jueves, 24 de febrero de 2011

Perfección

El hombre que despertó en un mundo perfecto, se murió de aburrimiento.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Muerte en una tarde de Febrero.

El tiempo se fue con las hojas que sucumbieron ante el viento de una tarde de Febrero, tu mirada se curzaba con la mía y me fui sintiendo quieto, quedo, muerto. ¡Adiós vida mía!, de nada me arrepiento.

martes, 22 de febrero de 2011

Bruja

Como si el tiempo no pasara, ella estaba allí sentada, siempre sentada en la mecedora del frente de la sala, que daba al patio de tierra húmeda. Las hojas caían de los árboles, como moscas que destruyen la luz del bombillo, y pintaban de negro el brillo naranja de la tarde. Su cabello castaño reflejaba el brillo que otrora hiciese que el viento pasase a su lado con el frescor de la mañana y llevase ese aroma de guayaba fresca, de cítricos en el árbol, de locura impertinente hasta lo más profundo de los jóvenes de nuevos corazones, corazones sin penas, sin cordura, porque en la juventud amor sin locura no es amor y el deseo vale más que la razón. 

La bruja le llamaban. Sería quizá porque su olor elevaba la razón a la locura, que ningún hombre resistía a sus encantos y muchos fueron los que se perdieron por causa suya, como Miguel, que terminó mendigando en otro pueblo, luego de que ella no lo aceptara; o porque se decía que se la veía siempre de noche en el cementerio, corrían los rumores de que sacaba huesos de las tumbas y que comía la carne de los cadáveres; decíase también que tomaba la sangre de sus amantes, por eso no aparecían después. Pero nada era confirmado.

Siempre se dijo de ella lo peor. Se habló mucho tiempo de apariciones con su rostro, de moños en las casas. Se rumoraba que se paseaba en las noches por la parte baja de la ciudad, pero nunca se vio quién frecuentara esa parte y la viese. Las mujeres hablaban con un rencor casi envidioso, mórbido, que hacía que los niños gritaran, salieran corriendo y se encerraran en sus casas, con el miedo inocente que produce ese apelativo: bruja.

El tiempo fue pasando y con el tiempo y las hojas de los árboles arrastradas por el viento, se fueron también volando los rumores que azotaron el pueblo, esos que tenían forma y facciones de mujer madura, vieja, anciana y adolescente con envidia, con comentarios parsimoniosos ya desvanecidos; pasaron los años y su cabello perdió el brillo, ese brillo que hacía sus ojos redundantemente refulgentes y que lograba enamorar a los pequeños que, para esa época, ya no tenían por qué correr.

Luego su forma se fue engrosando, haciéndose poco atractiva para los jóvenes de ímpetu insaciable y limitándose entonces a gozar el regocijo de su mecedora, en la cual parecía como un pequeño autómata, movido por alambres en un constante ir y venir, ir y venir, con el viento que pasaba con las hojas y las personas, con el tiempo compuesto de días que son hojas de árbol en el viento que te lleva a la eternidad, porque, después de todo tú sí que eras la bruja, tendrás que seguir allí, recostada en tu mecedora viendo a la gente pasar, como hoy paso yo y te veo, y llego a tu lado y muero; y tu, siempre viviendo, siendo la eternidad.

jueves, 17 de febrero de 2011

Memoria de tarde gris.

El tiempo nos dejó encontrar siempre en el mismo lugar, en la mismas tardes grises y lluviosas, despaciosas como caracoles que luchan, ingrávidos, con la pendiente cerca de las casas con jardines, ya inexistentes. Miraste mi presencia, era absurda, pero te gustaba, quizá porque no importaba a nadie más que a mi, más que al destino que me obligaba a estar así frente a ti.

