martes, 16 de abril de 2013

Final e inicio


También un final puede convertirse en un inicio. Mientras veía cómo te alejabas, quizás para siempre, levanté la cabeza para ver el cielo azul que ahora se me escapaba de las manos, que se teñía del gris de la tormenta que se acercaba a mí, tras cada paso que andabas. Llegó un punto en el que apenas distinguía tu silueta y, tratando de aferrarme a algún recuerdo, me daba cuenta de cómo te borrabas con las gotas que caían sobre mi cabeza. Después lloré.

Quizás, pensé, debía correr hacia ti, esperando a que sucediera el milagro de que me amaras; pero decidí partir, no había más por hacer, jamás volveríamos a ser. Cada recuerdo frenaba mi caminar, pero debía seguir andando, tal vez hasta encontrarme, quizás hasta olvidarme de ti.

Así, pasé por las calles viendo la forma en que cambia la arquitectura de la ciudad, pasé de las casas republicanas del siglo XIX a los edificios empresariales y a las casas adaptadas como universidades, hasta desembocar en un montón de casas, pobremente construidas, con terrazas, que alcanzan la altura de tres o cuatro pisos.

Tras andar algunos pasos más, llegué al límite marcado por la autopista, plagada de automóviles saliendo de la ciudad, y vi la interminable fila de autobuses recogiendo a las personas que cada fin de semana salen de la ciudad. ¡Qué sorpresa!, allí estabas... Otra vez.

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