lunes, 31 de octubre de 2011

Destino


No Tengo tiempo de respirar
Soy un destino.

(André Bretón)

miércoles, 26 de octubre de 2011

El ave en tu mirada.

Nos perdimos en las alas del ave que llegaba, escapando, por la ventana. Entonces jugábamos a amarnos y tu decías que ya no me querías, yo soñaba.

Soñaba con tu sonrisa y tus ojos verde miel, esos ojos con los que me mirabas indiferente, a veces, otras tiernamente, como si en tu mirada no fuese más que un juguete con el que engañas al tiempo que te miente, mientras mil lágrimas caen al agua, al centro de mis ojos mientras llueve.

Te extraña que no te escriba, dices, porque piensas que mi amor por ti no piensa, no vive: no sólo de la palabra vive el hombre y menos el cariño que siento.

Tu sigues jugando a que te llevo rosas,no ves que las rosas son hermosas por ser rosas, por no saberlo; y tu serás hermosa y amada aunque no te las lleve, aunque llegue mojado y llorando, evitando tu mirada. Eres hermosa porque te sueño y eso es lo que importa, aunque no comprendas, aunque te quedes en aquellas pequeñas cosas, como el aspecto de mi cara, de mi existencia triste y pura.

Yo, sigo pensándote y esperando a que comprendas que el amor es como el ave, vuela libre, se expresa de acuerdo con su naturaleza y no siempre es hermoso, no como lo esperas, no como lo entiendo... Es incomprensible, y tu te quejas, yo me siento y las lágrimas escapan con el rocío de la mañana, el recuerdo se queda y duele, como el frío en los dedos de tus pies cada mañana.

El ave baja y sigo perdido en sus alas, te pierdes en mi mirada, me pierdo en tu sonrisa, hermosa, blanca. El ave baja y la miras, y yo trato de encontrar el momento que buscabas, cuando nos perdimos en sus alas.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Bailarina


En su grandeza,
la bailarina azul
muere de tristeza.

Amor Iluso

Para Erika Salamanca…


Y entonces… esa fue la última vez que se vieron. Ella por primera vez dejó de sentirse querida y él por fin pudo dejar todo claro sin decirle una palabra. Sally sabía que algún día tenía que pasar y que sería Alejandro quien tendría el valor de hacerlo, pues ella sufría de aquél síndrome de cobardía y… cada que sentía el valor de despedirlo, se acordaba de todas las historias escritas, de los muebles que un día iban a llenar su casa y de las seguras lágrimas y peleas que vendrían si él se quedaba para siempre con ella. Empero, Sally, con el dolor trasegando su rostro y con la sombra del último beso, medio segundo que jamás fue tan eterno, por el significado que para ella tenía dejar atrás los sueños, las dudas, las ilusiones y las peleas; subió al autobús: Todo terminaba entre ellos.

Desde el día en que se conocieron, hubo entre ellos una chispa, que detonó en la mágica ilusión con que algunos definen al amor. Fueron semanas de regocijo e intensa felicidad, de paseos y salidas, de citas agradables acompañadas, primero de café, luego de cerveza, luego de comida, de besos y caricias por doquier. Días que se perdieron en el inexistente ayer y dieron paso a los conflictos, constantes peleas que hacían que sus ojos ígneos perdiesen su valor, haciendo que saladas gotas brotaran de sus ojos, rompiendo su corazón. Cada pelea un vacío interno que, pensaba, debía superar, debía ser sobrepuesta con la táctica de la indiferencia; su conciencia clamaba por algo de autoestima, por el orgullo que perdía cada día, en cada salida con él. Sin embargo estaba atada, indefensa ante su forma de mirarla, ante sus palabras, siempre precisas, perfectas y dichas con amor; ante su voz de contrabajo, ante su presencia desarreglada y su inteligencia ilustrada, inmaculada. En su mente mil batallas se libraban después de cada desengaño, pero al final, siempre el amor triunfaba y sentíase Sally una Teresa Kunderiana, siempre amante, siempre amada, pero, al final, indefectiblemente engañada.

Una tarde, luego de pensar que el amor triunfaría, Alejandro llamó. Como tantas otras veces, sobre Sally revivieron las historias, los muebles, las ilusiones; su corazón latiendo en un compás de seis octavos y allegretto, andante más bien. Pensó que llegaría el momento en que él decidiría el destino de los dos, puesto que jamás haría cosa diferente a seguir otros pasos, temía hacer su propio camino…

-Hola…
-Hola, ¿cómo estás?
-Bien, ¿y tú?
-Igual…
-Bueno, eso me alegra.
-Ajá.
-Quería decirte que nos viésemos esta tarde, si no tienes algo más que hacer.
-Claro, no hay problema. ¿En dónde?
-¿Te parece el parque en que nos conocimos?
-De acuerdo. Adiós.
-Adiós.

Allí, en el parque de la estatua, estaba ella sentada en la banca de concreto, leía un librillo con muchos dibujos. Él, al verla, caminó sin prisa, se sentó a su lado, miro alrededor y, tras ver el librillo, la saludó. Una vez más, Sally era presa de la emoción y sus ojos brillaban, como solía sucederle cuando él llegaba. A pesar de llevar más de una hora esperándolo, su rabia desapareció y una hermosa sonrisa esbozó. Entre tanto, Alejandro hablaba y hablaba, como solía hacerlo, mientras ella lo oía, pero escuchaba sus pensamientos, que, ahora, le decían que el final se acercaba… A pesar del tiempo que llevaban, de las cosas que habían vivido, ella sintió el más grande vacío, en medio de su pecho un agujero se formaba y el corazón bajó su ritmo, perdió su melodía: él ya no la quería. Sin tener en cuenta lo que Alejandro estaba diciendo, Sally, en ágil maniobra, hizo que su teléfono timbrara, fingiendo una llamada; contestó, aparentemente, y al colgar, pidió perdón a Alejandro y mencionó que era hora de marcharse, que lamentaba tener que irse y no tener tiempo, en ese momento, para él. Como si Dios hubiese intervenido, Alejandro repitió que necesitaba tiempo, que lo había mencionado un par de veces en los últimos diez minutos, pero que ella, como siempre, no le prestó atención. Sally confirmaba su sospecha y el vació se agrandaba… Se despidieron, con la promesa de verse al día siguiente, un sábado, por cierto.

El cielo estaba gris. La tenue lluvia que antecede a la tormenta comenzaba a obscurecer el pálido color que tenía la ciudad. Alejandro estaba en el café-bar y el cielo de las tres de la tarde, que más parecía de cinco p.m., trajo a Sally dentro de un bus. Con la chaqueta pintada de gotas de cielo, entró y se sentó frente a Alejandro, que tomaba una cerveza con sus amigos, a causa de quienes tuvo muchas veces que esperar horas interminables y tediosas. Alejandro, que había pensado en la mejor manera de hacer las cosas, le pidió que salieran, debían hablar solos, aunque ambos sabían que todos ya estaban enterados.

Mientras caminaban por calles y callejones que se volvían laberintos, iban hablando de todo el tiempo que habían vivido juntos, de sus buenas y malas experiencias. Alejandro pensaba en cómo no herirla y Sally imaginaba su reacción; ambos sabían lo que venía. De pronto, Sally preguntó: Dime algo, ¿aún me quieres? No, contestó Alejandro. Con el corazón en su mano, destrozado y desmoronándose con cada paso, Sally resistía a la inevitable sensación de llorar y dejar, con el dolor, su pena, para que algún artista pintase el desamor. Siguieron caminando y regresaron al café-bar, donde, luego de pagar la cuenta, Alejandro se ofreció a acompañarla a tomar el bus, junto con sus amigos.