Las casas y los edificios pasaban ante nuestros ojos a velocidades que no podemos correr, sólo experimentar en cajas de latón y aluminio, de fibra de vidrio o carbono, las veías mientras mi mirada iba concentrada en un camino a ninguna parte que recorríamos con ansias, añorando una recta infinita que nunca llegaría, entre tanto yo te preguntaba sobre tus sueños, tus logros, tus aspiraciones... No contestabas, no contestabas porque a lo mejor sabías que no saldría de este agujero de rostros igualados por leyes de papel y manos invisibles reguladoras del mercado, no respondías porque, de pronto, estábamos cruzando la puerta del sitio aquél que sugeriste y pedías café con pan francés, que comías ausente de ganas de conversar, concentrada en la mancha que se expandía en tu pantalón blanco que presentaba señas de haber pisado charcos. Pienso que no contestabas porque no valía la pena contestar, porque todo siempre paraba, en tu vida, en el mismo lugar.

Quizá fuese por eso que, al llegar a la casa esa con el matorral en la entrada, ahí donde te saludaban como si lo habituaras, luego de decirme que pasara, que diera el dinero por la entrada y pidiera una habitación sencilla, y que yo me negase a acompañarte, simplemente dejaste de hablar. Te pregunté qué pasaba y vi en tus ojos de cristal pulido cómo tu corazón lloraba, porque, un instante siquiera, pensaste en otra posibilidad y se apoderaba el arrepentimiento de tu razón. Llorabas desnuda sobre la cama, eso me contaron, por mi roto corazón y yo entonces renunciaba a estar a tu lado en una cama, porque, a fin de cuentas, jugaba a que era el caballero y a que tu eras mi princesa inmaculada, ésa era la razón de no haberte acompañado en esa tarde acompasada por las gotas de café que caían sobre tu pantalón.

El tiempo dejó de encontrarnos en ese horrible lugar, porque otros tendrán tu beldad, tu bondad, tu cuerpo flexible e inanimado, cansado de llorar.

viernes, 11 de febrero de 2011

Descripción de un instante de desesperación.

Una llamada, una carta, un aviso, un mensaje, cualquier cosa, te avisa que va, que viene, que esperes y tu le crees porque su tiempo es valioso, porque el tuyo no es nada si no estás a su lado siquiera un instante, siquiera un momento que será gratificante.

La mente te mata, te obsesiona con remordimientos, con cosas por contar, con soledades infinitas entre ríos de personas. El pensamiento te acobarda, te consume, te vuelve loco con esa sensación de vacío, de eterno desvarío y falta de coherencia, de ganas de escapar y no quedarse con eso adentro; una necesidad. Pero una necesidad que no es física, que es mental o, quizá, espiritual, que es de ti y para ti, sin que tengas en cuenta algo más que sentirte bien, que estar bien contigo y salir de la miseria en que sumes tu propia existencia cuando te sientes así, necesitado, esperando la llamada, la carta, el mensaje, o lo que sea que te haga sentir mejor. Mientras esperas sentado que venga, que llegue, que esté, que espere; que te brinde un poco de su tiempo fingiendo interés, o realmente prestando atención a tus palabras... palabras que se llevará el viento y no tendrán más que una temporal acogida, que no llegarán más allá de tus labios, de un intercambio de palabras y un largo silencio, silencio de sonidos de ciudad y de bares, de cafés o restaurantes que nunca frecuentas porque no conoces; silencio enorme que se lleva el sentimiento de soledad en que te encuentras, de melancolías arrítmicas y canciones desesperadas, silencio de calma que precede a futuras tormentas...

Y es entonces que te sientas a esperar y ella nunca llegará. Sigues allí esperando, guardando falsas esperanzas de visos de cordura en su alma, un viso de locura en su cuerpo, una mirada lujuriosa o una sonrisa brillante... que siempre esperarás y nunca tendrás, jamás.

martes, 8 de febrero de 2011

Concierto para un amor

Si, aquí está, eso es. Saca tinta y papel, después toma la hermosa pluma que estaba sobre su escritorio y la moja en el tintero, que de color azul y tinta negra. Se agacha, tomando una postura para escribir y piensa lo que allí aparecerá.

