domingo, 25 de septiembre de 2011

Sueños





Puede decirse que los sueños expresan la más honda profundidad del alma, aunque por otra parte sean extravagantes.

G. W. F. Hegel

sábado, 24 de septiembre de 2011

Relato

Había pasado mucho tiempo ya, más de una década, para ser algo más precisos, dejando, empero, la intriga desenvolviéndose en el estómago de aquel que esté leyendo. A pesar de todo lo que había sucedido, que, para este momento ya no importa, la alegría y la ilusión estaban como el primer día, fulgurantes.

Recién había vuelto a la ciudad, de la que estuvo alejado por motivos que no necesitan ser expuestos, no por sabidos, pero por indiferentes al desarrollo del episodio a narrar. Se había hospedado en la antigua casa familiar, en la que alguna vez pasó los días eternos de sus vacaciones, siendo niño. Por supuesto que no era ya la misma, de su familia no quedaban más que algunos amigos en ese lugar, que se habrían ido por razones que no tiene caso explicar y que siempre puede deducir el lector. Allí, había visto el pasar de las hojas y escuchado el ruido del riachuelo, como antaño; se había sentado bajo el árbol viejo, de tanto significado para él, por razones que no entenderían los lectores más juiciosos, y sintió lo mismo que la última vez en que estuvo allí: el inmenso dolor de tener que partir sin poder decir esas cosas, que no se explicarán aquí porque le quitarían la emoción al relato, que habrían cambiado su historia de forma definitiva.

Recordó el momento de su triste partida y la vida no concedida que había llevado desde entonces. Por cuestiones que no precisan, ni deben resolverse, estuvo en la vieja casona tomando café, conversando acerca de nimiedades, cosas poco interesantes y que no merecen contarse. Allí supo de la persona que, por razones presupuestas para el lector, había hecho de su vida un caos, un desorden incontrolable que engañaba hasta al destino, volvía, regocijándose de alegría por los éxitos, que no se exponen por ignorancia, conseguidos.

Vagó por las calles, tan iguales, por su significado, que no se expone porque ya debe conocerse, y tan diferentes, por los cambios propios en los tiempos, de los cuales ya ha de tener el lector una idea, pensando en cosas que no pueden contarse, porque cada quien, como debe saberse, tiene locuras distintas dentro de su mente. Así, llegó a uno de esos predios que por causas desconocidas siguen siendo como fincas, allí, vio cómo un par de niños jugaban y, aguzando la vista, observó ese brillo de ojos marrones y, como ya debe suponerse, supo lo que pasaría. De todas formas, quizá porque no necesita explicarse, no hizo lo pertinente y continuó en su rumbo a ninguna parte, con esa sensación de culpa, que ya se mencionó, y que le persigue a cada instante.

Habiendo llegado, nuevamente, a la que fuese su casa, vio el vestido negro y los tacones, las piernas torneadas y la tez blanca, que ya debe estar imaginándose el lector a quién pertenecen, y entonces sintió el corazón tan acelerado que se le iba a salir,  el nudo en la garganta y su consecuente imposibilidad para articular palabra, las mariposas en el estómago y el sudor frío. Ella se acercó e intentó besarlo, él, sin saber qué hacer, sólo guardó silencio y se quedó quieto, como es normal en esos casos, teniendo en cuenta que ya debe saber el lector qué clase de persona es, ella, se queda esperando, él se mueve, ella baja su mirada, él también.

Y el final es un eterno retorno de lo idéntico, el hombre que no conoce su historia se condena a repetirla, y no importa qué es lo que sucede, porque se entiende que quien lee estas líneas ya sabe quién escribe.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Recompensa

Nadie esperaba que aquella vez callara, esperando la respuesta del contrario, del hombre sentado al final de la sala inmensa en que siempre se llevaban a cabo los concursos de oratoria. Quizá pensaría el mundo que callaba porque no sabía qué contestar, pero el silencio era la mejor arma, como se pudieron dar todos cuenta, cuando los conceptos se confundieron y no hubo quien los aclarara. El silencio ganaba...

Nadie esperó, tampoco, que esa noche bebiera. Todos celebraron el hecho de que tomara copa tras copa, mientras su mirada se fijaba en el vació inmenso que en ese momento era su cabeza... Su mente un laberinto que le perdía entre tanto conocimiento. Una amalgama de sentimientos perdidos y vueltos a encontrar, un fin de semana perdido entre botellas y cigarrillos y, en la salida, entre las paredes que se dibujaban en sus ojos, una sonrisa tan blanca como las nubes en verano.

