sábado, 24 de septiembre de 2011

Relato

Había pasado mucho tiempo ya, más de una década, para ser algo más precisos, dejando, empero, la intriga desenvolviéndose en el estómago de aquel que esté leyendo. A pesar de todo lo que había sucedido, que, para este momento ya no importa, la alegría y la ilusión estaban como el primer día, fulgurantes.

Recién había vuelto a la ciudad, de la que estuvo alejado por motivos que no necesitan ser expuestos, no por sabidos, pero por indiferentes al desarrollo del episodio a narrar. Se había hospedado en la antigua casa familiar, en la que alguna vez pasó los días eternos de sus vacaciones, siendo niño. Por supuesto que no era ya la misma, de su familia no quedaban más que algunos amigos en ese lugar, que se habrían ido por razones que no tiene caso explicar y que siempre puede deducir el lector. Allí, había visto el pasar de las hojas y escuchado el ruido del riachuelo, como antaño; se había sentado bajo el árbol viejo, de tanto significado para él, por razones que no entenderían los lectores más juiciosos, y sintió lo mismo que la última vez en que estuvo allí: el inmenso dolor de tener que partir sin poder decir esas cosas, que no se explicarán aquí porque le quitarían la emoción al relato, que habrían cambiado su historia de forma definitiva.

Recordó el momento de su triste partida y la vida no concedida que había llevado desde entonces. Por cuestiones que no precisan, ni deben resolverse, estuvo en la vieja casona tomando café, conversando acerca de nimiedades, cosas poco interesantes y que no merecen contarse. Allí supo de la persona que, por razones presupuestas para el lector, había hecho de su vida un caos, un desorden incontrolable que engañaba hasta al destino, volvía, regocijándose de alegría por los éxitos, que no se exponen por ignorancia, conseguidos.

Vagó por las calles, tan iguales, por su significado, que no se expone porque ya debe conocerse, y tan diferentes, por los cambios propios en los tiempos, de los cuales ya ha de tener el lector una idea, pensando en cosas que no pueden contarse, porque cada quien, como debe saberse, tiene locuras distintas dentro de su mente. Así, llegó a uno de esos predios que por causas desconocidas siguen siendo como fincas, allí, vio cómo un par de niños jugaban y, aguzando la vista, observó ese brillo de ojos marrones y, como ya debe suponerse, supo lo que pasaría. De todas formas, quizá porque no necesita explicarse, no hizo lo pertinente y continuó en su rumbo a ninguna parte, con esa sensación de culpa, que ya se mencionó, y que le persigue a cada instante.

Habiendo llegado, nuevamente, a la que fuese su casa, vio el vestido negro y los tacones, las piernas torneadas y la tez blanca, que ya debe estar imaginándose el lector a quién pertenecen, y entonces sintió el corazón tan acelerado que se le iba a salir,  el nudo en la garganta y su consecuente imposibilidad para articular palabra, las mariposas en el estómago y el sudor frío. Ella se acercó e intentó besarlo, él, sin saber qué hacer, sólo guardó silencio y se quedó quieto, como es normal en esos casos, teniendo en cuenta que ya debe saber el lector qué clase de persona es, ella, se queda esperando, él se mueve, ella baja su mirada, él también.

Y el final es un eterno retorno de lo idéntico, el hombre que no conoce su historia se condena a repetirla, y no importa qué es lo que sucede, porque se entiende que quien lee estas líneas ya sabe quién escribe.

1 comentario:

  1. Y en conclusión, quien lee se siente como un imbécil!
    jajaja, no mentiras, es un chiste flojísimo.

    Quien escribe si conoce la historia y tiene sus respuestas, pero solo a su debido momento encontrará las herramientas para salir del círculo...

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