada por la contaminación, en tanto que mi nariz se relaja con el aroma de manzana o de durazno, o con el simple olor natural del té... Disfrutaría de un sorbo que me quemaría la lengua y la garganta, pensando en que quizá así logres ver en mis ojos el brillo con que disfrutabas en las noches de fuego al aire libre y de las melodías de guitarra y bajo, y batería y teclados, de pedales con distorsión... No notarías entonces mi tristeza y preguntarías de mi vida, de mi casa, mi familia, de la música y la literatura. Preguntarías sobre todo lo importante y nada de lo que me importa, porque no me canso de lo imaginario... Finalmente es esa mi vida y no habrá de cambiar. Te acomodarías en tu silla y dejarías que el vapor hiciera siluetas con tu pelo castaño, iluminado por la luz entrante de la ventana y cayente sobre la noche inesperada, entre tanto yo preguntaría pequeñas cosas de tu vida, como el valor de una alabanza o la técnica de una sonrisa. Pensarás que estoy loco, pero la reflexión llegaría con el recuerdo de mis hábitos y mis formas, con mi educación no autorizada por gobierno alguno, ni pater familias, y por mi afición a la lectura de todo y nada, en el infinito universo de escritura sin éxito, mientras yo pienso en que debiera terminar mis días en una estancia francesa, o sueca, o suiza, incluso polaca, disfrutando del aburridor paisaje mientras me creo Bioy, Borges o Cortázar y creyendo que mi literatura es acaso tan genial como toda aquélla. 

Luego sonará el teléfono y te levantarás, mientras levantas tu loza y me preguntas si ya terminé, y yo estaré dando un sorbo al té frío, pensando en que es tu novio y probablemente te saludará y escucharé a tu voz diciendo, Hola amor, te extraño, si, yo también, te amo mucho, si, no te preocupes, allí estaré. Y luego dirás adiós y yo sentiré que mi hora ha llegado, terminado mi tiempo contigo, el tiempo de hablar de todo, haciendo nada, y entonces me despediré de ti con el beso en la mejilla y con el dolor del corazón rompiéndome el estómago, una vez más.

Y luego saldré a la calle y entonces estaré pensando en que debiera morirme de una vez, pero el temor al dolor intenso y físico, que jamás ha de superar al psicológico que nos creamos, ganará e impedirá que me lance a la calle para terminar con toda esta fantasmagoría, esa ilusoria fantasía de retratos vivos y esperanzas muertas. Y proseguiré en mi marcha de continuo sufrimiento, iendo a la vacía casa de gente muerta entre los vivos, y viva entre las sombras de la cotidiana existencia, para tomar café agrio y chocolate espeso.

Pero no es posible verte porque estás muy lejos, o porque estoy muy cerca, y porque la vida es un proceso y el desitno un árbol, que me alejan de ti constantemente, en cada desición y cada hora, a cada minuto y en cada eternidad, carente de sentido y llena de espinas, heridas de mi mismo que no escapan a mentiras que resbalan por las orillas de ríos de almas sueltas y libres, exitosas publicaciones de artistas conocidos y talento desperdiciado de poetas desconocidos de métrica perfecta. No es posible verte porque Murphy y Dios te alejan, porque Dalí te pinta sobre la ventana y Sabina te canta en un poema, porque Dante te dibuja con palabras mientras yo me estanco en el pantano de la indiferencia y la verde envidia que se oculta tras mis venas, tras mi sangre negra y morada, espesa y cortada, como la herida del hombre de la esquina rosada o el asesinado diario de aquel parque abandonado en que jugábamos a ver las nubes... No estoy contigo y estás sin mi, pero me eres necesaria y te soy innecesario, pues sólo soy un eterno imitador.

El loco

Mientras veía el hombre loco gritar su charlatanería, su risa se volvió incontenible y, con cada carcajada y cada bocanada de aire para poder seguir riendo, su cuerpo iba tomando un color extraño, y su ropa iba cambiando. Cuando su risa terminó, era él quien gritaba estupideces.

lunes, 17 de enero de 2011

Materna maldición

¡Yo te maldigo!, gritaba. Y sonaba muy gracioso porque no siempre uno ve a la mamá gritándole eso al hijo, vestida con chancletas y bata, y con restos de mascarilla en la cara, con voz chillona gritando y totalmente desesperada. Ya lo veré llegar aquí sin nada, pidiendo perdón de rodillas, continuaba. Él salió cabizbajo por la puerta de la entrada y se fue.

