viernes, 27 de julio de 2012

La última cita

Para Phoenix, el día de su natalicio, de su resurgir de entre las cenizas.


Ella despertó, escuchó el ruido de la calle, los buses que a lo lejos depiertan a la montaña, los gritos de transeuntes desesperados por llegar a ninguna parte; se desperezó, mientras bostezaba cruzó por su mente ese suicida pensamiento que le atormentaba: rosas que hieren. El vacío de su estómago volvió a abrirse, sintió cómo escapaban de nuevo las ansias, transmutándose en mariposas que se golpeaban contra las paredes su estómago. Respiró hondo, recordando las clases de técnica vocal: ... inhala, honda y lentamente... honda y lentamente; ahora sostén la respiración... uno, dos, tres, cuatro... exhala, cuenta hasta ocho... Una vez más... De nuevo...

Tomó la ducha, sintiendo cómo cada gota resbalaba sobre su cuerpo, pasando sobre el discreto tatuaje del ave fénix, percibiendo cómo se llenaba de esa extraña energía, de esa fuerza vital que representa el agua, dejando algunos pensamientos sobre sus poros, para que el agua los arrastrara. Se hacía algo tarde, pero no importaba, con el tiempo había descubierto que la tranquilidad va primero, que hay que sentirse bien para verse bien y que esto lleva su tiempo. No desayunó, tomó un café algo amargo con unas gotas de limón, como lo hacía la abuela, prendió un cigarrillo y lo dejó entre sus labios, sin aspirar, para calentar las palabras, que se escuchaban frías aquella mañana. Salió, vestida con chaqueta de cuero, jeans ajustados, una blusa negra y botas que llegaban arriba del tobillo, estilo característico, después de todo, incluso ésa era una cita más.

La tarde gris mezclaba con el momento, el instante crucial en el que, después de tantos meses, de tanto sufrimiento, de las rosas que hieren, volverían a encontrarse. Las circunstancias no le eran propicias y acrecentaban las náuseas y agrandaban el nudo de su garganta. ... Inhala, cuenta dos... contén la respiración, cuenta hasta cuatro... exhala, cuenta hasta ocho... Repítelo... Una vez más...

Desde que el colibrí dejó de mover sus alas todo era más difícil: las palabras se suicidaban. Eso cruzaba por su mente mientras se acercaba al café en el que habían acordado encontrarse. Inhala... mantén la respiración... exhala... Inhala... sostén... exhala... inhala, contén, contente, exhala, inspira, aspira, inspira, aspira, inspira, inspira, ¡inspira!, ¡inspira!, vuelven los recuerdos de los paseos por la calle, los besos tiernos, los insultos con voces ridículas y las peleas fingidas por la calle, las peleas serias de miradas asesinas, crueles, los silencios taciturnos, quietos, imposibles, las alas del colibrí en noches de desesperación, las clases de canto con su insoportable inhala, sostén, exhala, inspira, contén, aspira, espalda recta, los dedos atascados sobre el piano, los acordes malogrados, las eucaristías excepcionales, el coro femenino cantando cánones, Pachelbel en las noches, los besos, las rosas, las espinas, los versos, la música, el tiempo, su tiempo, el Tiempo, el aletear enérgico del colibrí, las lágrimas, las sonrisas, las tristezas, las alegrías, la nostalgia, la melancolía, la iglesia, el cementerio, la tumba, la lápida, el colibrí...

Inhala... Uno, dos... Mantén la respiración... Uno, dos, tres, cuatro... Exhala... Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho... De nuevo... Otra vez... Y otra vez.

Ahí está él, sus ojos brillan, como todas las otras veces, intenta abrazarla, pero ella no lo permite, ladea su cabeza, pone su mejilla, él intenta llegar a sus labios, ella se niega, voltea su cabeza, él intenta tomarla de la cintura y fracasa.

-Ya no más.
-Pero, pero... por favor... no entiendes.
-Entiendo perfectamente, estamos acá para dejar todo en claro.
-Te amo.
-Ya lo has dicho antes, pero no lo has demostrado...
-He cambiado.
-Sí, te ves diferente.
-No, no de esa manera, he cambiado.
(Su mirada se vuelve tierna, pero ella lo conoce, respira lentamente, recuerda los ejercicios de canto).
-¿Para qué me llamaste?
-Te necesito, hoy más que nunca.
-Al igual que otros tantos inviernos.
-Por favor, no sabes cuánto te necesito. Las noches se me hacen interminables, me despierta la sensación de vértigo y soledad, me carcomen los celos y tiemblo de pensar que alguien más se apoderó de tu cuerpo, que te entregaste a otros, mejores que yo. (De sus ojos brotan lágrimas y su brillo se vuelve inmarcesible. Inhala, mantén la respiración, exhala, una y otra vez, hasta que contengas las mariposas)
-Tuviste tu oportunidad... y no fue sólo una, cada vez que tienes un problema acudes a mí, cuando te dejan y sientes la miseria del despecho, acudes a mí para darte fuerza y cariño que no he visto recompensado. Pero, ¿sabes?, a pesar del dolor agradezco saber qué clase de tipo eres. Ha sido duro, pero hoy tengo las alas del colibrí, hoy soy el ave que renació de las cenizas. He decidido enfrentar esta situación para darla por terminada. Para mí ha quedado todo claro, no te necesito, tengo miles de cosas más por vivir. Adiós. (Baja la mirada de él, mientras los ojos de ella brillan de forma inmaculada. Se levanta y deja el dinero del café sobre la mesa, después se va).

El sol de las cuatro de la tarde aparece en todo su esplendor y un cielo azul con pocas nubes ilumina su sonrisa sobre la acera, la vida, ouróboro espiralado, ha concluido su camino para dar inicio a otro. El discreto tatuaje de su espalda representa la vida que ahora empieza

1 comentario:

  1. Gracias...
    Muchas personas dicen "te entiendo" como una forma de cortesía, intentando hacernos sentir bien o quizá sentirse bien ellas mismas... Pero tu llevas esa expresión más allá pues tomas mis palabras y las conviertes en tuyas sin quitarle su significado; eso es este cuento y te estoy inmensamente agradecida por ello.

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