domingo, 29 de diciembre de 2013

Inocentada.

El amor entró por la ventana y dejó una nota que decía "pásala por inocente", pero era veintinueve de diciembre y ya no podía ser una broma.

lunes, 20 de mayo de 2013

Acercamiento al realismo, primer intento.

Aquel día simplemente dejó de moverse. Estaba muerto. La reacción de los parientes cercanos era tan extraña que, inluso, escuché aquella particular expresión que con los avances de la medicina creía obsoleta: "murió de repente". Los médicos dijeron que murió por causas naturales. También a mí me resultaba extraño, pero no pensaba en decirlo porque me seguían pagando para servir el café y un par de tragos de brandy con leche, para el frío. A medida que llegaba la gente la sala iba poniéndose a reventar, a duras penas podía pasar con la bandeja y distinguir algunos comentarios: "era tan joven", "¡pero si era todo bondad!", "¿qué será de su mujer?", "pasó a mejor vida" y tantos otros que suelen escucharse cuando hay difunto. Después de las despedidas acostumbradas y más de una lágrima falsa, la gente empezó a salir, dejando la sala medio vacía, primero y finalmente con la familia y los que quedábamos del servicio. Un hombre, vestido de pantalón café y una chaqueta de cuero negro, desteñida y gastada, con cara de pocos amigos se acercó, saludó a la familia y luego salió a fumarse un cigarrillo. Una mirada de sorpresa y miedo cubrió la sala, ahora vacía. La señora preguntaba a sus hijas y algún cuñado si le conocían, pero, por los gestos y la oscuridad de las miradas, evidentemente nadie sabía nada. Habiendo terminado mi labor, también salí. Allí estaba el hombre...

Al salir, me preguntó si conocía al patrón, tenía un acento extraño, parecía venezolano. Le contesté, como siempre que me lo preguntan, que era mi primer día de trabajo e hice algún comentario estúpido sobre lo triste de la situación. Al hombre le cayó en gracia, porque subió su cabeza y movió los labios haciendo asomar una sonrisa, mientras despedía una bocanada de humo que se perdía con la noche. Después me dijo que venía a pagar una deuda contraída días atrás con el señor, quién lo había sacado de un gran apuro, hacía exactamente una semana. Traté de recordar qué había sucedido aquella vez:

En la mañana había dicho que devolvería un par de libros en la biblioteca, ubicada en el centro de la ciudad. Desde la casa, la travesía demoraría, a lo sumo, cuarenta minutos, que más de una vez habíamos cronometrado. Debía volver a casa a medio día, por lo cual me encomendó tener la mesa lista para servir el almuerzo tan pronto como llegara. En vista de que ya eran más de la una, la señora de la casa me pidió hacerle una llamada, puesto que, decía ella, me hacía más caso a mi. Me dijo que se demoraría un poco, que por favor no nos preocupáramos y que mandara a pasar a la mesa a quienes estuvieran en la casa. Nadie se preocupó, de vez en cuando solía hacer eso, para salir a dar largos paseos o porque se encontraba con algún conocido e iban a tomar café, cuando no a empinar el codo.

No había pasado nada. El hombre me dijo que de todas formas saldaría su deuda, ya que el patrón tanto le había ayudado, que no podía dejar así las cosas, como si no le importara. Estuve al pendiente, entregó un cheque a la señora y comentó alguna cosa. Ella lo miró perpleja.

Al llegar a casa, escuché la conversación telefónica con el abogado. Decía que no recordaba que él le hubiese dicho algo sobre ayudar a un venezolano perdido en la ciudad. Menos aún que era a cobrar un premio de la lotería, pero que se lo comentaba para el caso en el que entrara como parte de la herencia, a lo cual siguió una pregunta sobre lo que es o debe ser una sociedad conyugal. Me causó curiosidad lo del venezolano...

Esa tarde, al llegar a casa, el patrón había mencionado algo sobre ayudar a un extranjero, que le pareció venezolano, dijo, por el acento. Me contó, porque su esposa no estaba interesada. "La señora no piensa sino en comprarme esas corbatas, después de llenar su arsenal de perfumes y bufandas que no piensa utilizar", decía. Así mismo relató que después de salir de la biblioteca había visto a un hombre pidiendo ayuda, seguramente para buscar una dirección, pero que nadie le prestaba atención, seguramente porque "no llevaba la mejor facha". 