EL tiempo fue pasando y consiguió un trabajo, no era gran cosa, pero servía para pagar lo básico y, de vez en cuando, darse algún pequeño gusto. Pero tan pronto como su madre fue enterada, las cosas empezaron a fallar. Lo primero fue el quemón en el dedo, porque no es normal que a uno se le rompa un pocillo cuando lo tiene en la mano, y menos cuando es para horno microondas. Luego fueron los problemas graves, porque su novia lo había sido de su jefe... Y las cosas habían terminado mal... Y así fue como, de pronto, un día se vio por fuera de su trabajo, los pagos se atrasaron y salió, una vez más, cabizbajo por la puerta de la entrada.

Pero fue peor aún, porque sus hermanos no quisieron aceptarlo en sus casas, porque siempre llevó la contraria a lo que ellos hacían, porque era un desagradecido con lo que su madre les había dado, porque nunca hizo más que sentarse a ver esos libros y dejarse los ojos cuadrados viendo televisión. Lo rechazaron porque no se cortó el cabello, porque no fue al ejército y porque no trabajó para pagarse la universidad y, sin embargo, si la terminó. Así que tuvo que volver, obligado, a casa de su madre...

Y cuando llegó y tocó a la puerta... Nadie abrió. Así que él, que aún recordaba dónde dejaban el repuesto, sacó la llave y abrió la puerta marrón que daba a la calle, aquella triste puerta por la que se fuera cabizbajo alguna vez. Y entró y vio a una vieja señora, vestida de bata blanca, chancletas moradas y restos de mascarilla sobre su cara. Pasó por su frente y ella estaba azul, pero aún respiraba. Se acercó y vio entonces el blanco de sus ojos esparcido sobre el iris y la pupila, toda dilatada. Se pasó por su frente y pasó su mano y nada ocurría. Su madre no veía. Sin embargo el ayudó a su madre, para lo cual instaló cuerdas y empezó a remodelar la casa, con la pensión que él cobraba. Y luego buscó trabajo y empezó a levantarse, sin olvidarse de su madre, que siempre estaba hablando mal de él, a pesar de ser el único que estaba cuando ella necesitaba apoyo; a pesar de todo él estaba allí y se levantaba.

Pero un día su madre murió y sólo él estuvo allí, en la funeraria, recibiendo a los pocos que fueron, en el entierro, con los pocos amigos de la familia, en la casa, que ahora debía cambiar. Y se levantó y se olvidó de esa falsa familia que lo rechazó y que, al ver su éxito creciente, intentó recordarle de dónde venía y para dónde debía dirigirse. Se alzó sobre las cabezas de todos aquellos que le negaron su ayuda y, lo más importante, descubrió que la maldición de su madre nunca se cumplió, porque nunca lo vio de rodillas llegar a su casa implorando perdón.

sábado, 15 de enero de 2011

Intento de suicidio

El viento de las cuatro de la tarde se estrellaba contra su cara, haciendo que el largo cabello intentara molestar a sus ojos marrón. Después vino la muerte y pasó por su lado, sin tenerla en cuenta. ¿Por qué no me llevas contigo?, preguntó. Y la muerte le dijo: porque primero debes despedirte de la soledad y el desespero y albergar en tu alma la esperanza y la ilusión. Y la mujer cayó al río.

viernes, 14 de enero de 2011

Relato de una Investigación

¡Yo sólo quiero soñar!, esas fueron sus últimas palabras. Después de eso, una ráfaga de balas cruzó su cuerpo inmaculado y perfecto, y cayó, tendido su cuerpo sobre el palo que servía de soporte a las esposas que le habían puesto y habían hecho sus manos enrojecer.

Una comisión investigadora se dirigió a mi, con la idea de colaborar buscando los hechos que llevaron a esa persona al lugar en que terminó. Debíamos buscar las causas de su locura. Acepté el reto porque me parecía una historia fascinante; la idea de la muerte por una frase carente de sentido me hacía pensar que quizá el gobierno tuviese algo en mente (claro, porque las ideas de conspiraciones abundan por estos días y me considero ferviente creyente en las que pueden ser posibles, dentro de los términos de la lógica y la racionalidad). Me inquietaba la idea de que pudiese haber algún plan macabro detrás de todo esto y acepté, con todo gusto, la misión a la que era llamado.

Decidí seguir los métodos de la comisión. Primero, iríamos a su casa y buscaríamos alucinógenos y libros que pudieran inducir a ese tipo de pensamientos. Fuimos entonces a su casa, que quedaba en un lugar alejado de la metrópoli. No era una gran casa ni una pobre, simplemente era una casa de clase media, ubicada en lo que podría denominarse un buen sector y no había ningún tipo de libros que fueran "sospechosos", había libros clásicos, Homero, Shakespeare, Virgilio, entre otros. No había en parte alguna de su casa lugares en donde ocultar nada y sólo encontramos libros altamente vendidos y recomendados por el diario oficial; la cosa se puso más interesante y era mi turno de actuar...

Mi forma de pensar siempre ha sido de corte historicista: las cosas y sucesos de la vida de una persona van a influir en su futura forma de actuar y pensar. Así las cosas, enviar a las personas que ayudaban en el trabajo de investigación a clínicas y hospitales, y también a centros de salud para conseguir su historia médica; además, envié personas a buscar los lugares en los que estudió, información sobre su familia, incluyendo padres, hermanos, tíos, lo que fuere. Y volví, ya solo, a su casa, donde encontré un diario con pocas páginas escritas y música, mucha música. Tomé nota de lo que tenía allí, a modo de inventario y vi, en el pequeño escritorio que tenía, y debajo del diario, pequeñas imágenes de cuadros y fotos.

Nos reunimos en la oficina destinada para la comisión, un cuartucho lleno de carpetas y sobres de manila, con su olor a cartón viejo y papeles desactualizados, de amarillento color, y, en el centro, una mesa grande, con algunas sillas a su alrededor, llena de rayones de esfero y manchas de tinta de fecheros y sellos viejos. Allí estaban sentados dos hombres con gabán amarillo y marrón, y un hombre con sombrero gardeliano negro, tirantas y camisa blanca. Me senté, saludé y pedí los resultados. Nada. Nada, era una persona completamente normal, ningún problema mental, vista veinte-veinte, ninguna enfermedad hereditaria o congénita, no fue una persona sobresaliente en lo académico, pero tampoco una mediocre. Sus padres fueron empleados del sector público, personas que dieron su vida laboral por el mantenimiento del Gobierno y sus dineros. Pagaba sus impuestos, no iba a manifestaciones y tenía un trabajo como cualquier otro; era ayudante de una biblioteca. Sin embargo, hubo algo que me llamó la atención, en los años que trabajé en la dirección de educación, me di cuenta que la lectura no se fomenta, así que lo comenté a mis compañeros. El del gabán amarillo dijo que de algo tenía que haber servido el hecho de que trabajara en una biblioteca, finalmente aburren. El del gabán marrón dijo que no importaba, no era posible que la lectura trastornara a la gente, y menos la de libros que no tienen nada de malo. Pero el del sombrero me dijo que ella no había presentado entrevistas de trabajo, que en su curriculum vitae no había registros de algún otro trabajo, así como tampoco en los fondos de pensiones, que sólo había trabajado, durante cinco años, en la biblioteca. Eso me dejó pensando, porque, ¿de qué manera puede una persona tomar amor a la lectura si ha estudiado en un colegio del Estado? Y... ¿quién la apoyaría en esa travesía? La única certeza que tenía era que había entrado a trabajar en la biblioteca para leer.

Decidí ver el diario, así que fui a mi casa. Allí, sobre mi cama y a la vista del falso espejo de Magritte, abrí y pasé las páginas, poniendo algo de atención en ellas. Sus anotaciones eran, de acuerdo con los datos que tenía gracias a la comisión, de cuando tenía diez años. Eran cosas normales, amores de colegio, molestias con los profesores de algunas materias, cosas de sus amigas, todo normal. Sin embargo, al llegar a la última página escrita, había un agradecimiento y una flecha hacia la esquina de la hoja, la inferior derecha. Fui hasta el sitio indicado y vi que la hoja estaba pegada a otra, nada del otro mundo, quizá fuera por evitar que después las páginas de más adelante se cayeran. Había un libro pintado en la hoja pegada y letras sin sentido puestas en su carátula. Me llamó la atención una F de estilo gótico, demasiado perfecta para alguien de diez años.

En la oficina estaban aún los miembros de la comisión. Pregunté sobre su registro de libros sacados en la biblioteca, dijeron que saldrían a buscarlo, porque no habían pensado en ello y el del sombrero me dijo que podía ser que fuera una persona excepcional, un peligro potencial para todos y alargó su mano para darme un  portafolio

Fui al centro de detenciones, que se hallaba unos pisos abajo de nuestra oficina. Entré a la oficina en la que guardan las cosas de los detenidos por motivos de traición y delitos políticos y hablé con la persona a cargo, entregué el documento que estaba entre el portafolio y que me autorizaba a ver las cosas de la persona muerta. El hombre me guió hacia sus cosas, que estaban organizadas y junto a un número, así como muchas otras cosas en esa habitación. EL hombre se alejó y me pidió llamarlo al momento en que decidiera salir. Tomé entonces el libro y lo guardé entre mis cosas, sabría que no sería revisado a la salida, por mi cargo actual tenía acceso a todo lo referente al caso, sin limitaciones. De todas formas no debían saberlo. Husmeé un poco entre las cosas, nada raro, música y una lista de cosas por hacer, todo normal... Sin embargo debía salir y mirar aquel libro.

En casa advertí que pasaban muchos autos, cosa que nunca me detuve a pensar. Miré el libro, tenía las mismas letras del dibujo del diario y su fecha de impresión era bastante vieja. Abrí el libro y encontré una lista de libros, algunos tachados o con marcas, debían ser los que había leído. Y luego la continuación del diario. Allí narraba detalles de su vida, de sus depresiones constantes y su salida del mundo real gracias a la lectura. Había en él historias acerca de los sueños, relatos de éstos y sus posibles significados y, hacia el final, una frase: 

"Lean, porque leer es vivir un sueño"

La frase era mía. No recuerdo haberla dicho alguna vez en público, aunque si en alguna reunión con personas que compartían algo de mi pensamiento, siempre lejos de la ciudad. Quizá alguna vez me hubiese escuchado en la biblioteca, lugar en el que hacía muchos años nos reunimos. Pero no, era imposible, una persona de diez años no tiene nada por hacer en una biblioteca. Decidí ir a la oficina, debía encubrir la razón de su muerte y conservar mi vida. Diría que el libro hablaba de doctrina, que pertenecía a un grupo en contra del Estado y que posiblemente alguien en el trabajo, de esas personas que se dedican a atraer adeptos a estos grupos, había captado su atención. Si, era la historia perfecta.

Empecé a sospechar de todo, desde el vigilante que abrió mi puerta, todos me miraban, hasta los de la oficina, que estaban igual, excepto por el del sombrero, que llevaba una camisa a rayas de color oscuro. Sentía que me miraban de forma extraña. No había novedades, me dieron los reportes, fue extraño que en el registro de las clases que había tomado habían un par en las que yo era el invitado. Pero yo nunca había dado clase alguna. ¡Era una trampa!

Salí corriendo por las escaleras y dando empellones a quien se atravesara, mi corazón se aceleró y sentí el fluir de la adrenalina por mis venas, debía actuar rápido. Corrí, salí por la puerta de atrás y paré un taxi, después de haberme escabullido por callejones que conocía bien. Subí y pedí al hombre que me llevara a casa de un amigo poderoso. Allí él me preguntó qué pasaba. Confiaba en él, así que le conté y, después de darme un trago, sonrió. Lo sé, lo sé, yo lo hice, eres peligroso, ¿sabes?, no podemos dejarte por ahí. Mis párpados se hicieron pesados y, a pesar de mi lucha contra el cansancio que se apoderaba de mi cuerpo, caí dormido.

Desperté, atado a un palo y con esposas, que hacían que mis manos tomaran un color morado, y los vi: eran los de los gabanes y el del sombrero, acompañados por la mujer que llevaba el libro en su maleta. Luego mi "amigo" apareció y dijo que me llevaban investigando muchos años, que sabían lo que yo hacía y conocían el pseudónimo con que solía publicar mi crítica. El del sombrero se acercó y entonces lo conocí: ¡era mi editor!, todo era una trampa y yo caí...

Ahora me dispongo a morir, con la frase con la que todo empezó: ¡Yo sólo quiero soñar!

miércoles, 12 de enero de 2011

Plegaria para un niño dormido de Luis Alberto Spinetta

Plegaria para un niño dormido
quizás tenga flores en su ombligo
y además en sus dedos que se vuelven pan
barcos de papel sin altamar. 
Plegaria para el sueño del niño
donde el mundo es un chocolatín. 
Adonde vas
mil niños dormidos que no están
entre bicicletas de cristal. 
Se ríe el niño dormido
quizás se sienta gorrión esta vez
jugueteando inquieto en los jardines de un lugar
que jamás despierto encontrará. 
Que nadie, nadie, despierte al niño
déjenlo que siga soñando felicidad
destruyendo trapos de lustrar
alejándose de la maldad. 
Se ríe el niño dormido
quizás se sienta gorrión esta vez
jugueteando inquieto en los jardines de un lugar
que jamás despierto encontrará. 
Plegaria para un niño dormido
quizás tenga flores en su ombligo
y además en sus dedos que se vuelven pan
barcos de papel sin altamar.

