Después de tanto tiempo se habían
reencontrado. Al parecer seguían siendo los niños tímidos y orgullosos que se vieron
muchos años antes en aquel hermoso y recóndito lugar. Estaba en las afueras de
un café del centro de la ciudad, lugar preferido por él para los encuentros;
vestía un gabán marrón, zapatos negros, algo desgastados, pantalón negro sin
planchar y con el cabello sucio, fumaba un cigarrillo; ella, corriendo para no
perder la cita, de jeans, chaqueta de cuero y tenis blancos, algo sucios.
Hacía un sol de cuatro de la tarde, la
luna se asomaba por entre las nubes. El cielo, azul, estaba calmo, para
perderse mirando hacia arriba. Ella se acercó algo agitada, a duras penas
saludó y permaneció en silencio, tomó aire y simplemente se quedó allí, sin
decir palabra, mientras él terminaba el cigarrillo. Él, sin saber qué hacer,
pensaba en las palabras precisas, aprovechando el lapso de tiempo en el que cae
la colilla al suelo y la apaga con el pie. Pasados unos segundos la saludó.
Ella devolvió el saludo y, más calmada, le preguntó cómo estaba, a lo cual él
respondió que se encontraba bien, para después devolver la pregunta. Bien,
respondió. Hubo otro silencio, que fue interrumpido por su invitación a entrar
al café.
Una vez adentro tomaron cappuccino, él
porque gustaba de la costumbre, ella porque gustaba de su sabor. Hubo otro
silencio, él intentaba acercarse a su mirada, mientras ella la bajaba y se
ruborizaba. Intentaron mantener algún tipo de conversación, los temas no
afloraban, las palabras quedaban como suspendidas en el aire y el viento las
llevaba a otro lugar. La conversación se tornaba agonizante, cuando ella
preguntó si tenía algo para contar. Él respondió: "hay tantas cosas y tan
poco tiempo...". Algo ocurrió, pareciera que en la memoria un fantasma
despertara y viajara hasta sus ojos para limpiar el polvo de sus iris y estos
empezaran a brillar. En la mente de ella aparecían esos recuerdos de la
conversaciones y las cartas que le mandaba, esa forma tan particular para
expresarse, tan precisa y anacrónica, esa en la que nunca dejó de pensar.
Cuéntame, dijo. Él, sin prisa, pero sin pausa, eligió como inicio algunas de
sus anécdotas más recientes, sin escatimar en detalles, refirió todo su
recorrido desde la última vez que habían hablado hasta el momento en que notó
que ella bajaba la mirada y tornaba el ambiente melancólico y nostálgico de la
ciudad en un silencio hermoso, como de campo, cosa que le recordaba, mencionó,
el día en que se conocieron, hacía más de media vida.
Sus ojos no paraban de brillar y sus oídos
estaban encantados de escucharle, él terminó preguntándole qué había sido de su
vida. Ella comentó algunas cosas, algunas historias. Sus palabras parecían
insinuaciones sutiles, casi imperceptibles, que él consideraba como fantasías
derivadas de la tergiversación de su realidad, de su historia y de esas
mariposas que volvía a sentir en su estómago, restaurando la ilusión rota años
atrás. Cuando ella terminó y las palabras volvieron a esconderse detrás de los
silencios, él le preguntó, de nuevo, cómo estaba.
Ella bajó la mirada, se ruborizó y la alzó
un momento, tímidamente, como si fuera una bandera blanca, llena de ese brillo
tan propio, que recuerda al ónix. En medio del silencio, él lentamente se
acercó, con su índice levantó ese rostro hermoso, que no pudo alejar su mirada,
pero que los acercó hasta el fondo de los ojos. Aspiró su aroma, ese perfume
tan dulce y suave, sintió su piel de durazno y se perdió en sus labios rojos, tan
tiernos, tan cálidos... Mientras la besaba llegó a él una reminiscencia que no
le pertenecía. Se veía con traje negro, con jeans y camiseta roja, con abrigos,
bufandas, sombreros, gorras, paraguas, con la escena repitiéndose y terminando
de la misma forma, un beso largo y tiernamente apasionado.
Después ella lo abrazó y le dijo que lo
amaba, más que a ningún otro. Él se perdió en su propia mirada, que se tornó
lejana, vacía y también dijo que la amaba. Pero las historias deben terminar de
alguna forma y fue con una pregunta como él terminó la suya, "¿En realidad
me amas?", dijo agonizante, viendo llegar al hombre con el que, se
rumoraba, había estado ella toda su vida, que se acercaba, mientras él caía de
rodillas al piso, sintiendo como la vida se escapaba en el olor de almendras
amargas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario