miércoles, 30 de noviembre de 2011

Poema para un fantasma

No queda ya nada en ese pasado
en ese futuro del que nunca hablamos
del que nunca haremos nada, siendo todo
nada, todo, adiós, vergüenza.

Déjame ver tu rostro,
recordar eventos no sucedidos
y cómo vuelves a desaparecer,
mientras me quedo esperando amarte
desearte, sentirte, adorarte,
arte...
Se acaba mi arte
entre las hojas de papel vacías
y mi bolígrafo sin tinta.
El verde me recuerda la esperanza
de la desgracia de quererte.

No. Hay algo más allá
de tu amor y tu deseo:
El profundo rencor de ser ajeno.

Quiero adueñarme de tu futuro
para tenerte en el pasado
sin tenerte, anhelando la noche
llorando la ilusión de estar sin estar.

Yo sentado
esperando a que nunca llegues.

Tu esbelta figura
jardín de las delicias
del fin del principio
de las sinfonías de mi alma
del ánimo quieto
de las ganas imaginadas
de volver a estar ahí
en la nada.

Tu voz ronca con tonos oscuros
tu mirada impávida de ojos hermosos
tu tiempo sagrado perdido en ilusiones
tus sueños rotos por realidades
tu silueta, siempre imaginada
en recuerdos vagos, inventados
de mis noches de agonía,
en mis muertes de cada día.

La casa vacía que cruza
tu mirada y la mía
nuestras almas reunidas.

Tú con tu orgullo que no te permite hablar
yo con mi timidez de silencios sepulcrales
diez años antes y diez años después.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Reminiscencia de un amor imposible

Cuando le invitaron a la reunión de egresados, pensó dos veces su asistencia: la primera vez, porque nunca fue tan sociable y posiblemente, al llegar, nadie lo recordara, así como tampoco él recordaría a muchas de los que seguramente asistirían. La segunda, recordó que, a pesar de que aún se hablaba con la mayoría de sus amigos, no estaban todos en el mismo lugar desde que salieron, antes del grado, a darse su propia despedida. Finalmente se decidió a ir impulsado por esta segunda vez, pero, más aún, porque, desde que se había regresado al país, no había podido hablar con Laura estando frente a frente.

Laura no era una mujer con un físico escultural, tenía el cabello de color negro, ondulado, la tez blanca, de estatura promedio y unos ojos de fuego, de mirada penetrante, que siempre impactaban. Siempre le había gustado y, a pesar de que sospechaba que ella lo sabía, nunca se había atrevido a decírselo. Era esa timidez característica que le hizo siempre pasar desapercibido para muchos, esa que le había impedido explotar su potencial en todo ese tiempo, y aún en esos momentos, en los que estaba donde estaba por gracia de otros, que lo habían lanzado, que lo habían ayudado de sobremanera. Laura, en cambio, era la persona más sociable que conocía, su conversación era fluida y alegre, distinta de la suya, incapaz de mantenerse fuera del ámbito académico, estricto, investigativo y siempre con un dejo político que le había hecho ganarse uno que otro apodo que le molestaba. Ella era su complemento, pensaba siempre, o por lo menos algún tiempo.

La reunión fue tan aburrida como esperaba que fuera. Evidentemente no muchos se acordaban de él y era molesto tener que contestar a preguntas sobre quién era él, porque, a pesar de que tenía un cargo importante, siempre sucedía que la gente se olvidaba de él con facilidad. Como no había llegado tan temprano como hubiese querido, tuvo que deambular algún tiempo antes de encontrarse con sus conocidos, con sus amigos. Finalmente, en una mesa cerca de la ventana, los encontró, todos estaban allí, Santiago fue el primero en saludarlo y, con sus siempre atinadas bromas, le sacó una sonrisa.

Santiago nunca se desempeñó como profesional en su área, se había dedicado a escribir y así se iba bastante bien. Todos sabían, incluyéndolo, que su destino era la literatura y la filosofía, desde temprana edad había mostrado tener lo necesario para hacerlo. Era también un gran conversador y capaz de tomar una conversación sobre política y hacerla agradable. Andrés, en cambio, vivió y aún vivía a su sombra, puesto que se conocían desde niños y tenían los mismos intereses, pero Santiago siempre fue superior, incluso en hablarle a Laura.