Séptimo Centenario

La lluvia de la tarde empezó si día con gotas de ausencia cayendo sobre los lirios del campo circundante. El hombre despertó y su perro ladró la añoranza del aroma de los lirios, signos de la seña de una amada perdida de un escritor, la desaparición eterna de la musa que inspira la creación y alienta la fama y la fortuna, la felicidad del hombre que escribe... La eterna paradoja de la felicidad inexistente y el placer que sólo dura un instante, en la tristeza que dura toda una vida.

La ausencia del sentimiento en los ojos idos del perro le hicieron sumergirse en la infinita tristeza del estar sin estar despierto y de los sueños que desaparecen en la mirada de un muerto que sigue descansando en la eternidad, ya que en vida no fue capaz de dar cuerda al pequeño reloj que cuenta las horas de una vida sin sentido; un toque que mata con pupilas lejanas de recuerdos incrustados en miradas perdidas de arrogantes hombres le hizo ver que para el perro existían los recuerdos y salió a tomar los lirios y, al tenerlos en su casa, su corazón sintió la decepción de un amor perdido en la revolución.

El despertar, de un ideal a la oscura realidad, le conmovió en lo más profundo y su estómago sintió el cosquilleo del pequeño enamorado que espera en un parque de historias cotidianamente increíbles, reflexionando sobre el egoísmo que pinta de hambre la curiosidad morbosa de la gente. Minutos que se hacen eternos recorrieron sus pupilas dilatadas haciendo que falsas ilusiones de una hermosa mujer, que esconde en su belleza la amargura ajena y el placer que da el dolor ajeno se apoderaba del inocente que su mente creó. Ella era Dorian Gray porque maldad no aparentaba, y sin embargo causaba.

Despertó y sintió entonces la necesidad de orar. Y oraba porque la vida es inmensamente triste y de sus ilusiones siempre un final destellaba: la inmensa tristeza del que saca conjeturas porque no vive, la triste vida del mendigo que corteja a la princesa con miradas infinitas de amor verdadero y la cruda verdad de la mirada en el ministro que toma su carruaje: la vida es injusta, pensó, porque, al final, el hombre es libre y Dios calcula, pero calcula erróneamente y no puede ser el destino más que una ruta trazada con infinidad de posibilidades que han de llevar a un mismo fin. Pensó que no es el destino algo distinto a un árbol, cuyo tronco es inflexible, sigue un único camino, pero que puede ser libre en la elección de la ruta que han de seguir sus ramas.

Entonces lloró, porque Dios en su perfección no pudo más que equivocarse en el castigo del hombre: por eso el mal triunfa y el amor es del peor. Y la vida fue aún más triste para él, porque recuerdos volvieron y, con pupilas dilatadas, hombre y perro recordaron la tristeza inmensa que existía en sus vidas.

martes, 11 de enero de 2011

Recuerdos

El paisaje gris de la ciudad se alzaba con el frescor de la mañana y la cálida luz del sol. Se empezaban a ver ya, de los arrabales, personas que caminando bajaban la montaña para ir a sus trabajos. También se hacían visibles vendedores saliendo de sus casas y uno que otro perro de mirada triste, anhelando un hogar.

Del séptimo piso del Edificio Alcázar, ubicado en uno de los barrios mejor ubicados de la ciudad, un hombre de mediana estatura, piel morena, con marcas de sol, cabello ondulado y negro, se sentaba frente a la ventana y cruzaba con su mirada la montaña, que majestuosamente se posaba ante sus ojos, y terminaba, de sur a norte, en el terreno en que se otrora se ubicara la cantera. Un recuerdo lejano se coló en sus pensamientos y, acto seguido, sus pupilas se dilataron y la imagen de los trabajadores subiendo y bajando con piedras en sus manos, con la piel siendo abrasada por los rayos de la mañana se hizo viva. Tanto era, que vio la cara del gamonal que fuese su jefe en aquel tiempo, con su verruga en la mejilla izquierda, su bigote grande y desordenado y su sombrero aguadeño; tan vivo era el recuerdo, que sintió el peso de las piedras sobre la carretilla y el dolor en los antebrazos luego de la extenuante jornada de trabajo. Sintió el sudor cayendo de la frente y el rayo del sol sobre su espalda, que entonces iba desnuda. 