"Como no llevaba más que la vida ente la billetera", siguió contando, "decidí preguntarle qué necesitaba. Resulta que buscaba una oficina de abogados de no muy buen prestigio, como me enteré después". Decía que había comprado "una tombolita de la semanal que hacen aquí en la capital", que su patrón le había enviado supuestamente sus documentos a la asociación venezolana aquí en la capital y que le había ofrecido "treinta milloncitos riales nacionales por el lotecito", pero que la secretaria le había dicho que fuese con los abogados y les pagase cuatro millones para que lo demandara, porque esa valía muchísimo más.

Al ver mi cara de desconcierto el patrón prosiguió su historia explicándome que se refería a una fracción de la lotería que había jugado el día anterior y que, para que pueda ser cobrado, han de presentarse los documentos, razón por la cual, para él, debía demandarse al patrono por la retención de aquéllos.

"Después de eso me pidió el favor de que le preguntara a algún transeúnte si sabía dónde quedaba la famosa oficina, pero se me adelantó, porque él mismo le fue diciendo a una señora que pasaba por allí, si conocía el lugar, a lo cual la señora replicó comentando la dirección en que se encontraba. Luego me dijo a mí que, si tenía algo de tiempo, les acompañara. No tuve problema en hacerlo. Sin embargo, cuando estábamos a unas cuadras de distancia, la señora me hizo caer en cuenta de que no era necesario ir hasta allá, puesto que el premio podía cobrarlo otra persona. Dijo ella, si tienes tiempo, entonces vamos los dos y le colaboramos. Con algo de desconfianza, acepté, finalmente no llevaba plata y, con la pinta que llevaba, difícilmente pensarían que la tenia. Entonces nos pusimos en marcha, no sin antes decirle al señor que este tipo de premios habían de cobrarse en el edificio de la beneficencia de la lotería Capital. El señor ofreció darnos dinero, pero ninguno de los dos aceptó. Yo sentía mucha desconfianza de la señora, puesto que me parecía demasiado amable como para alguien que vive y conoce el centro de la ciudad. En cambio, el señor me parecía, quizás demasiado ingenuo, tal vez por habernos contado que llevaba los cuatro millones de pesos consigo y en efectivo, además de tratar de ofrecernos dinero cada vez que quería saber algo".

Al terminarse la conversación, la señora me llamó y me preguntó si había algo que me hubiese comentado su esposo con relación a un venezolano. Respondí que la semana pasada algo me había comentado, pero que no tenía la mayor importancia, puesto que simplemente había sido un acto de buena voluntad con alguien que estaba en problemas (palabras éstas que aprendí al pie de la letra, tras la conversación con el patrón aquella tarde...). Ella me pidió contarle qué había sucedido y, como no tenía ningún problema con ello, decidí eliminar los detalles que podrían asustarla.

"Al llegar al edificio de la lotería Capital, me entró algo de miedo, porque el billete de lotería podía ser falso. Habíamos llegado al acuerdo de guardar silencio, claramente, acerca de la tenencia del dinero y la fracción de la lotería, mientras no estuviésemos seguros de hablar de ello. Le habíamos pedido al señor que nos dijese a quién se lo había comprado, en caso de que preguntaran, pero en ningún momento se nos ocurrió pedir una gota de hipoclorito, para verificar si era o no falso. El caso es que debía yo presentarme como el ganador del premio, para así poderlo cobrar y luego usaríamos la cuenta de la señora para guardar el dinero, mientras se solucionaba la situación del hombre. Esto no me generaba confianza, pero era preferible a que después me llamaran de Impuestos para hacerme una auditoría.

Al entrar, claramente, me pidieron los papeles, luego verificaron el billete y me entregaron el premio. Fuimos escoltados hasta el banco, donde se depositó y el venezolano nos dijo que nos habría de dar parte a cada uno, por el gran favor que le habíamos hecho. A mí no me importaba, me bastaba con haber ayudado, además de que no me gusta el dinero regalado. La cosa es que él se empecinó en que teníamos una deuda y que, tan pronto como se normalizara la situación, me buscaría para pagarme. Sólo se quedó con mi nombre y creo que no va a aparecer".

Tras haber escuchado la historia, la señora preguntó si no sabía algo más sobre el tema. La verdad era que el patrón vivía muy despreocupado, sobre todo en ese tipo de cosas y del tema no se volvió a hablar. Sin embargo lo había visto algo preocupado...

Tras unos días y algunas visitas del abogado, se dijo que no había problema con aquél dinero, que la historia concordaba con lo que el patrón me había dicho y que, como parte de la herencia que me correspondía, de acuerdo con lo que le había comentado repetidas veces, me darían el dinero que dejó el venezolano. 

Poca cosa me correspondió, más le valía no volver a aparecer al maldito venezolano; bastante problema fue hacer parecer al billete como verdadero. Ya tendría tiempo para cobrarle...

lunes, 29 de abril de 2013

Tratando a la sombra roja, de Alejandra Pizarnik



TRATANDO A LA SOMBRA ROJA

su soledad maúlla
ceros y ceros
vertiente de olores ingenuos
retina ante desconocido
las brisas sonantes
retornan picando
su ser de sonrisas
y dientes abiertos
reír en la noche soleada
del vigoroso participio




A setenta y siete años del nacimiento de Alejandra Pizarnik, su poesía maullando, riendo en la noche soleada del vigoroso principio de su aquiescencia acabada por el miedo de otras voces, sus voces inmortales escondidas tras los trozos de infinito de sus pupilas pulverizadas de tanto mirar la rosa; su alma esperando a que ella y la que fue se encuentren sentadas en el umbral de su mirada...

"explicar con palabras de este mundo 
que partió de mí un barco llevándome"

martes, 16 de abril de 2013

Final e inicio


También un final puede convertirse en un inicio. Mientras veía cómo te alejabas, quizás para siempre, levanté la cabeza para ver el cielo azul que ahora se me escapaba de las manos, que se teñía del gris de la tormenta que se acercaba a mí, tras cada paso que andabas. Llegó un punto en el que apenas distinguía tu silueta y, tratando de aferrarme a algún recuerdo, me daba cuenta de cómo te borrabas con las gotas que caían sobre mi cabeza. Después lloré.

Quizás, pensé, debía correr hacia ti, esperando a que sucediera el milagro de que me amaras; pero decidí partir, no había más por hacer, jamás volveríamos a ser. Cada recuerdo frenaba mi caminar, pero debía seguir andando, tal vez hasta encontrarme, quizás hasta olvidarme de ti.

Así, pasé por las calles viendo la forma en que cambia la arquitectura de la ciudad, pasé de las casas republicanas del siglo XIX a los edificios empresariales y a las casas adaptadas como universidades, hasta desembocar en un montón de casas, pobremente construidas, con terrazas, que alcanzan la altura de tres o cuatro pisos.

Tras andar algunos pasos más, llegué al límite marcado por la autopista, plagada de automóviles saliendo de la ciudad, y vi la interminable fila de autobuses recogiendo a las personas que cada fin de semana salen de la ciudad. ¡Qué sorpresa!, allí estabas... Otra vez.

jueves, 7 de marzo de 2013

Recuerdos



Recuerdos de momentos
que nunca existieron
Que jamás volverán.
De caminos encontrados
Y mentiras que mueren
Disfrazadas de verdad.

Días de lluvia
En que cruzábamos
Los parques de la mano
Fingiendo que nos amábamos
Hasta la eternidad.

Abrazos encontrados
Entre las sábanas
De la alcoba invernal,
Noches de desvelo,
De gritos controlados
En besos callados,
Espaldas arqueadas,
Copas de vino,
Lujuria y vanidad.

Amaneceres rojos
De tanto amar, buscando,
Entre las sábanas muertas
Del cénit infernal
La cima de volcanes
a punto de estallar,
el céfiro de un beso
cansado de avanzar
a la profunda nada
del canto celestial.

El tiempo detenido
Cansado de anidar
A la espera de la parca
Sentada en su telar
Se acerca cual serpiente
Dispuesta a terminar
Lo que hoy y en esta tarde
Cual pecado juzgarán.

Recuerdos, oh, recuerdos
Que más nunca volverán

Tengo la mente cansada
De tanto recordar,
Momentos que nunca fueron
Pero no regresarán.

Recuerdos, recuerdos
Que nunca jamás serán.

martes, 12 de febrero de 2013

Poema estancado.

Hoy no estoy para escribir
es uno de esos días en que
las palabras no fluyen, se estancan...
pero...
cuando se estancan
algo pasa
allá, muy adentro
en el fondo de mi estómago
surgen imágenes
surreales
sobre cosas que no pasarán
cosas que ya pasaron
aquellas sobre las que no quiero volver a pensar.

Puede que no esté para escribir
pero siempre estoy para imaginar,
para llenar mil páginas
de falsos recuerdos
de pútridas fantasías
en las que pasamos brindando
por caminos oscuros
con vino barato.
Tú tomándome la mano
arrastrándome a la felicidad,
yo resistiéndome con una sonrisa,
pero dejándome llevar.

Quizás no sea más que un sueño
pero siento que salgo a volar
me libero de la presión
de tener que soportarme
otro momento,
que no necesito nada
nada más que esa maldita sensación
de mariposas en el estómago
y tus ojos mirándome ciegamente
hasta que sienta que vayan a explotar
de tanto mirarme
de calarme tan hondo tus pupilas
que no quede
sino esa parte de mí que eres tú
que es una luz reflejada
sobre tus ojos, pintados de azul.

 Mil palabras sin sentido
convertidas en estrellas,
en amores divididos
por el sexo y la traición,
tradiciones encontradas
en besos muertos,
una canción desesperada
y veinte poemas de amor.
El insomnio de mis noches
reflejado en las páginas
de tus noches de pasión,
en la soledad de un libro
olvidado en los estantes
del sexo de una noche
y una botella de ron.

Hoy no estoy para escritura
que se mueran mis palabras
si hay dos besos tuyos
con lengua y efusión.

jueves, 24 de enero de 2013

El fin de la inspiración

¿Sabes?, en esa época escribíamos impulsados por el temor de que descubrieran lo que significaba aquello que expresaban nuestras palabras, no por dinero o fama, lo hacíamos por ese impulso secreto y atractivo que tiene el misterio, lo prohibido... Nadie debía saber lo que sentíamos y nuestra lucha era por llegar a los que se sintieran como nosotros, pasando desapercibidos. En aquel entonces escribíamos por necesidad, no por placer.

Es una lástima que de repente todo se acabe, ella volvió, tras tanto tiempo en el extranjero y con ella los besos y las caricias, las noches alocadas, los bares caros y los tragos baratos de una barra libre en la mitad de la noche. Las conversaciones perdieron su significado y... bueno, ya no tuve que pensar en escribir, no lo necesitaba. Tristemente fue la época más feliz de mi vida, aunque también la más deprimente: no podía hilar una miserable frase porque vivía a plenitud, pero eso me causaba descontento. A lo sumo hice un par de sonetos que han de estar en algún lugar de su cuarto.

Recuerdo bien que no eran así las cosas cuando se fue. En aquel entonces estábamos aún soñando, jurándonos lealtad eterna y amor romántico, leyendo versos de Goethe y Benedetti; ella era Laura y yo Santomé. No importaba nada, todo era hermoso, hasta la distancia, que se mostraba como una prueba del destino para lo que sería un amor de novela. Nos dolía saber que nos alejábamos. Su mirada triste me conmovía hasta las lágrimas. Pero habríamos de salir avantes y era lo más importante.

Allá iba Laura, la que admiraba mi simple coraje de quererla...

Cada noche, abríamos el chat para contarnos las historias cotidianas y las estúpidas observaciones que teníamos durante el día, jugábamos a armar juegos de palabras con lo que el otro decía y también nos enviábamos fotos de alguna reunión, de alguien nuevo en la familia, de lo que pasaba y de lo que no... siempre jugando a mostrar una sonrisa disfrazada de las palabras más hermosas de nuestros diccionarios... o eso creía...

Cada noche iba a dormir dejándole un poema, una carta, un cuento, un par de palabras que salían de lo más profundo de mi corazón-cerebro para hacerla feliz. Pero la distancia empezaba a matarme, extrañaba sus besos, su mirada brillante, su mano sobre mi cabello. No era lo mismo sentir el viento si no estaba a mi lado.

Intenté comentarlo con mis padres, pero decían que al sentirme así actuaba con egoísmo, que debía dejar que las cosas corrieran por su cauce natural y que lo mejor era que esperara; reprochaban mi actitud, despreciaban mi soledad. Entonces empecé a escribir, no sólo a escribirte, sino a hacerlo para mí, para calmar mi necesidad: para desahogarme y lograr algo de tranquilidad. Para poder dormir sin ti.

Veía que cada cosa que escribía era bella y lo empecé a mostrar. Mis amigos me alentaban a crear más, sentía que las palabras salían como si una voz me las dictara. Aparecían como imágenes, o como susurros en mi oído derecho; mis manos se deslizaban solas por el teclado y era yo el instrumento de alguna divina voluntad, de la que salían cuentos, poesías, escenas o frases ligeramente ingeniosas. De repente no importaba nada más... por eso comencé a mostrarme.

Aunque la seguía extrañando, había hallado alegría en mi soledad. Había hecho de mi tristeza un remedio eficaz, una forma de vida, una artimaña contra la soledad, contra la desdicha de saber que pasaría tiempo antes de volvernos a encontrar. Publicaron algunas de mis cosas en revistas de estudiantes, en periódicos culturales y en un par de publicaciones especializadas, las personas empezaban a reconocerme...

Luego ella volvió. Nos vimos en el aeropuerto. Había tanta gente que apenas vi lo cambiada que estaba: llevaba un peinado nuevo. Tras una semana de silencio me escribió, me invitó a verle. Nos encontramos en un bar. Había cambiado tanto que apenas recordaba cómo era; me costaba pensar que era la misma persona que se había despedido llorando, jurando que jamás me dejaría de amar...

Terminamos, dijo que la relación a distancia había sido un completo fracaso, que había conocido a otros, que quería explorar y explorarse, conocer sus límites, tener nuevas experiencias, pero que jamás me iba a olvidar (claro que no lo dijo con esas palabras, como muchas, ocultó su verdad y dejó lo nuestro diciendo que seguiríamos siendo amigos, que si necesitaba algo no dudara en avisar...). A esto siguió un nuevo período de melancolía, nostalgia  y soledad. Era tal mi tristeza que quería dejar de soñar, dejé de vivir por un tiempo, me alejé de la ciudad y comencé a divagar. Cada noche me sentaba en la escalera de la casa a pensar en lo que había hecho mal y de cada reproche una historia empezaba a estructurar. Así fue como llegué a escribir todos los días, sin parar. Había noches en que pasaba en vela, días en que no comía, en que dejaba de trabajar por exorcizar todo el dolor que sentía. Fueron historias que perdurarán.

Después de un tiempo volvimos, aún no sé cómo y a veces me pregunto el por qué. Evidentemente no fue lo que yo esperaba. Todavía soñaba con esas tardes saliendo a pasear, con las películas en casa y con las cartas bajo la puerta contándonos los sueños. Pero para ella no había más que fiestas, comidas caras y desabridas, y un sexo tan malo que dejaba sin ganas de más. Se notaba que ya no existía un ambiente propicio entre los dos. No hubo más poesía para ella, ni palabras dulces... 

Mi mediocre felicidad fue el desencadenante de la más profunda depresión en que había estado sumido a lo largo de tanto tiempo: dejé de escribir y moría por ello. Luego de volver a terminar, intenté regresar a ese inicio, a tomarla de inspiración para mis personajes, a sacar de mí todo lo peor para hacer lo mejor de mi escritura, pero no funcionó, era como si con ella se hubiese ido todo el deseo o la inspiración. Como si no hubiese algo para contar... Cabe añadir que, tras todo ese tiempo, logré darme a conocer entre algunas personas, sabían lo que escribía y les gustaba; incluso a mis padres les terminó por agradar. Así que tampoco tenía algo para ocultar.

Tras estos acontecimiento mi prosa decayó, empecé a vagar buscando el aroma prohibido de la inspiración; que pensé encontrar en mi miseria y buscándola dejé atrás todo lo que me rodeaba. Pensando en que me veía influido por los autores que leía dejé de leer, creyendo encontrar en la naturaleza las palabras para describir y describirme... grave error.

Después me encontraron, pero estoy seguro de que los busqué y me dejaron acá, en medio de estos jardines con gente que grita y que sabe más de la vida que yo. Trato de aprender de lo que escucho. Lo único malo son tantos antidepresivos y esas pastillas recubiertas de plástico duro y con líquido por dentro, ácido valproico, que por su tamaño se hacen difíciles de tragar...

¿Sabes?, cuando no sufro del dolor en el estómago, o el causado por el estreñimiento, temblor en las manos o una forzada y anestesiada indiferencia frente a todo, completamente racional, trato de volverme a encontrar, quizás así logre escribir, una vez más.

sábado, 19 de enero de 2013

Te vas

Te vas
Te vas y yo me quedo
con un puñado de sentimientos
atorados en la tráquea,
formando un nudo gordiano
que tergiversa mis palabras.

Sigo tus pasos con la mirada
conservo el sabor de tus labios en el alma
y me entrego al sinsabor de la vida cotidiana:
gente paseando perros
preguntas vanas
y una lágrima que se esconde en el silencio,
que yace bajo las sábanas.

Mil dríades inmortales
que hieren con sus espinas,
que taponan y desgarran
lo que resta de mis días.
Un sueño eterno y roto
¡Oh!, sutil melancolía,
nostalgia inmunda
herejía de sentimientos
que, contradictorios, se terminan...
Unos pasos que se alejan
una eternidad vencida.

Te vas
Te vas y... sin remedio
me quedo en el comienzo
de un camino sin andar.