domingo, 15 de mayo de 2016

Adiós

Bogotá D.C., 16 de mayo de 2016.


Hola, 

Aquí estoy, de nuevo, esperando que sea la última vez. Hay tantas cosas por contar, pero tan poco tiempo, que espero no aburrir con estas letras, escritas con prisa y como por azar.

Fue un tres de diciembre del año 2008 cuando concebí la idea de dejar plasmados en algún lugar los sentimientos y las situaciones, los "¿qué habría pasado si?" de mi existencia, pequeños fragmentos que quedaban en la mente, como trozos de cristal, a medida que trataba de alejarme del mundo, escondido entre libros, mientras me estrellaba con la realidad, por creer en ellos.

A partir de esa fecha di los primeros pasos en esa aventura de escribir, a la cual, quizás, no vuelva a tener acceso, por lo menos no con la misma intensidad, con el mismo sentimiento de aquellos días, en los que las letras se escribían solas, como si mis manos fueran instrumentos de alguna entidad superior a mi entendimiento. 

Después de esto, salieron a flote algunas notas, cuyas líneas ya no recuerdo, cuyas palabras, cuando las leo, me recuerdan vagamente momentos felices, las menos de las veces y momentos de nostalgia y melancolía que el día de hoy siento difusas, lejanas, como el paisaje que queda atrás cuando viajas. 

Fue de estas notas y de aquellos que conocí por el camino, que nació la idea de crear este espacio: un espacio para mí, para ti y para todos, donde las sensaciones cambiaran, donde la realidad, de alguna forma, se transformara para ser mía, para jugar con las palabras, con las historias, con el amor que alguna vez estuvo ahí y que, al mismo tiempo, nunca estuvo.

Ahora que miro hacia atrás, veo que fue un veintidós de noviembre, casi un año después, cuando esto empezó. Recuerdo levemente, sin mucha profundidad, que lo más difícil era, como ahora, elegir el nombre. Tenía que sonar sublime, original, tan extraño como yo mismo y como mis pensamientos. Tan interior y tan escape, que sólo encontré este título: Utopía experimental.

Tras mucho pensarlo, decidí que, a fin de cuentas, nadie saldría dañado de aquí, más que yo mismo... y así empezó.

En este momento, cuando veo el primer escrito aquí publicado, pienso en lo mucho que me engañé durante los últimos siete años, pensando que la inspiración dependía de mí: no es cierto, no para este espacio, no para ti, ni para los demás. Veo también, con orgullo, que tampoco erraba, al final sí, la inspiración depende de mí, para lo demás, para la vida, para mi desarrollo personal.

Los últimos años han sido, al igual que los otros, un constante aprendizaje. Debo decir que, como en aquella noche de diciembre de 2008, agradezco a todos aquellos que han estado ahí, en algún momento de mi vida, quienes han hecho su aporte para ella, y también para este lugar - sin lugar: la Utopía.

Cierto es que este espacio no fue precisamente el lugar de las cadenas de oro y el perfecto gobierno del que Moro habló. Pudiera decirse que son más las decepciones que aquí se encuentran, que las alegrías. Que todo cuanto hay aquí no es más que una cadena de frustraciones que, año tras año, han ido llenando lo que serán algunas páginas sin mayor valor literario, pero con gran valor sentimental. Sin embargo, aquí se encuentra una parte de mi vida, de mi creatividad, mi sentimiento y mi imaginación y eso hace que cada vez que vengo a buscar algo para tratar de entenderme, sienta siempre, tras esa locura y esa tristeza, una alegría inmensa y un orgullo, pues aquí están mis letras, mi forma de expresar todo aquello que está tras cada entrada, ese experimento de sentido, esa búsqueda propia que prometí al redactar el objetivo de este blog.

Hay aquí, por supuesto, muchas decepciones. La búsqueda de la palabra precisa, de la inmortalidad y también del público, de la belleza, de la precisión jamás lograda y de la verdad, una verdad, como todas, a medias, difuminada por el ansia de explotar, de dejar salir al mundo un sentimiento, una idea, un plan.

Tras todo este tiempo he descubierto que, a pesar de todo, este blog tiene nombre de mujer. Una mujer innombrable que inspiró muchas de todas las reflexiones que aquí constan. No quiere decir esto que sea sólo ella quien aquí está; hay otras tantas, más importantes, quizás, más amadas, más reales. Pero... por fortuna o infortunio, aquí está, en las más de ellas.

A medida que pasó el tiempo y las nonas, los idus y las calendas me han dejado, de alguna forma estuvo allí, ejerciendo influencia en los escritos, junto con Cortázar, Wilde y Bioy Casares; junto con Benedetti, Kundera y Pamuk. 

Así, cada escrito refleja una situación en torno al mundo y en torno a ella: un ideal formado tras años de soñar y esperar a que el amor llegara, sin salir a buscarlo. Esperando, como en muchos libros, a que llegue, como anillo al dedo, después de esperar. La verdad, por cierto, es que el destino, si está ahí, actúa de formas extrañas. El amor llega, pero no va solo, hay que trabajar y hacer mucho más.

Al final, quizás, espero poder ver su foto, dejando atrás todo lo que ha pasado, dejando tomar a las palabras su lugar en la historia, llegar a su verdad, sin que esa sensación incómoda de dolor e impotencia se apodere de mi estómago y mi pecho. Aspiro a poder volver a hablar, ya sin escapes, sin cartas narcisistas, como la que forma estas líneas, dejando el rencor atrás.

Entonces seremos libres, seré libre y lo que hay aquí podrá volar, ir a esa inmortalidad con la que soñaba mientras el corazón se me hacía trizas, o cuando recordaba esas salidas, esos momentos de alegría, de calma, de tranquilidad que formaron y ayudaron a formar cada uno de los relatos, cada una de las historias que forman la mía propia y que están en este blog.

Tal vez aún no esté listo para ese momento, pero soy consciente de que, a estas alturas del partido, hay cosas que deben dejarse ir. En este caso es la Utopía la que queda a la deriva, libre para estar ahí, hasta cuando quiera, hasta cuando pueda, hasta cuando deba estar. Es hora de empezar a vivir en la realidad y la mejor forma es dejar atrás ese pasado que pesaba cuando intentaba hacer algo más.

Gracias por todo.

Adiós.

viernes, 14 de agosto de 2015

Signos

Quizás era la forma en que lo miraba, o tal vez su sonrisa, escondida tras esa mirada impávida. Nunca lo sabría, pero estaba seguro de que había algo, de que existía una conexión que los unía más allá del sutil cruce de miradas.

Aunque trataba de evitarlo, no paraba de pensar en qué podría ser aquello que le generaba aquella sensación de extraña seguridad cada vez que se acercaban, cada vez que se encontraban. No podía describirlo, pero lo sentía de una forma tan fuerte que, tras cada roce involuntario, sentía cómo sus pieles se erizaban y, de alguna manera, sus almas se gritaban en silencio una necesidad indescriptible de tocarse, de permanecer juntas.

Sin embargo, había algo que siempre evitaba dar un paso más allá. Una inseguridad exagerada que lo cubría por completo tras cada declaración de amor entre líneas. Veía, impotente, cada palabra acomodada secretamente en cualquier cosa que le escuchaba. Comprendía la forma en que cada palabra era pronunciada, como si allí hubiese más de un mensaje. Buscaba un signo.

Así, iba pasando el tiempo. Pasando el tiempo iban los dos, cada vez que se encontraban. Pensaba en la necesidad de sentir el cálido tacto de su piel sobre la suya, sin saber cómo acercarse, con temor al fracaso, de volver a amar. Un ligero roce, tomar su mano... acercarme, acercarnos... Signos...

Seguía buscando signos, que se negaba a encontrar. Y siguió pasando el tiempo, el sol, la lluvia y... Un corazón delator, una pasión desenfrenada que los llevó al parque en medio de la lluvia. Como si la ciudad se extendiera con cada gota que caía, corrieron hasta esconderse bajo el primer árbol que encontraron y se sentaron a descansar. Qué hermosos sus ojos bajo la lluvia. Un abrazo tibio y el agua resbalando por sus pómulos, sus miradas fijas: El signo. Acto seguido, un beso tierno, una sonrisa, un hermoso guiño en sus ojos.

Signos, dijo ella. Signos, dijo él.

martes, 28 de julio de 2015

Encuentros con ella

Todas las veces sucede igual. De pronto, voy por la calle y la veo pasar, de casualidad, por allí, mostrando esa gran sonrisa tras unas gafas que de alguna extraña forma le siguen quedando bien. Veo brillar sus ojos y, lentamente, como quien no quiere la cosa, poso mi mirada sobre la suya, como quien va buscando lo que espera encontrar. 

Ella se acerca, con cada paso tan suyo como sólo podría ser, mientras yo, torpemente, procuro no caer al suelo, mientras intento, tímidamente, acercarme a su existencia, que, de alguna forma, irradia color al mundo gris.

Se dibuja su sonrisa y mis ojos, como dormidos, sólo la pueden contemplar; mi sonrisa, a medio esbozar, intenta mostrar torpemente la alegría que me colma cada vez que la veo cerca, pero a lo sumo se acerca a la calma que siento cuando, momentos después, me abraza y besa, con una ternura infinita.