En la memoria de Andrés siempre viviría ese momento en el que dejó de considerar a Laura su alma gemela. Se habían propuesto los tres salir a caminar y tomar un café, como le gustaba a Santiago, pero Andrés, que conocía mejor a Laura, propuso que fueran al museo, cosa que fue aceptada por los otros dos. Entraron en él y Andrés se quedó con la mirada fija en Los Amantes de Magritte, ese cuadro surrealista en el que una pareja se besa, pero sus caras no se pueden ver porque están tapadas con algún tipo de tela, que además cubre la totalidad de sus cabezas. Como si el tiempo fuese eterno, él se quedó allí, percibiendo la obra en todo su esplendor, pensando en tantas cosas que le generaba ese cuadro...

Al voltear, vio que Laura y Santiago se besaban. Su corazón se paralizó y tuvo que luchar con las lágrimas que trataban de salir, desesperadamente. Laura le pidió perdón, no era educado que se besaran delante de él, decía. Andrés dijo que no se preocupara, que no era nadie para impedir la felicidad de dos almas que se reencuentran, como es el amor para Platón, mientras en su mente aparecía esa imagen de Bioy Casares en el cuento En Memoria de Paulina, en la que el protagonista habla con Paulina y ella le dice "esa primera tarde ya estábamos perdidamente enamorados", refiriéndose a Julio Montero, un escritor que aspira a ser conocido; el personaje entonces siente que se aleja de ella y piensa que Montero es el personaje menos parecido a ellos, a menos de que se equivoque y realmente él y Paulina no tengan ningún parecido. Luego de eso, se despidieron, era un viernes, así que no se verían sino hasta el lunes siguiente.

Laura aún no había llegado, pero quizá sólo a él le importaba, los demás ya hablaban de lo que estaban haciendo en aquel momento, muchos habían tenido familia y trabajaban por sus hijos, Santiago escribía y contaba con algo de nostalgia las historias que habían quedado de las épocas de estudiante, otros habían continuado sus estudios y se dedicaban a la investigación y Andrés, por último, había decidido irse por el camino de la docencia, mientras que hacía uno que otro trabajo como asesor, cosa que le había valido el puesto en el gobierno que ahora tenía. Le molestaba hablar de ello, sobre todo porque no gustaba de la monotonía de la oficina y siempre quiso que le pagaran por leer, pero nunca lo había conseguido. Las anécdotas iban y venían, así como muchas otras historias, chistes, bromas y de pronto, sin que nadie la esperara, ella entró y se sentó al lado de Andrés, pero, a más del enrojecimiento en su cara y el palpitar rápido del corazón, no era algo sobrenatural que se sentaran juntos, al fin y al cabo que no soportaba sentarse al lado de Santiago.

Laura llamó esa noche algo preocupada, se escuchaba triste. Andrés le preguntó qué le sucedía, ella le dijo que se había quedado sin su Santiago. Él se sintió tan confuso como Mario Vargas Llosa escribiendo la trompeta de Deyà, en el fragmento que habla del divorcio de Julio Cortázar, nunca se esperó que la que consideraba la pareja perfecta fuera algún día a separarse. Tanto para Laura como para Andrés fue un golpe fuerte, ambos duraron un tiempo invadidos por la melancolía, mientras Andrés escapaba de la realidad tratando de olvidar amores perdidos e ilusiones rotas antes de nacer: siempre tuvo dos amores en la vida y nunca nada llegó a hacerse realidad.

Una vez, en una conversación con Santiago, le confesó: fue la monotonía, nos cansamos de ser siempre los mismos. De no ser por Camila, quizá estaría siendo infeliz eternamente con Laura. Andrés seguía confundido y se limitaba a escuchar, que era quizá lo único que realmente había aprendido hacer, más por su imposibilidad para hablar que por gusto. De todas formas siempre estuvo en contacto con los dos, pero no importaba qué tan cerca estuviese de ellos, porque serían inalcanzables, ella porque era una mujer hermosa, sociable y con muchos pretendientes mejores que él, Él (Santiago), porque era superior en todo lo que hacía, desde el saludo, hasta los trabajos, exámenes, amores. Vivía con la decepción acariciándole la espalda, pero era un dolor mudo, que no podía tener oídos que le escucharan, y esa era su más grande decepción.

