jueves, 24 de enero de 2013

El fin de la inspiración

¿Sabes?, en esa época escribíamos impulsados por el temor de que descubrieran lo que significaba aquello que expresaban nuestras palabras, no por dinero o fama, lo hacíamos por ese impulso secreto y atractivo que tiene el misterio, lo prohibido... Nadie debía saber lo que sentíamos y nuestra lucha era por llegar a los que se sintieran como nosotros, pasando desapercibidos. En aquel entonces escribíamos por necesidad, no por placer.

Es una lástima que de repente todo se acabe, ella volvió, tras tanto tiempo en el extranjero y con ella los besos y las caricias, las noches alocadas, los bares caros y los tragos baratos de una barra libre en la mitad de la noche. Las conversaciones perdieron su significado y... bueno, ya no tuve que pensar en escribir, no lo necesitaba. Tristemente fue la época más feliz de mi vida, aunque también la más deprimente: no podía hilar una miserable frase porque vivía a plenitud, pero eso me causaba descontento. A lo sumo hice un par de sonetos que han de estar en algún lugar de su cuarto.

Recuerdo bien que no eran así las cosas cuando se fue. En aquel entonces estábamos aún soñando, jurándonos lealtad eterna y amor romántico, leyendo versos de Goethe y Benedetti; ella era Laura y yo Santomé. No importaba nada, todo era hermoso, hasta la distancia, que se mostraba como una prueba del destino para lo que sería un amor de novela. Nos dolía saber que nos alejábamos. Su mirada triste me conmovía hasta las lágrimas. Pero habríamos de salir avantes y era lo más importante.

Allá iba Laura, la que admiraba mi simple coraje de quererla...

Cada noche, abríamos el chat para contarnos las historias cotidianas y las estúpidas observaciones que teníamos durante el día, jugábamos a armar juegos de palabras con lo que el otro decía y también nos enviábamos fotos de alguna reunión, de alguien nuevo en la familia, de lo que pasaba y de lo que no... siempre jugando a mostrar una sonrisa disfrazada de las palabras más hermosas de nuestros diccionarios... o eso creía...

Cada noche iba a dormir dejándole un poema, una carta, un cuento, un par de palabras que salían de lo más profundo de mi corazón-cerebro para hacerla feliz. Pero la distancia empezaba a matarme, extrañaba sus besos, su mirada brillante, su mano sobre mi cabello. No era lo mismo sentir el viento si no estaba a mi lado.

Intenté comentarlo con mis padres, pero decían que al sentirme así actuaba con egoísmo, que debía dejar que las cosas corrieran por su cauce natural y que lo mejor era que esperara; reprochaban mi actitud, despreciaban mi soledad. Entonces empecé a escribir, no sólo a escribirte, sino a hacerlo para mí, para calmar mi necesidad: para desahogarme y lograr algo de tranquilidad. Para poder dormir sin ti.

Veía que cada cosa que escribía era bella y lo empecé a mostrar. Mis amigos me alentaban a crear más, sentía que las palabras salían como si una voz me las dictara. Aparecían como imágenes, o como susurros en mi oído derecho; mis manos se deslizaban solas por el teclado y era yo el instrumento de alguna divina voluntad, de la que salían cuentos, poesías, escenas o frases ligeramente ingeniosas. De repente no importaba nada más... por eso comencé a mostrarme.

Aunque la seguía extrañando, había hallado alegría en mi soledad. Había hecho de mi tristeza un remedio eficaz, una forma de vida, una artimaña contra la soledad, contra la desdicha de saber que pasaría tiempo antes de volvernos a encontrar. Publicaron algunas de mis cosas en revistas de estudiantes, en periódicos culturales y en un par de publicaciones especializadas, las personas empezaban a reconocerme...

Luego ella volvió. Nos vimos en el aeropuerto. Había tanta gente que apenas vi lo cambiada que estaba: llevaba un peinado nuevo. Tras una semana de silencio me escribió, me invitó a verle. Nos encontramos en un bar. Había cambiado tanto que apenas recordaba cómo era; me costaba pensar que era la misma persona que se había despedido llorando, jurando que jamás me dejaría de amar...

