viernes, 27 de julio de 2012

El mañana

Me gusta despertar con la incertidumbre del mañana, sin saber si después habrá algo más, sintiendo cómo debo tratar de aprovechar este presente que presenta las presencias abandonadas de los días: mañanas y ocasos, las noches desprendidas de la esencia industrial con que miramos la jornada, para muchos laboral. Me gusta despertar e imaginar, imaginarme en mundos diferentes, los míos, viviendo la utopía; sólo para darme cuenta de su imposibilidad, para seguir imaginando y encerrándome en el círculo vicioso de una soledad psíquica e inverosímil.

Pero hay días en los que me siento triste, tampoco es gratis soñar, la tristeza se presenta con un halo místico y obscuro con cara de realidad, con cara de improbable, de estúpido, con cara de botella de vidrio sobre mi cabeza y sangre, recordándome que habrá muchas cosas que no podré hacer, jamás. Sin embargo aprecio esos días y, debo confesarlo, también los disfruto y los agradezco, son el escape a mi cotidianidad.

Odio el latir de mi corazón y la respiración agitada, el detestable malestar en el estómago que producen las grandes emociones y el sabor a sangre sobre mi lengua cuando me golpean. Pero sobre todo odio la incertidumbre de no saber qué pasará, lo que resulta contradictorio porque me produce un placer cuasi orgásmico la emoción de lo desconocido, la necesidad de saber. Todo resulta siendo un permanente sinsentido, nada importa en la medida en que no tiene una explicación lógica o coherente.

De todas formas, hoy me emociona de manera preocupante y me produce una preocupación emocionante saber qué será de mí en relación contigo: todo se junta y es un amoroso odio el que me produce pensarlo.

Pero mañana... mañana estaré llorando porque te vas sin explicación y saldré a caminar absorbiendo la polución como aire puro y dejaré que mis pensamientos vuelen con los pasos lentos de la ciudad, de los ladrillos y el sonido de aceleradores y frenos, de insultos. Tomaré la seria actitud de esperar un momento y me enfrentaré con el peor de mis demonios: yo mismo. Porque érase una vez la víctima y tuvo que convertirse en victimario, porque érase una vez el victimario y se convirtió en víctima, porque érase una vez la luz y se oscureció, y no importó, la noche seguirá siendo noche aunque la luna se esconda, aunque las estrellas huyan tras los bastidores que son las luces de la ciudad.

Mi mañana es un hoy que se vuelve ayer, mi tiempo es una serpiente en espiral, mordiéndose la cola, mi melancolía es una alegría reprimida de conocer la verdad: mis ojos están rojos de tanto arder, mi corazón es un trozo de tela remendado, mi cabello es libre y desordenado, desordenadamente libre, y mi mirada engendra sueños que nunca serán, por eso sonrío, porque lo que vendrá habrá de ir más allá de mis sueños.

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