Laura le preguntó cómo estaba, puesto que nunca habían perdido contacto y hablaban con cierta frecuencia, no había que ahondar en detalles o, mejor aún, sólo era necesario contar esos pequeños detalles que se escapan a las historias generales. Le dijo que estaba bien, y simplemente entró en detalles sobre ciertos aspectos de lo que habían hablado el día anterior por teléfono, como que en su trabajo las cosas iban bien y que había encontrado, por primera vez en muchos años, un café tan bueno como el que tomaban en sus tiempos de universidad, o le contaba del cielo de alguna de las ciudades a las que tenía que ir para dictar conferencias que pagaba la universidad en la que estaba trabajando.

A medida que el tiempo iba pasando, llegaba la comida, las copas de vino y, como el que ha sido, no deja de ser, al término de la ceremonia fueron a recordar los tiempos del bar. Una vez allí, muchos dieron rienda suelta a lo que quedaba de su juventud, tomando cuanto les ponían sobre la mesa y otros tomaban algunas copas. Incluso algunos salían a fumar como lo hacían en aquel entonces. Como, incluso dentro de los grupos de amigos existen ciertas preferencias de algunas personas por otras, la mesa se fue dividiendo. Los fumadores estaban afuera, los que gustaban de la política en el centro de la mesa, los filósofos, entre ellos Santiago, se fueron hacia un rincón. Estaban los melómanos, cerca de la barra, donde discutían y pedían canciones al barman y, luego de otros tantos, estaban Andrés y Laura de una mesa hacia otra, como siempre había sido su costumbre.

Ese día Andrés había recibido una paliza argumentativa en un debate con Santiago acerca de algún libro que dejaba muchas cosas para interpretar, parecía que las palabras se limitaran a buscar un medio para salir a decirle que estaba equivocado y el medio fuera la voz potente y llamativa de Santiago. Afortunadamente, ese vicio conciliador de Andrés lo había librado bien de la burla general y la humillación en que pudo haber terminado esa tarde. Sin embargo, al final, cuando se habían despedido y quedado en leer el libro para la semana siguiente en el café literario que solía organizar Santiago y en el que la mayoría de los del grupo se habían conocido, Laura le dijo que prefería su punto de vista al de Santiago.

Finalmente, compartiendo su soledad entre tanta gente, volvieron a hablar, después de todo se entendían muy bien, compartían esos secretos y esas ilusiones que no pueden más que contarse a pocas personas... El tiempo fue pasando y ellos fueron una isla en medio de tanta gente que hablaba de tantos temas.

Esa tarde le había llamado llorando. Una vez más las ilusiones estaban quebradas, como las de él, infortunadamente no quería hablar, así que la conversación fue tan corta que sólo cruzaron un par de palabras y un par de mensajes, para verse en algún momento. Llegado el día, tomaron café. Andrés no había almorzado, pero no importaba porque pensaba que ella valía más que su almuerzo. Charlaron toda la tarde y hasta entrada la noche, bajo el toldo y la luz de esa luna plateada que alumbraba sobre el café, y el frío soplo de Eolo que arreciaba por entonces, comentaron sus experiencias y a Laura le parecía que la vida se acababa, pero aún la esperanza estaba porque tenía un apoyo, un hombro en el cual dejar la decepción para volver a empezar.

De tanto hablar y pasar por tantos temas, llegaron al pasado, y con él, las ganas de caminar se apoderaron de los amigos de años atrás, un camino de nostalgias y melancolía se aprovechaba de sus palabras y las enfocaba hacia algo que en algún momento deberían afrontar. Le preguntó si sabía que gustaba de ella, respondió que si, o por lo menos que lo intuía. Luego hubo silencio, la lluvia empezó a caer despacio, con la dulzura de la brizna. Después fue más fuerte, pero no importaba, porque en sus cabezas aparecía André Bretón gritando que eran un destino y no tenían tiempo para respirar, tampoco para detenerse. Un semáforo los detuvo y él rompió el silencio: ¿Y si la historia pudiese cambiar, te atreverías? Y ella contestó con un beso, mientras se marchaba.

