miércoles, 3 de agosto de 2011

Silencio

De pronto la habitación se llenó de sonidos de toda clase: trompetas de circo, autobuses, motocicletas, personas gritando, aves, perros, gatos, murmullos de conversaciones. Cada paso dado dentro de ella conducía a una nueva experiencia auditiva sólo comparable a una mezcla entre casas de ópera, selva virgen y calles contaminadas de ciudades olvidadas. Sus ojos brillaban, puesto que, desde siempre, había deseado dar a su hiperdesarrollado oído un mosaico infinito de sonidos y frecuencias auditivas.

Con suave movimiento, su mano tomó el cabello que cubría una de sus orejas y lo puso tras de esta, empujándolo hacia atrás, luego, repitió el mismo movimiento con la otra. Cada sonido entraba entonces, deslizándose suavemente por los conductos auriculares, haciendo vibrar el lenticular, el yunque, el martillo y el estribo, para transformar esa onda en un impulso eléctrico que podía ser interpretado, dependiendo de su frecuencia, como el canto del ruiseñor, el sonido del pito de la fábrica, o una campana de la escuela. Cada sonido era disfrutado por él, mientras los huecesillos vibraban con tal fuerza, que poco a poco fue centrándose su escucha en sonidos determinados, y no en la sinfonía espectacular, amalgama de naturaleza y artificio que se hallaba en aquella extraña habitación, mientras su cuerpo perdía, lentamente, el ímpetu.

Poco a poco, mientras avanzaba por las paredes blancas, cada vez más lento, percibió una menor cantidad de sonidos. No escuchaba ya los autos ni las motos; no las aves ni los ríos. Escuchaba, quizá, el sonido de sus pasos, que trataba de hacer más fuertes a medida que avanzaba, como si fuesen estos su único puente con aquel mundo blanco de cuatro paredes. A medida que se acercaba, no escuchaba ya algo distinto de su voz; así, decidió gritar, tan fuerte que lograse salir de allí siendo guiado por él mismo. Pero, a medida que avanzaba, todo iba quedándose mudo, el aire escaseaba y se apoderaba de él una sensación de ahogo, de agonía.

Al acercarse a la salida, sólo escuchaba el leve susurro de sus palabras: Silencio... Encio... Cio... O... ... ...

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