miércoles, 26 de diciembre de 2012

Encuentro


Después de tanto tiempo se habían reencontrado. Al parecer seguían siendo los niños tímidos y orgullosos que se vieron muchos años antes en aquel hermoso y recóndito lugar. Estaba en las afueras de un café del centro de la ciudad, lugar preferido por él para los encuentros; vestía un gabán marrón, zapatos negros, algo desgastados, pantalón negro sin planchar y con el cabello sucio, fumaba un cigarrillo; ella, corriendo para no perder la cita, de jeans, chaqueta de cuero y tenis blancos, algo sucios.

Hacía un sol de cuatro de la tarde, la luna se asomaba por entre las nubes. El cielo, azul, estaba calmo, para perderse mirando hacia arriba. Ella se acercó algo agitada, a duras penas saludó y permaneció en silencio, tomó aire y simplemente se quedó allí, sin decir palabra, mientras él terminaba el cigarrillo. Él, sin saber qué hacer, pensaba en las palabras precisas, aprovechando el lapso de tiempo en el que cae la colilla al suelo y la apaga con el pie. Pasados unos segundos la saludó. Ella devolvió el saludo y, más calmada, le preguntó cómo estaba, a lo cual él respondió que se encontraba bien, para después devolver la pregunta. Bien, respondió. Hubo otro silencio, que fue interrumpido por su invitación a entrar al café.

Una vez adentro tomaron cappuccino, él porque gustaba de la costumbre, ella porque gustaba de su sabor. Hubo otro silencio, él intentaba acercarse a su mirada, mientras ella la bajaba y se ruborizaba. Intentaron mantener algún tipo de conversación, los temas no afloraban, las palabras quedaban como suspendidas en el aire y el viento las llevaba a otro lugar. La conversación se tornaba agonizante, cuando ella preguntó si tenía algo para contar. Él respondió: "hay tantas cosas y tan poco tiempo...". Algo ocurrió, pareciera que en la memoria un fantasma despertara y viajara hasta sus ojos para limpiar el polvo de sus iris y estos empezaran a brillar. En la mente de ella aparecían esos recuerdos de la conversaciones y las cartas que le mandaba, esa forma tan particular para expresarse, tan precisa y anacrónica, esa en la que nunca dejó de pensar. Cuéntame, dijo. Él, sin prisa, pero sin pausa, eligió como inicio algunas de sus anécdotas más recientes, sin escatimar en detalles, refirió todo su recorrido desde la última vez que habían hablado hasta el momento en que notó que ella bajaba la mirada y tornaba el ambiente melancólico y nostálgico de la ciudad en un silencio hermoso, como de campo, cosa que le recordaba, mencionó, el día en que se conocieron, hacía más de media vida.

Sus ojos no paraban de brillar y sus oídos estaban encantados de escucharle, él terminó preguntándole qué había sido de su vida. Ella comentó algunas cosas, algunas historias. Sus palabras parecían insinuaciones sutiles, casi imperceptibles, que él consideraba como fantasías derivadas de la tergiversación de su realidad, de su historia y de esas mariposas que volvía a sentir en su estómago, restaurando la ilusión rota años atrás. Cuando ella terminó y las palabras volvieron a esconderse detrás de los silencios, él le preguntó, de nuevo, cómo estaba.

Ella bajó la mirada, se ruborizó y la alzó un momento, tímidamente, como si fuera una bandera blanca, llena de ese brillo tan propio, que recuerda al ónix. En medio del silencio, él lentamente se acercó, con su índice levantó ese rostro hermoso, que no pudo alejar su mirada, pero que los acercó hasta el fondo de los ojos. Aspiró su aroma, ese perfume tan dulce y suave, sintió su piel de durazno y se perdió en sus labios rojos, tan tiernos, tan cálidos... Mientras la besaba llegó a él una reminiscencia que no le pertenecía. Se veía con traje negro, con jeans y camiseta roja, con abrigos, bufandas, sombreros, gorras, paraguas, con la escena repitiéndose y terminando de la misma forma, un beso largo y tiernamente apasionado.

Después ella lo abrazó y le dijo que lo amaba, más que a ningún otro. Él se perdió en su propia mirada, que se tornó lejana, vacía y también dijo que la amaba. Pero las historias deben terminar de alguna forma y fue con una pregunta como él terminó la suya, "¿En realidad me amas?", dijo agonizante, viendo llegar al hombre con el que, se rumoraba, había estado ella toda su vida, que se acercaba, mientras él caía de rodillas al piso, sintiendo como la vida se escapaba en el olor de almendras amargas.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Quimera de un caminante

La mañana es gris:
llovera.

Me sentaré en una
banca del parque
y esperaré,
para ver a la gente
correr desesperada.

Observaré el momento
en que sacan los paraguas
y se arropan la cabeza
para evitar que la lluvia
los vaya a enfermar.

Yo seguiré esperando
sintiendo el golpear del agua
sobre mi ropa
llevándose consigo
mi memoria:
invitándome a soñar.

Y... cuando esté empapada,
empezaré a caminar
acompañado del agua
por las calles vacías
de la gran ciudad.

Veré los autos
con vidrios empañados,
vagabundos buscando
calor de hogar,
niños, saltando
en los charcos,
que me sonreirán,
que se burlarán.

No importa,
me gusta caminar,
estar mojado
al andar;
despertar del mundo
abyecto,
del cruel lugar
del que escapa
la felicidad.

Me gusta ir solo,
acompañado
de la lluvia...
pero está despejando
el cielo.

¡Es hora de trabajar!