Un inicio pianísimo, eso es, si, ya lo oigo sonar, el sonido del clavicordio haciendo que la música dé la impresión de que estás mirando, con esos ojos que son cafés, con un extraño toque dorado, dorado de trompetas brillantes y trombones que empezarán a tocar a destiempo para que los escuchas estén oyendo la pureza de tu cuerpo, de tu piel canela, como los violines y las violas que harán trinar sus cuerdas fortísimo, imitando tu aspecto dulce pero serio, tierno pero duro. Seguirá la tuba tocando en octavas altas algunas notas sueltas que serán como tu cabello al viento de un arpa que imitará la textura de tu piel, con la suavidad de sus sonidos. Un solo de violín imitará tu caminar y con ello el primer movimiento terminará, haciendo que todos se pregunten quién es la deidad.

El segundo movimiento empezará con una fantasía impulsada por el oboe y la flauta que harán que tu voz parezca, ante los oídos de todos, de verdad, imitándote tan perfecto, que pensarás que allí estás, entre la gente que en el teatro se encuentra, por la gracia de contrabajos que tus pasos serán y por la obra de clarinetes que serán las miradas que en la calle a veces te dan. Una armonía de cuerdas con el cello a la cabeza harán que la gente se pregunte en qué parte de la ciudad estás, mientras un par de cornos franceses que imaginan tu pensar se quedan en el silencio, silencio absoluto, silencio total...

El sonido de timbales llenando el espacio con su sonido sublime hará que aparezca yo en la escena, acompañado de flautas que cantan como canto yo cuando te voy a visitar. Violines y contrabajos que imitan mi voz temblorosa, con el piano acompañado de fagots y piccolos hacen que el público sienta lo que yo, una sinfonía de sensaciones, de trompetas revoltosas y trombones delatores de lo que es el amor. El redoblante remata la pieza con el sonido de mi corazón y trompetas, otra vez, y violines, nuevamente, cantan al sentimiento sublime del fondo de mi corazón, así será el tercer movimiento.

Percusión absoluta, un crescendo inmarcesible que dure algo de tiempo hará que la impresión de los que escuchan exhorten a la orquesta a continuar, porque calla lentamente y las cuerdas vuelven a tocar un ritmo, ritmo de vals que nos lleva a los palacios daneses, franceses o austríacos, dando impresión de inmoralidad, de baile lento pero ardiente, fruto del trémolo del piano que, agresivamente insiste en continuar un llamado a todos los bronces de la orquesta, que contestan con el poder y el brillo de sus campanas, campanas tubulares que incitan a pensamientos de vidas felices y felices recuerdos, como los que tengo al pensar en ti, al evocar... 

El músico termina, su partitura debe entregar al mecenas, para luego estrenar. Sin embargo, guarda la esperanza de que ella entienda el mensaje que acaba de mandar.

lunes, 7 de febrero de 2011

La hormiga filósofa

Imagine un hormiguero, con su reina, los zánganos, las obreras, soldados; con su mecánica rutina de salir, en el caso de las obreras, defender, en el caso de los soldados, reproducirse en el caso de las reinas y los zánganos. Imagine que, por cosas de la naturaleza, como la evolución, o el poder de Dios, de dioses o por acción de algún demiurgo, las hormigas que allí viven son, además de una entidad colectiva perfecta en casi todo punto de vista, inteligentes, en el sentido de estar dotadas de razón similar a la humana. Son estas hormigas seres pensantes, desde nuestra óptica y están en algún remoto lugar al que no es posible llegar a grupo humano alguno.

Imagine entonces a las hormigas dialogando, juntando sus antenas y moviéndolas de esa manera curiosa que tienen para comunicarse, por medio de feromonas captadas por los diferentes órganos sensitivos que están en éstas, de cosas como "la proyección del poder del hormiguero en un futuro próximo", "la taza de crecimiento en centímetros cuadrados, digamos, de éste", o de simples preocupaciones de la vida cotidiana como el mejor almacenamiento de las larvas y la comida en un espacio determinado, o comparaciones entre ancianas a punto de morir para convertirse en alimento de nuevas generaciones sobre la reina anterior y la actual en cuanto a la cantidad de huevos y la calidad de trabajadoras que nacen cada hora. Piense en ellas saludando de una manera muy cortés a la reina y a los zánganos, cuyas funciones constituyen la base para el adecuado funcionamiento del hormiguero, en la medida de ser productores de fuerza de trabajo, en la reina descansando o cumpliendo su función; las obreras actuando como un ente armónico para esquivar objetos, patas de animales, aprendiendo de forma interactiva, porque a diferencia de otros insectos y, a semejanza de los mamíferos, las hormigas tienen la capacidad de enseñar y aprender sin necesidad de imitar,  defendiéndose de sus enemigos naturales, muriendo y siendo dejadas atrás.