Terminamos, dijo que la relación a distancia había sido un completo fracaso, que había conocido a otros, que quería explorar y explorarse, conocer sus límites, tener nuevas experiencias, pero que jamás me iba a olvidar (claro que no lo dijo con esas palabras, como muchas, ocultó su verdad y dejó lo nuestro diciendo que seguiríamos siendo amigos, que si necesitaba algo no dudara en avisar...). A esto siguió un nuevo período de melancolía, nostalgia  y soledad. Era tal mi tristeza que quería dejar de soñar, dejé de vivir por un tiempo, me alejé de la ciudad y comencé a divagar. Cada noche me sentaba en la escalera de la casa a pensar en lo que había hecho mal y de cada reproche una historia empezaba a estructurar. Así fue como llegué a escribir todos los días, sin parar. Había noches en que pasaba en vela, días en que no comía, en que dejaba de trabajar por exorcizar todo el dolor que sentía. Fueron historias que perdurarán.

Después de un tiempo volvimos, aún no sé cómo y a veces me pregunto el por qué. Evidentemente no fue lo que yo esperaba. Todavía soñaba con esas tardes saliendo a pasear, con las películas en casa y con las cartas bajo la puerta contándonos los sueños. Pero para ella no había más que fiestas, comidas caras y desabridas, y un sexo tan malo que dejaba sin ganas de más. Se notaba que ya no existía un ambiente propicio entre los dos. No hubo más poesía para ella, ni palabras dulces... 

Mi mediocre felicidad fue el desencadenante de la más profunda depresión en que había estado sumido a lo largo de tanto tiempo: dejé de escribir y moría por ello. Luego de volver a terminar, intenté regresar a ese inicio, a tomarla de inspiración para mis personajes, a sacar de mí todo lo peor para hacer lo mejor de mi escritura, pero no funcionó, era como si con ella se hubiese ido todo el deseo o la inspiración. Como si no hubiese algo para contar... Cabe añadir que, tras todo ese tiempo, logré darme a conocer entre algunas personas, sabían lo que escribía y les gustaba; incluso a mis padres les terminó por agradar. Así que tampoco tenía algo para ocultar.

Tras estos acontecimiento mi prosa decayó, empecé a vagar buscando el aroma prohibido de la inspiración; que pensé encontrar en mi miseria y buscándola dejé atrás todo lo que me rodeaba. Pensando en que me veía influido por los autores que leía dejé de leer, creyendo encontrar en la naturaleza las palabras para describir y describirme... grave error.

Después me encontraron, pero estoy seguro de que los busqué y me dejaron acá, en medio de estos jardines con gente que grita y que sabe más de la vida que yo. Trato de aprender de lo que escucho. Lo único malo son tantos antidepresivos y esas pastillas recubiertas de plástico duro y con líquido por dentro, ácido valproico, que por su tamaño se hacen difíciles de tragar...

¿Sabes?, cuando no sufro del dolor en el estómago, o el causado por el estreñimiento, temblor en las manos o una forzada y anestesiada indiferencia frente a todo, completamente racional, trato de volverme a encontrar, quizás así logre escribir, una vez más.

sábado, 19 de enero de 2013

Te vas

Te vas
Te vas y yo me quedo
con un puñado de sentimientos
atorados en la tráquea,
formando un nudo gordiano
que tergiversa mis palabras.

Sigo tus pasos con la mirada
conservo el sabor de tus labios en el alma
y me entrego al sinsabor de la vida cotidiana:
gente paseando perros
preguntas vanas
y una lágrima que se esconde en el silencio,
que yace bajo las sábanas.

Mil dríades inmortales
que hieren con sus espinas,
que taponan y desgarran
lo que resta de mis días.
Un sueño eterno y roto
¡Oh!, sutil melancolía,
nostalgia inmunda
herejía de sentimientos
que, contradictorios, se terminan...
Unos pasos que se alejan
una eternidad vencida.

Te vas
Te vas y... sin remedio
me quedo en el comienzo
de un camino sin andar.