Con su vista de águila, Sally vio tan vivamente las imágenes de su amor, que el medio segundo que sus labios se tocaron se hizo años, que fueron haciéndose trizas con los desengaños y la frustración. Se despegaron sus labios y subió al bus. Pagó y se sentó en la última banca, al lado de la ventana, con las lágrimas, arroyos de ilusiones, mientras veía que Alejandro prendía un cigarrillo, hablando con sus amigos.

domingo, 16 de octubre de 2011

El trompetista de Deyá



De rato en rato, oigo desafinar una trompeta.

(Mario Vargas Llosa)

Janis Joplin



Su voz de hierro mutilado nos ponía los pelos de punta,
y aunque no entendiéramos lo que decía sabíamos que era cierto
porque sólo alguien que dice la verdad puede cantar de esa manera.

(Rodrigo Soto)

viernes, 14 de octubre de 2011

Sabina



A ella misma le resultaba extraño llevar ya tantos años
 persiguiendo un instante perdido.

(Milan Kundera)

viernes, 7 de octubre de 2011

Quince minutos

Quince minutos son suficientes para que la vida dé un giro inesperado, para que todo cambie de forma que sea irreconocible una nueva realidad, en este lapso de tiempo sucede esta historia...

Hace quince minutos vi que un hombre se disponía a lanzarse desde el piso veinte del edificio más alto de la ciudad. Los medios, la fuerza pública, decenas de curiosos espectadores sedientos de sangre (me incluyo entre ellos) se agolpan alrededor del lugar en el cual habrá de caer si se lanza. Los abogados del dueño del edificio ya estarán pensando en lo que se dirá para no perder credibilidad y dejar de recibir ganancias por este suceso, en caso de terminar mal. Imagino que ya se estarán buscando pruebas de demencia entre los expertos; algunas personas gritan por medio de megáfonos, o procuran acercarse con cautela al hombre amenazante de terminar con su existencia.

Un hombre camina en medio del tumulto y, sin inmutarse por lo que sucede, sigue caminando mientras en sus oídos retumba la melodía de un grupo musical poco conocido, de esos que a nadie importa y por eso el encontrarlo es una aventura, y un gran premio disfrutar sus canciones; y es insultado por uno de los asistentes al que podrá ser el titular del periódico del día de mañana. El hombre sigue caminando, sin percatarse de que quien le grita es, quizá, alguien que tiene una necesidad enferma de ver la sangre correr (tal vez una de las personas que va a las manifestaciones por hacer vandalismo, y todos los días observa a las mujeres en la calle de forma que se sientan invadidas en su intimidad, o compra el periódico amarillista para ver las fotos de los cadáveres y reir, mientras disfruta de su café...). Prosigue, y entonces siente su caminar detenido por la fuerza de un brazo. 

Voltea y ve la sonrisa macabra del hombre que le grita lo inhumano de su paseo y falta de curiosidad (morbosa, por supuesto) y se limita a contestar que va abrazado a la tristeza, expresión que, como es de entenderse, no es comprendida y es respondida con un golpe en su mejilla. Lo que sigue es un silencio por parte del caminante y la gritería inmensa por el hombre que pretendió restar importancia a lo que podría ser la muerte de un hombre. El tumulto se une a una sola voz y exige que se explique; el caminante contesta que no pretende hacer mal, sólo ser indiferente ante una situación que no llega a los extremos de la anormalidad. Pero la gente que ve, vive en soledad, así que no es escuchado y, en su sed de encabezados y cámaras fotográficas, repotajes y saludos a todo el país, el hombre es forzado a recibir el justo castigo por su omisión.

De un momento a otro, vi cómo traían a un hombre y, a pesar de todo lo que hice para salir en los medios y dar mi versión sobre los problemas que incumben al país, no puedo evitar sentir una tristeza gigantesca por el hombre al que traen. He visto que no tiene nada que ver, ni malas intenciones, simplemente pasaba por allí y no se detuvo. Pero acá lo traen y al unísono se escuchan las voces que gritan que debe caer. De haberlo sabido, hubiese esperado a un real suicida y hubiese hecho lo que él, simplemente seguir caminando, en paz y sin la intención de ganarme un problema. Pero no valen las palabras, y siento cómo me alejan de la corniza para poner allí al tipo ese, que nada tiene que ver con mi intención, ni con mi problema. 