Lo que pasa después, por supuesto, depende del lugar, de la situación, pero siempre es igual. Queda, como siempre, un ligero dejo de felicidad.

viernes, 24 de julio de 2015

Recesos

Ahora que me fijo con atención, aquí hubo un receso. Escribo esta palabra por no poner una más cruel o no poner una expresión más indignante, como bloqueo de escritor (si cabe la expresión) o falta de inspiración. Fue poco más de un año en que este pequeño cúmulo de fantasías, de "experimentos de sentido sobre decisiones pasadas" tuvo la posibilidad de estar, sin más, a la deriva. ¿Razones?, quizás desinterés, probablemente miedo. Miedo al cambio, temor de mí.

Claro, son sólo sueños. Pero son sueños que, en algún momento, se presentaron como una realidad, como ucronías despistadas provenientes de un ideal. Fantasías de un Pigmalión perdido por su Galatea durante más de cinco años. Sentimientos traicionados sobre palabras e imágenes mostradas con el ánimo de gritar en silencio una verdad que entonces no era capaz de vislumbrar.

Sueños que, tras la caída de la estatua de su pedestal, perdieron su sentido, quebraron las manos del escultor que se esconde tras sus historias, del traicionado que no quiere regresar.

Fue algo más de un año de un pequeño mundo a la deriva, sin su creador, sin su capitán... Despúes, la decepción. Con octubre se fue una carta que marcó la decisión de no continuar, pero el temor de cerrar, como quien guarda la esperanza, la "obra" que logró crear. Una esperanza de un regreso que ya no sucederá, una bitácora de recuerdos de la estatua en su pedestal. Galatea en metamorfosis, demasiado humana para ser verdad: vicios y defectos, mentiras, traiciones, ansiedad. Galatea definitivamente humana, sin posibilidad de regresar.

Un año y un tanto de andar sin rumbo, obra y autor, tratando de recordar qué motiva a un escritor, cómo se escribe y... lo más difícil, cómo volver a empezar, después de haber perdido el rumbo.

Después, una dosis de realidad. Galatea prostituida, una historia más para olvidar. 

Ahora, para terminar, Perséfone vuelta sombras, un cadáver putrefacto que viene el invierno a dejar. Una nueva oportunidad, tras un largo tiempo deambulando en la propia obscuridad.

Quizás, también es bueno, a veces, descansar.

viernes, 17 de julio de 2015

Perséfone

De pronto, el silencio retumba en mis oídos y no veo forma de escapar. Siento el frío invadiendo cada poro, y el olor de tierra mojada se mezcla con el gusto del vino que no termina de añejar. Dentro de mí, voces luchan desesperadamente por escapar, por salir y terminar con la presión de guardar aquel silencio mezclado con sangre y lágrimas, que sigue derramándose sobre la habitación en que solíamos estar.

Un ruido sordo me acompaña en cada paso; debo escapar, pero cada camino que encuentro se encuentra cercado por un guardián: un silencio; unas voces, culpables, que tratan de huir a un más allá; un silencio de sangre y lágrimas, un gusto a vino y el olor a tierra mojada, que se entrelazan y se unen en la más profunda oscuridad: el grito culpable del que debe callar. La muerte. 

Sigue allí, desvanecida, mientras evito pensar, ver su delgado cuerpo de mujer, saberme suyo por un momento de éxtasis que no se repetirá. Una calma insoportable se aproxima como niebla, mientras su figura se esfuma, lentamente, y se funde con esta oscuridad que pronto terminará por consumirme, por volverme ruido sordo y silencio, tierra mojada y vino; voces y silencio, sangre y lágrimas, las mismas que aún alcanzo a ver sobre su rostro cadavérico, sobre sus cuencas vacías, solitarias como quien la mira, como quien la amaba... Como yo, que ahora la pierdo, con cada palabra, con cada silencio.

Su cuerpo, ya putrefacto, se aliviana, se vuelve humo y tiene olor de almendras. No cabe duda de que se va, se pierde en la nada que quedó tras los acordes tristes del piano que alguna vez tocó. Apenas es posible entrever su silueta, que desaparece lentamente entre las palabras calladas de aquellas voces. Sangre y lágrimas se apagan, y gota a gota, crecen la oscuridad y el silencio.

Un negro profundo invade la habitación y ya no es posible verla. Sólo queda el vago recuerdo de su cuerpo desnudo y blanco sobre el piso. El olor a tierra y vino se ha desvanecido con la última de sus miradas tristes, vacías. No hay más ante mí que el fantasma de sus cuencas, su espalda desnuda y blanca. Y su silencio, jamás podré olvidar su silencio.

Aún debo escapar, pero ya no desespero. Una calma insoportable se ha apoderado de este espacio, que descansa como un cementerio. Un silencio apaciguado ha invadido mi cuerpo y sólo me recuesto. No hay más salidas ni parece haber algún escape. Las voces han callado y no queda nada más que esperar.

Entonces, ella vuelve.

viernes, 20 de marzo de 2015

La realidad: una historia más

No era algo personal, era sólo que allí no había nada más y... siempre debe haber algo. No lo percibió, sino mucho tiempo después, al descubrir que sólo estaban los dos y que, no por destino, sino por exclusión, la vida era una constante persecución. Unos días era cazador y... los siguientes, presa. Y así pasaban sus tardes de miradas alejadas y vacías, pensando en que lo que ayer era guerra, hoy se convertía en amor, enredado en un círculo vicioso y viciado de la monotonía de aquella realidad. Y, de alguna forma, tenía que terminar.

Después llegó el mundo. Apareció como una pequeña mancha de azul que se convirtió, para él en cielo, en mar. Y lentamente se dividieron dando lugar al blanco, al verde y también al rojo, cuyos conceptos también se desarrollaron a medida que veía pasar el tiempo y el constante y lento devenir de esa nada convertida en algo a la que llamaron mundo, que llamaron tierra, cielo, mar, fuego. Y con cada paso imperceptible de ese algo desarrollado nació la emoción, y la persecución fue para ella guerra y fue para él amor. Pero cambiaban y otras veces era pasión, era odio, era dolor.

Con cada acontecimiento nacían las palabras y, de las palabras, las ideas. Después las letras, las vidas, las muertes y la imaginación, que entraba desapercibida en su mente cada vez que veían que llegaban las personas y que él no las tenía, sólo las veía. Se alejaban. Se alejaban cuando trataba de acercarse y lo veían. Se iban con ella que estaba allí, creciendo con la idea de belleza, de representación, de mitología, de teología y de Dios. Empero, allí no hubo nada más.

Escenarios vacíos de vida, sólo objetos, autómatas humanos adornando el lugar. Sólo ellos dos allí, presa de sus cuerpos, de sus sentimientos y de la exclusión. Como agua y aceite, juntos pero no revueltos, sin forma alguna de escapar. La eternidad en su nada, siempre solos los dos.

Después de muchos mundos, de la vida, de las palabras... La realidad: Un hombre escribiendo su mundo en un blog. No hay nada más, salvo una imagen, una mujer, una historia más.

viernes, 13 de marzo de 2015

Nueva percepción

Hola de nuevo.

Quizás estas líneas sean poco coherentes con otras tantas que se han escrito, en el mismo sentido. Cuando todo va mal, sólo puede ser tristemente peor. Y así ha sido, hasta hace un par de años. Julio de 2013 será el punto que marque la ruptura entre lo que fui y lo que seré. Considéralo un presente.

Han pasado tantas cosas que estos meses caen como décadas en los que cada día del calendario se siente como una pequeña eternidad, llena de utopías y anacronismos en los que aún me siento a pensar cuando no hay más. Pareciera ayer que íbamos de la mano pensando en llevar una vida juntos, que jamás nos separaríamos y que, después de todo, siempre estaríamos allí, el uno para el otro.

La realidad es que el engaño de nuestros sentidos se torna cada vez más evidente, como tus detalles obscenos, tus simpatías absurdas y el conflicto de tener que tenerte al lado, como quien lleva su piedra en el zapato.

No había, entonces, mucho por decir(nos), desde el principio se vio el final y las líneas que un día fueran venas por las cuales fluía la sangre de tu inspiración se secaron para convertir mi escritura en arena y erosión. Mis palabras, un desierto sin oasis en que no había nada sino tú, una imagen idealizada de un pasado inexistente, aflorando entre las piedras de una única ocasión: una noche, una noche toda llena de murmullos y canciones repetidas que marcaban un final. ¿Coincidencias?, No, sólo la imposibilidad de lo inevitable: La vida, en su máximo esplendor.

Ahora... ahora eres una planta atada a tu lugar de nacimiento, echando raíces en el último rincón del mundo incivilizado del que provienes, como quien no tiene más qué hacer y decide quedarse en su estanque, a salvo del mundo exterior, perdiendo la perspectiva del horizonte.

Yo no soy un hombre libre, pero trato de hacer frente a mis cadenas. A lucirlas y a utilizarlas para atacar a quien me oprime. Unas veces mi pasado, otras tantas tú, como fantasma de aquel tiempo irrenunciable que alguna vez fui yo.

Ahora, camino bajo la mirada de las parcas, esperando la oportunidad para escapar y condenarme a la libertad de crecer, de ir a algún lugar en el que pueda ser, simple y plenamente por un tiempo, para después volver y echar raíces donde nunca nada crecerá, pero después de haber visto el mundo, estar en ese más allá.

Quizás no llegue con alhajas doradas, ni con riquezas. Pero habré cumplido un sueño más grande que mi sueño en vos: Por fin seré yo.