Ahora reflexione acerca de qué pasaría si, un día cualquiera, o mejor, en una hora cualquiera, en un minuto cualquiera, porque evidentemente la vida de las hormigas es bastante más corta que la de los humanos, nace una hormiga obrera, pequeña, con su cabecita característica, a diferencia de las obreras medias o grandes obreras, que tienen cabezas bastante más grandes y las últimas las tienen de un tamaño desproporcionado en comparación con su cuerpo. Todo va normal, se alimenta de hojas, cadáveres, hongos, etcétera; mientras crece y se alimenta, ve centenares de hormigas que, como ella, crecen y se alimentan, que nacen y al salir de su huevo son de color blanco, infinitamente pequeñas, luego cambiando a su color negro, café o rojo, según sea su preferencia. Pero, a diferencia de las demás, esta hormiga en específico se concentra en mirar, mira y ve que todo es mecánico, sin entender, debido a que en este punto no hay algo más que algunos soldados y, como debe recordar, estas hormigas están dotadas de la capacidad de razonar.

Sus ojos y sus antenas empiezan entonces a emitir feromonas que preguntan qué es ese lugar, sus órganos sensitivos, con el movimiento sutil y curioso de las antenas reciben la respuesta, el hormiguero. Más feromonas en el aire que preguntan qué es todo eso, de dónde vienen, hacia dónde van, para qué tanto alimento, seguido de movimientos de antenas y emisión de feromonas que responden que son hormigas, que todo eso es el lugar en el que viven, su hogar, que son hijas de la reina y que, como obreras que son, deben ir en búsqueda de comida, consistente en hojas, hongos, cadáveres, etcétera. Imagine que entonces el aire se empieza a viciar de feromonas que constantemente vienen y van con preguntas y respuestas de toda índole, hasta que, de un momento a otro, las demás hormigas de aquel lugar del hormiguero empiezan a enviar feromonas que vuelven el ambiente aún más pesado, haciendo que lleguen más soldados que sacan entonces a esta hormiga primera y única en preguntar.

Imagine luego una especie de aislamiento de esta hormiga que sólo sabe preguntar y que, se ha convertido en un problema para la comunidad del hormiguero, haciendo que se alarmen y también otras hormigas empiecen a preguntar, haciendo que, como ente colectivo capaz de una unidad de pensamiento, el hormiguero corra el riesgo de difuminarse en facciones, en grupos de hormigas que elegirán uno u otro camino al recolectar alimento, corriendo mayores riesgos. Piense entonces que, a pesar de ese confinamiento, esta hormiga, como obrera que es y, por tanto, como constructora de hormigueros, por la información genética existente en su ser, escapa a su celda, a su prisión, para pensar que quizá las cosas deban cambiar, para viciar el aire con feromonas, que comunican que hay que hacer una debida organización del trabajo, que deben haber descansos, porque las hormigas no duermen, etcétera, que harán que la producción se detenga y el aire se vicie y las antenas se muevan de esa curiosa forma, para enviar de vuelta más información que seguirá viciando el aire para llamar a más soldados, que seguirán enviando señales y señales y señales, con un aire cada vez más pesado que se calmará cuando llegue la reina y ordene a uno de sus miles y millares de hijos que se detenga.