Cada copa un nuevo rechinar de dientes, una mueca de asco y una voluntad de olvidar como nadie podría sentir; la impaciencia y la agresividad reprimida en el sabor del limón y la sal: tequilas que van y vienen. Nadie esperaría que saliera corriendo a buscarla, ni él, que, tan pronto como lo pensó, cayó desmayado de tanto alcohol en sus venas.

Todo para despertar en un lugar en el que quizá algunos, que no le tienen en buena estima, lo esperarían encontrar: un hospital, con ese olor de asepsia, de batas blancas y vidas abrumadoras. Su silencio no fue ya un arma, pero un escondite pudo ser. Un dolor acallado y un vacío estomacal producto del vómito y la indiferencia, la tristeza existencial.

Nadie pudo esperar que tomara el café para herir al médico y salir corriendo, luego de desayunar con pan y queso para correr tras una ilusión de años atrás, décadas quizá.

Pero, aún más increíble, es que alguien pudiese esperarlo a él, después de tanto tiempo.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Sobreviviendo


Me preguntaron cómo vivía, me preguntaron.
Sobreviviendo -dije- sobreviviendo.

(Victor Heredia)

martes, 13 de septiembre de 2011

Ojos



Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.

(Pablo Neruda)

domingo, 11 de septiembre de 2011

Belleza inalcanzable

Sabes?, quería dedicarte una canción, la más bonita del mundo, entonces lo valías. Quería contigo construir ese mundo que soñábamos mientras despertábamos de tantas amarguras que juntos pasamos. Esperaba escribirte largas horas y contarte las historias más hermosas, luego de hacer el amor, aspiraba a que fueses mía y yo tuyo, mientras leíamos alrededor del mágico fuego que habitaba en la chimenea; te amaba.

Te fuiste, y contigo desapareció toda mi esperanza, se fueron los libros, las hojas y las palabras. La casa se llenó de sombras y brotaron amargas lágrimas y crudos pensamientos; volaron los acordes y el silencio reinó. Mi mirada no fue la misma y de mi corazón no volví a saber. El tiempo se detuvo en el instante en que mi razón se perdió y Vesta se alejó de la chimenea, enfriando lo que alguna vez fue tu hogar. Fui consumiendo todo aquello que quedaba, caí en la bebida y dejé entrar las alimañas, para que alguien me esperara, en caso de volver.

Salí, sin ánimos de volver y, cada noche, a la luz de los bombillos en las calles, te recordé, con tu mirada cristalina y sincera, con tu cabello negro, como mi alma, y acompañado del más inmundo licor. Recuerdo que alguna vez te vi, lucías radiante, como una estrella que jamás alcanzaré... Y entonces lo entendí: no eras para mi. Caminé despacio y, con el frío citadino, calmando el ímpetu, pensé: sólo vivo por ti.

Espero que alguna vez leas esta carta, pues de mi no sabrás más.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Despedida

Entonces dormía con temor, quizá porque la vida en ese instante no era más que un continuo devenir de sensaciones modificadas por circunstancias que hacían de cada sueño una constante pesadilla, una tortura continua que seguía en la vigilia. Pensaba a cada momento en tu mirada fija en la distancia que había entre nuestras metas, nuestras ilusiones y el estómago se retorcía con tal fuerza que mi respiración se hacía densa y el nudo de mi garganta me asfixiaba e impedía decirte las palabras que esperarías que pronunciara...

Cada hora una eternidad en que las agujas de la pena entraban por mis ojos y llegaban hasta el cuello, haciendo que la tensión fuera parálisis, que la espalda se contrajera y el dolor, cada vez más intenso, alejara al sueño, concentrara el cansancio sobre mis hombros, cual Atlas ingenuo, como triste mártir del amor. Nada valían la música y la poesía, nada los cuentos ni los recuerdos... Recuerdos de días felices contigo, de días tranquilos en que mirábamos el cielo esperando las nubes con sus formas impensables con versos de Gonzalo Arango y música de Caifanes. No hubo ya un Silvio escribiendo sobre la piel, ni un Mario que quisiera contar conmigo simplemente, porque desaparecían mientras mi corazón languidecía con la indiferencia de tus ojos plasmada en mi conciencia.

Después dejé de dormir y sólo pasaba los días pensando en qué sería de ti, con el alma compungida, preguntando si te habían visto, o hablado, sin más respuestas que miradas vacías y mentiras piadosas. Luego ya nada valió la pena, tú te habías marchado, habías volado y yo, como un árbol, dejé que mis raíces me atraparan a este suelo, para no verte más.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Revolución


Revolución, Revolución, 
cantaban las furiosas bestias.

(Sui Generis)

Tergiversaciones


Porque me ven la barba y el pelo y la alta pipa
dicen que soy poeta..., cuando no porque iluso
suelo rimar.

(León de Greiff)