martes, 22 de noviembre de 2011

Se desvelaba con el sonido del teléfono.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Recortes

Sucede que me canso de ser hombre (Neruda)
alma mía
 y no olvides llevar tu cuerpo (Gonzalo Arango)
el poeta pregunta por Stella (Rubén Darío)
dentro de mi hay un león enfrenado. (José Martí)

Hagamos un trato
 compañera (Mario Benedetti)
una noche
 una noche toda llena de perfumes (José Asunción Silva)
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias (Porfirio Barba Jacob)
todo nos parece intrascendente (Fito Páez)

Yo no quiero volverme tan loco (Charly García)
y sin embargo (Joaquín Sabina)
La vida es una cárcel con las puertas abiertas (Andrés Calamaro)
y un mudo con tu voz y un ciego como yo, vencedores vencidos (Los Redondos)

Nena, nadie te va a hacer mal (Serú girán)
tendremos un hijo si quiere venir (Sui Generis)
¡Ay!, juguemos, hijo mío (Gabriela Mistral)
si una espina me hiere (Amado Nervo)

Quizá esta tarde divina de Octubre (Alfonsina Storni)
Dos cuerpos frente a frente (Octavio Paz)
Se escucha el canto
 de un hombre solo (José Ramiro Velásquez)
Pero hace tanta soledad
 que las palabras se suicidan (Alejandra Pizarnik)

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Vendo: zapatos de bebé, sin usar.

(Ernest Hemingway)

lunes, 14 de noviembre de 2011

La guerra y su tristeza

Afuera llueve, pero no puedo disfrutar de las gotas y el frío, hoy no tengo ganas. Tampoco puedo dormir para verificar si se duerme mejor cuando llueve, porque no tengo sueño. Hace días que no duermo, no porque no me sienta cansado, sino porque mis ojos no se cierran, o lo hacen sólo por unos instantes y hay un pitido en mi cabeza todo el tiempo: el sonido de las bombas deja secuelas.

Cuando esto empezó, a nadie se le ocurrió que podía durar tanto, del mismo modo, quizá por la confianza que hay cuando es uno quien empieza la guerra, que podríamos perder. Vi cientos de personas enlistarse, movidos por lo que llamaban el orgullo patrio, unos, otros por fama y dinero, por mujeres, o el simple sabor de la sangre en el acero y la adrenalina de arriesgar la vida. Con el tiempo, los desfiles por los héroes fueron disminuyendo y, casi en la misma medida, iban aumentando el alistamiento de reclutas sin su consentimiento; cualquier persona después de cierta hora, se convertía en héroe.

Las noticias hablaban de batallas ganadas y de un fin próximo para la guerra, sin embargo, era imposible ocultar la verdad, las casas empezaban a estar deshabitadas, los niños crecían sin padres, los intelectuales corrían al exilio... Sólo unos pocos lográbamos escondernos del honor de luchar por un país que tomó decisiones con las que no estábamos de acuerdo.

El tiempo continuó su camino y, de la nada, empezaron a aparecer tanques y camiones, soldados enemigos rodeaban casas y edificios, pueblos e incluso ciudades enteras. Se veía a los niños correr entre los escombros, buscando algo con qué jugar y a las madres, haciendo lo mismo, buscando qué comer. Ya las noticias no mentían y el gobierno enviaba lo que llamaba su "última esperanza", el cuerpo diplomático, o lo poco que quedaba de él, puesto que muchos habían partido hacia algún otro lugar del mundo cuando todo empezó. No resultó. La rendición y el cese de hostilidades no era una opción, ni siquiera para ser tomada en consideración. Los gobernantes huyeron y, hasta donde supe, puesto que con el paso de los días los medios fueron intervenidos, para después ser sacados del aire, habían sido capturados y llevados a muchas las prisiones del enemigo.

Sumidos en la total anarquía, muchos se convirtieron en soplones, denunciando a quienes conspiraban contra la instauración de un nuevo gobierno, muchas veces con falsas acusaciones y pruebas, la situación lo ameritaba. Yo me limité a huir, a esconderme entre los escombros y cambiar de sitio todos los días, en ese tiempo era peligroso incluso estar con lo que muchos atinaron a llamar el nuevo régimen. 