"Traidor indiferente es muerto a manos del pueblo: Vox populi, Vox dei

En la mañana de hoy el pueblo ha expresado su rechazo contra la intolerancia arrojando a un joven traidor de los valores de la república igualitaria, por no haber cumplido con su deber de rescatar a un compatriota en apuros. Se sospecha que la víctima deseaba morir por falta de ayuda psiquiátrica."

En medio de la conmoción que genera el hecho de que hayan tomado al muchado que va caminando, trato de mantenerme en pie, a pesar de lso empujones y subo, acompañando a la turba iracunda. Algo no me huele bien, la gente pide a gritos que sea lanzado, ¡por el hecho de no estar interesado en una muerte! No acabo de comprender, pero, si me detengo, quizá sea yo quien reulte arrojado desde arriba.

El piso veinte no tiene muchas cosas, por eso será que el hombre que se quiere lanzar lo eligió, pero ahora veo cómo la fuerza pública se abalanza sobre él y lo saca, a golpes. Piero de vista a la turba, me concentro en los uniformados que se alejan. Me escondo, camino despacio y, al llegar a las escaleras, corro, voy por un pasillo, dos pisos abajo y tomo el ascensor. Veo cómo suben al muchacho a una patrulla, que arranca intempestivamente y los pierdo de vista.... No sé qué pensar.

Siento el bolillo en mi cabeza y veo a dos hombres que se acercan a mi, y que me llevan fuera del edificio, hacia un lugar alejado de todo. Una vez allí, sin sentencia o proceso, escuchó el sonido de las armas que se disparan contra otros jóvenes: son estudiantes. Han pasado quince minutos desde que intenté llamar la atención en la corniza, ahora el tipo con el arma se acerca hacia mi...

miércoles, 5 de octubre de 2011

Del entusiasmo

Todo exceso es vicioso...




El siguiente no es un texto propio, es una reproducción de un fragmento de la novela "La Insoportable levedad del Ser" de Milan Kundera, extraído de la Edición séptima de la colección Fábula de Tusquets Editores, que se encuentra en la página 180, al iniciar el capítulo segundo de la quinta parte de la novela.

Como todo lo que se escribe, también este fragmento tiene una significación particular que, muy a pesar del autor, no podrá llegar a conocimiento de lector, puesto que la interpretación estará dada dependiendo de las circunstancias específicas en que se encuentre, tal como sucede especialmente con la literatura de Milan Kundera, en quien, desde mi subjetividad, he encontrado siempre un significado distinto a las palabras. La idea de esto es, por tanto, incluir un pasaje que para la situación vivida en estos momentos, pero también dejar al lector esa sensación de estar leyendo un texto que va más allá de una opinión, sino, manteniendo el espíritu utópico que se ha pretendido plasmar en el blog, dejar una breve historia, un pensamiento y, para el caso concreto, un homenaje a este gran escritor.


"A los que creen que los regímenes comunistas de Europa Central son exclusivamente producto de seres criminales, se les escapa una cuestión esencial: los que crearon estos regímenes criminales no fueron los criminales, sino los entusiastas, convencidos de que habían descubierto el único camino que conduce al paraíso. Lo defendieron valerosamente y para ello ejecutaron a mucha gente. Más tarde se llegó a la conclusión generalizada de que no existía paraíso alguno, de modo que los entusiastas resultaron ser asesinos.

En aquel momento todos empezaron a gritarles a los comunistas: ¡Sois los responsables de la desgracia del país (empobrecido y despoblado) de la pérdida de su independencia [...], de los asesinatos judiciales!

Los acusados respondían: ¡No sabíamos! ¡Hemos sido engañados! ¡Creíamos de buena fe! ¡En lo más profundo de nuestra alma, somos inocentes!

La polémica se redujo, por lo tanto, a la siguiente cuestión: ¿En verdad no sabían? ¿O sólo aparentaban no saber?"