sábado, 2 de abril de 2011

El parque del silencio

Caminaron por toda la avenida mientras se miraban en silencio, siendo seguidos por el ruido de esa solitaria, pero tan increíble ciudad. Sus pasos eran lentos y se detenían a observar la cotidianidad hecha magia, como los carteles de los teatros. Hablaban de las obras que veían que se presentaban y trataban de discutir sobre sus gustos por los actores, directores y las obras en sí mismas. Charlaban sobre las cosas extrañamente comunes que acontecen todo el tiempo en la ciudad y sonreían, para volver a callar y sólo mirarse a los ojos de una manera rara.

Su recorrido se hacía eterno y sus palabras eran arrastradas por el viento, se reconocía un único murmullo, mutuo que versaba sobre un café. Pero todo era tan vacío, que ni siquiera al seguir andando llegaron a uno, todo era completamente obscuro, completamente solo; no había más que un lejano ruido persiguiéndolos, ese ruido de ciudad del que trataban de escapar. 

Así fue como llegaron a la esquina del parque aquel que solía aparecer mucho en las noticias, allí donde incluso el silencio desaparecía para dar lugar a una nada auditiva, a un desespero tranquilo de saber que no estás y estarlo, y se sentaron en una banca, desde la que vieron como los niños corrían entristecidos, asustados por los juegos de las armas y el brillo de las hojas de árboles-navajas que caen sobre cuerpos que se niegan a morir. Vieron también a un hombre que llevaba un par de bolsas, negras como su gabán, y las dejaba lenta y sigilosamente sobre el asfalto, negro también, para que, quizá en un par de días, aparezca en algún reportaje sobre violencia en la ciudad.

El terror les invadió y fueron entonces ellos quienes fueron niños corriendo sin camino y esperando escapar de aquel lugar, de aquel silencio al que jamás llegó ese ruido de ciudad.

El reportaje del periódico contaba sobre un par de niños brutalmente masacrados en un alejado parque de una extraña ciudad.

2 comentarios: