miércoles, 27 de julio de 2011

Libertad III

Despertó y sintió, de pronto, que el frío de la mañana se acercaba con el ladrido de los perros y las gotas de lluvia que empezaban a caer. Con el sueño sobre sus párpados, que aún eran pesados, decidió a guardar aquel cuaderno con su medicina adentro, mientras sentía sobre sus mejillas la cálida lengua del can.

El día le vino encima con los rayos de un sol que se asomaba sobre las montañas, cayendo, suavemente, sobre el valle que aún estaba a unos minutos de trayecto. Con el agua sobre su cuerpo, nos despertó para proseguir, y llevó la delantera puesto que, al final, era ella quien conocía el camino.

Así fue como nos llevó por entre las piedras y las plantas, por debajo y sobre las cuerdas del alambre, de púa o electrificado, por entre el ganado, la mierda, los charcos, hasta arribar al río, luego de perdernos en la hermosura de los pastos; con la desesperación producida por el sol y el sudor de la mañana, llegamos, pusimos la carpa y hablamos.

Entonces el sonido del río, que habitaba en nuestras cabezas, se manifestó de una forma tan fuerte que nos atrajo hacia sí, haciendo que sus aguas se llevaran los problemas, purificando nuestras almas. Las palabras no fueron más que las hojas que la creciente arrastra hasta llegar al mar, o quedar a la deriva en medio de algún lugar desconocido, en el que no puedan dañar.

Mito y rito, ritual, ritualidad, decía, y de pronto estábamos cantando mientras charlábamos del mundo, la vida, la ciudad, la aurora y el amor, pasando por las plantas y la filosofía, sobre psilocibina y el proceso que siempre se ha de hacer: agua, fuego, tierra, aire, elementos base para ser, crecer y perecer en una vida que no es más que el bosquejo de la obra que no se va a estrenar.

Buscamos y sólo fueron tres, sólo tres sagradas plantas, aunque científicamente no lo sean, las que habrían de llenarnos y curar nuestros problemas, y ayudarnos a viajar, a elevarnos en medio de la hermosa obscuridad que sólo era alumbrada por el fuego de la hoguera y por el dueto legendario, Sui generis. Ella hizo el ritual, y nos dio a probar.

Sin que sintiésemos algo, salimos a volar, siendo tan livianos como el aire circundante y las subidas de tono la encontrar los resonadores, al limpiar, vaciando, las cavidades nasales y gozar, después de un rato, de la experiencia de estar bajo la tierra, viendo cada detalle bajo el árbol, para nacer y ver el cielo de la hermosa noche, en todo su esplendor. Después dormimos.

Y, en la mañana, mientras ella guiaba al grupo y tomaba la delantera, pasando por cercas, bosques, piedras que son gigantes que duermen en paz, llegamos al final, la última cima de la montaña desde la que gritamos que, después de dos jornadas, conseguimos nuestra libertad.

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