Despertó. Y entonces se dio cuenta de que realmente estaba sudando. Quizá sea el calor, pensó. Tomó entonces un baño y salió, después de haber desayunado con tamal y chocolate (Ay vieja, cómo haces falta, esto no sabe igual...).

Paró un taxi y subió, dando orden al conductor de que lo llevase hacia la parte industrial de la ciudad, lugar en el que trabajaba. Tan pronto como se acomodó, otro recuerdo llegó, intempestivamente, e invadió su mente. Sus pupilas volvieron a dilatarse y se vio manejando un taxi. Corría el año 87 y estaba sentado frente al volante del Chevette. El ruido resonaba por todas partes y el amarillo estaba ya un poco desgastado. Recogió a un hombre que llevaba un gabán negro. Buenos días, ¿hacia dónde? Al centro por favor; este clima está de perros. No se imagina, yo llevo manejando todo el día y esto no ayuda, tanta lluvia hace que se pierdan clientes. ¿Cuánto le debo? Lo que marca el taxímetro. Es usted muy honesto, mire, si anda desempleado, aquí está mi tarjeta; ¿me recuerda su nombre? Muy bien, yo lo tengo en cuenta, pero llame. Volvió al mundo real. Pagó lo debido y subió a su oficina, sin saludar al humilde hombre que abría la puerta.

 Abrió la puerta de su oficina, que siempre estaba cerrada con el seguro puesto y se sentó a ver los balances. Con el último recorte de personal estamos sobre el punto de equilibrio, dijo mientras daba un sorbo al café caliente. Hay que ajustar esto y esto otro, ah si, también hay que disminuir el personal acá y rebajar los salarios, así la utilidad será del cinco, pensó, mientras resaltaba algunas cifras sobre los balances e insultaba a la señora que pasaba limpiando los pisos. Gente estúpida, les da uno la oportunidad y la desaprovechan... ¡Qué falta de respeto!

Tan pronto fueron duchas estas palabras el hombre se fue de de espalda y cayó sobre el piso, húmedo aún porque no había dejado que fuese secado, y sus pupilas se volvieron a dilatar. A sus ojos llegó la imagen del hombre del taxi sentado en su escritorio, ofreciéndole una silla y un café, y contándole que a partir de ese día tendría que empezar a estudiar y trabajar, primero en la planta de ensamblaje y luego, dependiendo de sus aptitudes y dedicación, iría ascendiendo. Llegaban de su memoria las imágenes de cada uno de los empleos desempeñados, hasta el último al que se podía acceder: gerente ejecutivo. Después de este puesto sólo hubo una cosa más, ascender. Su obsesión se hizo más y más grande. Luego vivió el pasado al ver que de su arma salía la bala que matara al hombre que le sacó de la miseria.

Sus pupilas llegaron al límite y su frente empezó a arder. La señora del aseo llamó a la ambulancia, que, como es costumbre en la ciudad, llegó cuando no había más que hacer por parte de los paramédicos, que robar las joyas del hombre, que ahora yacía muerto y con la imagen del crimen y la obsesión por la riqueza, por el mal agradecimiento al salvador.

viernes, 7 de enero de 2011

La reina y el mendigo

Con el corazón en la mano te digo que mi orgullo acobardado no se acaba. Adiós, no te merezco, buscaré a quien me abrace sin pensar en la ignorancia que siempre llevo dentro, me voy porque eres princesa y yo plebeyo. Ella lo miró a los ojos, pero la mirada se desvió en el humilde ministro que atrás venía. Así terminó la fugaz relación de miradas de un mendigo y una reina.

Flor de Lis

Lirios hermosos saludo,
viento presuroso siento,
amor perfecto lamento
y te siento en el alma, sin aliento.

Lirio naciste y lirio morirás,
siempre hermosa, vivaz,
dejando tu aroma al viento,
y yo te siento, quizás.

Tus pétalos tristes, contentos
siempre que miras al cielo
me trajeron al jardín,
jardín de sombras y afín
a la tristeza de mi corazón.

Adiós, flor de lis,
musa de caballeros y de monjes,
musa de mis sueños y fantasías,
te recordaré siempre,
con tu sutil movimiento,
con tu pelo al viento,
en los brazos de un abril
que no fue mío
y que ya no será.

¿Ilusión?

No pensaste que supiera lo que hacías, sólo te limitaste a salir e ilusionarte, sin pensar que mi vida eras tu y realmente te amaba. Las flores me contaron que te deshojaban cada noche, mientras yo me inspiraba en tus ojos azules para escribir los versos más felices en mi existencia.

El calor de tu cuerpo me dejaba un vacío en el pecho cada vez que te veía, pero mi habilidad no dejaba que notaras la mirada de tristeza que mi mente compartía. Cada día al lado tuyo se convirtió en un infierno, cada mirada en una corona de espinas, mientras tu esperabas en la entrada del colegio a que las clases terminaran, para ver mi sonrisa fingida en una vitrina de la tienda del parque. Tu no te dabas cuenta, porque no conocías más que el engaño y el placer, la lujuria de ser amada por muchos, pero yo te lloré hasta el cansancio, hasta la saciedad y la gula de la eterna tristeza que te encanta, que siempre encanta a quienes ríen del dolor ajeno.

Ahora yo cuelgo del cuello y entiendo: ¡Eres Dorian Gray!

El hombre y el Señor

El hombre pidió a Dios que aligerase su carga y se fue a dormir. Dios, que estaba escuchando, decidió hacerse ver y apareció en su sueño. Un campo lleno de cruces apareció ante la vista del hombre y dijo Dios: Hombre, elige una cruz y que sea esa la que cargues, porque siempre ha de llevarse una cruz, que al morir, te revelará si el camino que elegiste es el correcto, allí está tu libertad. El hombre vio mu chas cruces, organizadas de la menor a la mayor y, en un acto de inteligencia, tomó la más pequeña. Dios entonces le miró con una sonrisa, que fue desvaneciéndose mientras el hombre la echaba sobre su hombro y el hombre, que en su sagacidad vio el cambio de gesto, preguntó: ¿Qué pasa Señor, por qué te cambia la cara? Dios entonces contestó: porque la cruz que tomaste no es la tuya y siempre debe ser la tuya la más pequeña. El hombre dijo: ¿Entonces te equivocas en tu juicio, tu, que eres la perfección? Y Dios calló, porque su cálculo no era preciso, mientras un hombre no recibía su lección.

La espera en el parque

Las horas pasan mientras te espero, sentado en un parque de esta gran ciudad. Veo pasar segundos que quieren ser minutos en las patas de un perro alegre que se revuelca en el barro que queda de los charcos que antes echaban arena, mientras una señora corre desesperada gritando que por qué tanta desdicha si acaba de pagar una gran suma de dinero para bañarlo. En ese momento un loco pasa y me dice que por qué tanta alharaca, si la señora tiene tanta plata, que más bien dé a los pobres, por lo menos una papa, que pobres hay muchos en el mundo, en vez de malgastarla.

Pasa después una moto, contra toda norma de tránsito y los segundos son ahora minutos en el viento que corre sobre las llantas y alcanza a llegar a mi cara; caen gotas desde el cielo y la moto mata a un niño, que jugaba con el viento que se lleva ya mi tiempo, luego llega un policía para ver qué es del muerto y las lágrimas le salen, de sus ojos agua llueve mientras las viejas chismosas de las cercanías del parque se acomodan en la alfombra que hace el pasto, todas de pie, sedientas de la sangre del niño, líquido algo espeso que pinta el pasto como la salsa de tomate al arroz,, y todas, todas hambrientas se acercan y huelen, y las veo como lobos en la estepa, cazando en manada, o como buitres del desierto, detrás siempre de alg´'un cadáver. Llega entonces un periodista, de periódico amarillista, siempre alegre, sin escrúpulos de niños, porque esas fotos valen oro, oro de putas y de chismes, de trago fino de esta noche y de pagar el arriendo; piensa que ojalá y hayan más de esos para poder ahorrar algo y salir de pobre. Luego llega el noticiero, tras la pista invisible de la moto y se oyen conjeturas: toda una locura escuchar tanta basura que habla la gente.

Y después de minutos que se vuelven horas y de agua que cae sobre mi chaqueta y ya el frío me está matando y estoy a punto de irme, llegas tu, y te cuento todo esto y comprendo por qué te amo: No estás sedienta de sangre y me dices: nos alejamos, no vaya a ser que te pregunten y acabes arrestado.

El inútil

Miré el reloj, que no se detenía a pesar de que hacía mucho que no le daba cuerda, eran las siete. Pensé que para qué me paraba si igual no había nada por hacer, si de todas maneras en esta miseria nada iba a cambiar. Qué más da, me paro y que me obliguen a volver a echarme, porque estoy cansado de hacer nada, dije, pero nadie me habló y me asusté, tanto silencio era demasiado normal...

La calle soleada por el sol de la mañana me sorprendió con gente trabajando. Vi que la gente echaba paladas y paladas de tierra y comprendí, al ver una mísera cruz y unas risas, que me había muerto. Claro, el reloj me avisaba que hacía siete horas que sucedió.

El toque

Y salió ella corriendo cuando la canción acabó, mientras que yo simplemente veía que allí estaba Andrés coqueteándole a una rubia de minifalda; la mujer de sus sueños, decía, pero igual todos sabíamos que era un polvo y luego otra vez a vagar, finalmente para eso era que cantaba: puro sexo, drogas y alcohol, porque la música no le importaba.

Y empezó entonces a sonar Pupilas lejanas, comprendiendo que él ya no me quería, que ese amor que me tenía era una completa farsa. Y yo le había creído al malparido ese, miserable perro, ojalá y resulte con una venérea. Y me quedé hasta el final de la canción y luego corrí, corrí porque le vi la puta sonrisa de depravado con que le cantaba a la zunga esa, mientras que de mi se reía con la mirada. Hijueputa, pero no me la vuelve a hacer, ya las va a pagar.

No tengo idea de cómo carajo va a reaccionar esta mujer. Siempre lo mismo, que venga, que traiga, que vaya, que tengo que ayudarle con los trabajos, en fin. Si, ya sé, ¿ya las guitarras están afinadas? Bien. ¡Agh! ¿qué le digo? ¡Claro! Jajajaj, breve. Ya voy, espere que estoy mirando qué vamos a tocar. Si , listo, pero acabemos con la de los Pericos. Vale, no hay problema, nos paga la mitad ahora y el resto luego de cerrar. Si señor, no hay problema con eso; ¿me permite un momento? Aló, no, no sé mujer, qué vaina, no puedo ayudarte, estoy cuadrando con el tipo del bar. Si,  pues si toca pagar, paga, luego arreglamos. Si, pero ya no jodas más. Bueno, si... como digas, chau.

Salí para el toque, sabía que él estaba ya allí en el bar y entonces corrí y corrí, como alma que lleva el diablo, por los barrios completos, igual, el bar no estaba tan lejos de casa. Llegué a la puerta y di lo que costaba el cover, pero ahí las cosas se pusieron raras, porque yo nunca había pagado para entrar a sus toques. De mala gana le di al tipejo la plata, casi echándole el billete en la cara y seguí.

Definitivamente era alguien que la vivía ocupado, pero no importaba porque lo quería mucho, aunque últimamente fuera algo distante; no importaba porque me había dicho que me esperaba. Aunque me dolía que me dijera que no jodiera, eso pasa por andar preocupada por seguirle los pasos... Bueno, por algo será que el triunfa y yo no... 

Subí las escaleras que daban al bar aquél. Allí estaban ya las primeras canciones, sonaban tan genial como en los ensayos, como en los discos de los intérpretes originales. Música de Bob Marley, de Gondwana, de Fidel Nadal que sonaban mejor con esa voz de dios que tiene. Pero miraba que su vista estaba ausente, como pensando... No, como mirando a otro lado. Sí, eso era, estaba mirando a otra parte, no a mi, su mirada estaba fija en la perra esa, si, la de minifalda que estaba atrás, cerca de la barra. Ya la había visto yo antes, en otros toques, pero él dijo que no era nada, que simplemente le parecía bonita, que no fuera celosa, así que no me preocupo.

Bueno muchachos, y esta va, ya para finalizar, con una dedicatoria a una persona aquí presente, ya se dará cuenta. Es un cover de Los Pericos que espero que disfruten. Ojalá que esta vieja se de cuenta de una vez y no vuelva a joder más la vida, finalmente ella se los buscó y, además, esa de la minifalda está re buena. Un, dos tres, cua...


 Pero bueno, la nena corrió y yo salí tras ella, eso sí le digo, la pobre lloraba a cántaros, mire, no me va a creer pero yo digo que esa nena daba la vida por él, y así fue, no me lo cree, pero échele ojo, ella saltó a la calle y Andrés vio cómo el camión ese le pasaba por encima y ni se inmutó. Pero le juro que ella se le quedó metida en la mirada, porque ahora lleva las pupilas lejanas.