lunes, 5 de septiembre de 2011

Despedida

Entonces dormía con temor, quizá porque la vida en ese instante no era más que un continuo devenir de sensaciones modificadas por circunstancias que hacían de cada sueño una constante pesadilla, una tortura continua que seguía en la vigilia. Pensaba a cada momento en tu mirada fija en la distancia que había entre nuestras metas, nuestras ilusiones y el estómago se retorcía con tal fuerza que mi respiración se hacía densa y el nudo de mi garganta me asfixiaba e impedía decirte las palabras que esperarías que pronunciara...

Cada hora una eternidad en que las agujas de la pena entraban por mis ojos y llegaban hasta el cuello, haciendo que la tensión fuera parálisis, que la espalda se contrajera y el dolor, cada vez más intenso, alejara al sueño, concentrara el cansancio sobre mis hombros, cual Atlas ingenuo, como triste mártir del amor. Nada valían la música y la poesía, nada los cuentos ni los recuerdos... Recuerdos de días felices contigo, de días tranquilos en que mirábamos el cielo esperando las nubes con sus formas impensables con versos de Gonzalo Arango y música de Caifanes. No hubo ya un Silvio escribiendo sobre la piel, ni un Mario que quisiera contar conmigo simplemente, porque desaparecían mientras mi corazón languidecía con la indiferencia de tus ojos plasmada en mi conciencia.

Después dejé de dormir y sólo pasaba los días pensando en qué sería de ti, con el alma compungida, preguntando si te habían visto, o hablado, sin más respuestas que miradas vacías y mentiras piadosas. Luego ya nada valió la pena, tú te habías marchado, habías volado y yo, como un árbol, dejé que mis raíces me atraparan a este suelo, para no verte más.

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