En los últimos meses, cuando ya empezaban a hacerse los arreglos para la posesión del nuevo gobernante, di con un grupo de personas que, como yo, huía, pero que querían ser héroes, eso decían. Estaban bien informados y pensaban que la invasión acabaría en el momento en que el pueblo hiciera frente de forma pacífica ante el país invasor, el que ahora se adueñaba de nuestro suelo. Pensé que se podría creer de nuevo, que existía esperanza, así que me uní a ellos y, el día de la posesión, marchamos quienes quedábamos, unos pocos hombres, algunas mujeres y niños, muchos niños, que, al llegar corriendo a abrazar a los soldados de una patria distinta, fueron recibidos con el calor del fusil y el fuego de las granadas de fragmentación. Los cuerpos caían, uno a uno, mientras las personas, que ahora eran blancos de práctica de tiro, corrían buscando algún tipo de refugio. Quedaron algunas pocas fotos de recuerdo, incluso hay una mía, que me valió la entrada a la lista negra del ejército y el título de terrorista.

Ahora tengo una granada en la mano y pienso morir por una patria ya desaparecida, pero, incluso cuando no se tiene nada que perder, uno puede sentirse triste.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Distopía

Aquel era un tiempo imposible, no se podía amar.

martes, 8 de noviembre de 2011

Microcuento

Gustaba de dormir con niños para despertar con hombres.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Ilusión

Buscabas al hombre y te perdiste en su arte.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Corazonada

Tal vez porque no recordaba tu sonrisa, ni tu mirada de ojos negros y perdidos, no noté que volvías con la misma intención que en aquel entonces y no me percaté del peligro en el que estaba. El tiempo había cambiado algunas cosas en nosotros, pero jamás tocó tus largas piernas ni esa forma tan tuya de moverte, ese lento caminar que siempre te caracterizó seguía allí, después de veinte años. Saludaste a quienes recordabas con la misma euforia de los días pasados, con tus modales de viejo libro de urbanidad, con el carisma que forma parte de tu personalidad. Te acercaste a mi, tal vez sin recordarme, con el halo de misterio que siempre recordaba. Dijiste algunas palabras y luego te fuiste.

Te seguí con la mirada y vi cómo coqueteabas con distintos hombres desconocidos para ambos, lo notaba porque veía la inseguridad en los movimientos de los labios y el temblar constante de las manos de personas que jamás salen de sus casas sin sus esposas. De vez en cuando me percaté de que volteabas a mirarme, como si me incitaras a seguirte. Un par de corazonadas me hicieron pensar en seguir tu juego, había quedado herido aquella vez y no deseaba repetir la situación. Otro par de corazonadas y dejé de pensar. Me puse de pie y te seguí. Llevabas dos copas de champán y salías con dirección al balcón del gran salón, en el que estaban reunidos los más importantes líderes y empresarios; había también algunos invitados de gran importancia intelectual y, por último, estaba yo, que llegué por error y no buscaba algo distinto a escapar de la realidad y el pasado.

Salí y me volviste a hablar, recordamos tiempos perdidos en la memoria y miraste al cielo. Balbuceaste algo, no logré entender y me extendiste una de las copas. Otra corazonada. Recibí la copa y tomé, mientras veía que caminabas de un lado al otro, desfilando en tu vestido gris para las estrellas y la luna, siempre blanca, suspendida en medio del firmamento. Me pediste que bailáramos, sabiendo que no puedo resistirme a tus encantos. Me acerqué para darte un beso y pusiste tu dedo sobre mi boca, impidiéndolo, sentí algo sobre mis labios cuando lo retiraste, pasé la lengua por mi labios, sabían extraño. Después sólo respiré almendras.

Sentí una aguda quemazón, mi respiración se agitó, mi corazón aceleró, de mi frente caía el sudor frío y vi cómo me piel se tornaba azul... Debí obedecer a mi corazón.

martes, 1 de noviembre de 2011

Palabras suicidas



Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan.

(Alejandra Pizarnik)