miércoles, 27 de abril de 2011

Amor de colegio

¿Lo recuerdas? Tu mirada me dice lo contrario, parece que te olvidaste de todo lo que hizo para que tu dijeras "tal vez" y sus ojos se encendieran como el bombillo tras el impulso que envía la mano al interruptor. Me parece verlo alcanzarte cada libro, cada caja, cada papel... Su vida gira en torno a ti, mientras tu disfrutas que él te cargue la maleta y te haga las tareas. Te sientas y lo ves ahí, tan esmerado por complacerte, esperando el brillo de una cálida mirada, tierna como nunca, que no sale de tus ojos, que sólo lo ven sentado, con una mala postura y un lápiz que va de un lado para otro, escribiendo garabatos que no te interesa entender, total, tu belleza te lleva a donde quieres, sus acciones a donde necesitas. Quizá sea por eso que los veo y siento lástima por él, en realidad es brillante y se desperdicia a tu lado, a tus pies arrodillado cuando le haces un desplante diciendo que lo sientes, que no recuerdas que hubiesen acordado una cita esa tarde, o cuando le llamas en medio de la noche para que te ayude con alguna investigación, alguna consulta. Veo su mirada triste cuando me dice que te olvidaste de su cumpleaños, pero que ya te acordarás y entonces será el mejor día de su vida; su forma de actuar que sigue enredándose con cada paso de esos rojos zapatos tuyos y la jardinera desarreglada con que siempre vas vestida, menos los viernes, en que llevamos la sudadera de color azul y blanco de algodón.

Apuesto a que no recuerdas que fue él quien te defendió, cuando eras abiertamente culpable porque habías dañado la chapa de la puerta del salón, para que nadie entrara y te viera con ese tipejo de once. Dijo que había sido quien rompió la llave dentro y se llevó una suspensión; todo por tu causa, mientras tu reías con tus mechones de cabello rubio oxigenado, abrazada al tipejo de once que decía que te amaba sólo cuando otros estaban, igual, no importaba porque para ti no era más que otro que siempre se reemplazaba. ¡Pero es que ella lo vale loco!, siempre decía, aunque todos nos juntáramos para decirle que no, que no lo vales, que no eras para él, que dejara de ser iluso... Nunca entendió.

Recuerdo que te escribía cartas que nunca te entregó, en ellas siempre escogía una vida diferente para los dos, unos días espías, otros astronautas, otros desempleados. Mencionaba lo mucho que se amarían, la casa en la que vivirían, las tardes de domingo que gastarían en caminar de la mano por el parque, bajo el arrullo del tierno sol de la una de la tarde. Hablaba de los hijos, tus hijos, los que llevarías por nueve meses y que serían la mayor de las alegrías. No se animó nunca a entregártelas, aunque intentamos hacer que lo lograra, para matar de una vez por todas la falsa ilusión. Por entonces ya no lo usabas para tus planes académicos, tu cuerpo se había formado y tus ojos claros atraían las miradas de otros genios, o estudiosos, que lograban mejores resultados para ti. No habiendo nada que los acercara, su mirada fue aún más triste y distante, su vida se desvaneció.

Y ahora que te encuentro, años después, quizá diez, o quince, veo que no me equivoqué la noche aquella en que le dije, con los ánimos exaltados por la absurda obsesión suya por ti, que terminarías mal, que no habría un real futuro tuyo, que tu cuerpo no te llevaría lejos, como siempre pretendiste. Estoy seguro de que él hubiese desistido de esa idea si te viera como hoy te veo a ti, si hubiese esperado un tiempo, quizá seguiría aquí y no hubiese tomado esa bala vieja que estaba en el fondo del cajón en el que escondíamos todo aquello que nos era importante. No hubiese buscado el viejo revólver que su padre y hubiese jugado a la ruleta rusa, mientras dejaba una nota esperando que nunca la leyeras, otra de esas cartas locas que siempre te escribió. Quizá estuviese acá, conmigo, riéndose de tu dolor... Te estoy viendo allí, en medio de la calle, con tu cuerpo consumido, desgastado por el trajín de tu burdo presente, de tu pronto porvenir; tus piernas amoratadas, tus labios excesivamente pintados, tu cabello dañado por el uso de químicos y cosméticos y tu mirada triste, ida, disfrazada por lo obscuro de la noche y el traje de lentejuelas y brillantes que no se acomoda a tu figura natural. Ahí está el fruto de tus acciones, mujer, la vida te pasó la cuenta de cobro por todo aquello que hiciste. Y, sin embargo, puedo apostar que no recuerdas al niño aquel que siempre estuvo tras de ti, esperando una mirada compasiva, para poder vivir.

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