Imagine entonces que el tiempo pasa y esta hormiga es vista como desadaptada, es rechazada por sus congéneres, si cabe la palabra, pero se resigna a actuar de forma mecánica y se queda en el pensar. Entonces piensa en su historia, en todo lo que ha sucedido en esas horas, o en ese día que tiene de vida y recuerda el principio: los nuevos aprenden más rápido y fácil. Prosiga en su recorrido imaginario al punto en el que todo esto empezó. La hormiga llega al sitio del que salió y, con el curioso movimiento de antenas, envía información codificada en forma de feromonas que es recibida por los blancos seres saliendo de sus huevecillos para producir preguntas y respuestas que, también codificadas en forma de feromonas van a viciar el aire y a hacer que muchos soldados lleguen, alertados por el mismo ambiente pesado, luego vienen muchas señales enviadas en forma de feromonas, muchos movimientos constantes y continuos de antenas, siempre en esa curiosa forma y el aire más y más pesado. El pensar de las pequeñas y hasta ahora nacidas hormigas hace que se emitan más y más señales, más y más movimientos en un círculo interminable de ir y venir de feromonas y antenas, de hormigas histéricas y desesperadas que aprenden y dejan de pensar hasta que cada respiración, cada movimiento es tan diferente que las paredes del hormiguero empiezan a estremecerse. Las hormigas desesperadas buscan salidas haciendo caso a su mecánico instinto de conservación y salen, algunos mueren entre las ruinas de lo que fuese, quizá, el hormiguero más próspero del área.

Después, imagine a esta hormiga protagonista de la caída de un mundo entero rodeada por todos sus compañeros, su reina y los zánganos, que, con su curioso movimiento de antenas, le recriminan su actuación. Luego de alguna especie de juicio y de certificar un jurado de zánganos el veredicto, la hormiga es condenada a morir en las garras de algún depredador, mientras el resto de la colonia su mundo empieza a reconstruir.

Ese es el destino de una hormiga filósofa.

jueves, 3 de febrero de 2011

Terquedad de campesino

Me dices que estudie, te contesto, ¿que estudie qué?, si de todas formas me cambiarás por algún ingeniero, jurista, o pordiosero. Me dices que no pasa nada con eso, que no me cambias, que me amas como soy; pero... Si tanto me amas, ¿entonces por qué quieres hacerme eso?, por mi talento, les cuentas a tus amigas, hijas de ricos de la capital, ricas de pueblo y pobres de ciudad, pobres de espíritu y pobres de moral. Quieres que estudie para que escriba y no me limite a garabatear la hoja de papel blanco que me acabas de regalar, no es más...

Me pides que te contente, que deje mis tierras y vaya a la ciudad, como si allí estuviese el futuro, como el campo no fuese nada y no fuera más que excusa para amar la capital, la metrópoli llena de angustias y pesares, de desmanes y de esmog, de polución.Te digo que olvidar mi tierra no puedo, porque, a fin de cuentas ¿Qué es de un pueblo sin alimento?, te quedas callada, dices lo siento, como si tu ignorancia no fuese un pecado que sobre ti recayera, como si tuvieses la culpa de vivir tu vida aislada, como si algún doctor de allá, de la ciudad, pudiese entender y explicarte, o siquiera aprehender el hecho básico: el campo es necesario, hay que recordarlo, nunca abandonarlo y aprovechar, porque el sustento ha de ser propio y no extranjero, porque la base del gobierno es propio alimento y ejército, si no ¿Qué ha de ser del gobierno? Nada me dices, estás callada, brillan tus ojos negros y me dices que por eso es que pides que yo estudie, pero yo no quiero eso. Ahora déjame seguir leyendo...

Historias de feria

Nos perdimos, yo en tus ojos, tu en los míos. Esperábamos que el día naciera con besos que iban desde la frente hasta los labios. tocábamos nuestras frentes y no parábamos de mirarnos, pero no sabíamos qué observábamos. El sol salía y con él todas las desgracias, mientras tu y yo ensayábamos ese juego de amarnos a montones, de sentir la euforia de ganas contenidas que se liberan en un solo instante. Sonreíste y dijiste que todo estaba bien. Nos olvidamos de las cosas que estaban alrededor, del mundo y del universo, sólo estábamos tu y yo, y el amor, también el amor que acababa de nacer. El brillo de tus ojos me produjo esa hermosa sensación de encontrar lo que nuca has de buscar, pero que te alegrará y te ayudará. Mis labios hicieron que tus pupilas se dilataran y tus brazos me rodearan, haciendo que mi cuerpo sintiera tu calor, tu sonrisa hizo que mi corazón se acelerara y te preocuparas, pero no pasaba nada, sólo algo de taquicardia. Tus besos, que ahora iban más abajo de mi cuello, hicieron que la respiración parara, lenta y placenteramente, haciendo que todos los músculos se contrajeran, que el mundo se desvaneciera, que todo oscureciera...

Luego desperté, estaba dormida bajo el árbol y fue un milagro que no me hubiese pasado nada. Las ferias continuaban y estaba sola, sola bajo la luz del poste que se filtraba por entre las ramas del guamo sembrado a las afueras del pueblo. Pensé que sólo era un sueño, pero estabas tu allí, tirándote a la otra...

miércoles, 2 de febrero de 2011

Te llamabas Soledad

No sé hasta dónde lleguen las ganas, pero sé que lo importante no es, precisamente, disfrutarlas.

Esa mañana de Agosto, con sus vientos que elevan cometas de niños perdidos en el pensamiento de un dios que tira los dados y esconde el resultado, estabas de pie, sola. Llorabas. De tus ojitos azules salían lágrimas doradas por el efecto de reflexión que genera el sol cuando traspasa la superficie de aquella gota de corazón, de alma rota en que escapaba tu pena bajo la mirada de Helios. Tu cabello negro al viento ondeaba, sublime, haciendo que tu aspecto se tornara tierno, demasiado tierno para quien viste pantalón de cuero y botas doce puntos. Demasiado tierno para quien viste camisa de Judas y saco de Kreator.

Recuerdo tu mirada, mirada triste de sueños rotos, de nostalgia de amores perdidos, amores de perro fiel y zorros infelices, siempre astutos... Astutos como las cucarachas, que roban y se esconden, como él se robó tu dignidad. Me perdí en tu tristeza. Me perdí en la tristeza de tu nombre, ¡oh, mi amada Soledad!, porque yo supe tu nombre, lo leí en tu mirar y lo confirmé al preguntarte ¿Qué te pasa?, cuando me dijiste que eras triste y te llamabas Soledad.

Luego te llevé a pasear, caminamos juntos largo rato, esperando que nos vieran los niños y nos invitasen a jugar, me dijiste que la idea no era esa, que era mirar, aprehender y esperar, porque decías que todo va a mejorar, que la melancolía se irá. Luego comimos un pan, porque no querías hacerme gastar, quizá sabías de mis problemas de dinero, o de mi falta de caridad. Comimos y te fuiste, te alejaste cantando una balada de metal, Akash, quizá, en una sonrisa al atardecer de un hombre que sufre y llora, que se alegra de su dolor... Una sonrisa al atardecer que lleva consigo la promesa de sacar un gemido al viento por un amor que nunca fue...

Las ganas se quedaron sin calma, quizás por eso te llaman, mi querida Soledad, levantando una protesta a toda felicidad, a toda alegría, haciendo una apología de la nostalgia y la melancolía, combatiendo la esperanza con mortal aburrimiento, con tristezas eternas y con tu recuerdo, recuerdo de ojos llorando el llanto eterno de aquella desgracia con que ahora encuentro la pureza de tu nombre.

Hoy me acuerdo de la tarde en que no te volví a ver, que empezó una mañana de Agosto, viendo tus lágrimas caer. Soledad, amada mía, nunca me dejaste, aunque no te pueda ver allí estás, esperándome, con la sonrisa del atardecer... 

Regreso a casa

-Señorita, ¿por qué no voltea?, no es por aquí por donde siempre bajo. Oiga, señorita, mire que por acá no es mi casa. ¡Escúcheme! le pago para que me lleve a mi casa, hágame caso. Oiga, este lado de mi casa no lo conozco, ¿por qué no había pasado por acá?

-Porque nunca lo había imaginado.