miércoles, 5 de octubre de 2011

Del entusiasmo

Todo exceso es vicioso...




El siguiente no es un texto propio, es una reproducción de un fragmento de la novela "La Insoportable levedad del Ser" de Milan Kundera, extraído de la Edición séptima de la colección Fábula de Tusquets Editores, que se encuentra en la página 180, al iniciar el capítulo segundo de la quinta parte de la novela.

Como todo lo que se escribe, también este fragmento tiene una significación particular que, muy a pesar del autor, no podrá llegar a conocimiento de lector, puesto que la interpretación estará dada dependiendo de las circunstancias específicas en que se encuentre, tal como sucede especialmente con la literatura de Milan Kundera, en quien, desde mi subjetividad, he encontrado siempre un significado distinto a las palabras. La idea de esto es, por tanto, incluir un pasaje que para la situación vivida en estos momentos, pero también dejar al lector esa sensación de estar leyendo un texto que va más allá de una opinión, sino, manteniendo el espíritu utópico que se ha pretendido plasmar en el blog, dejar una breve historia, un pensamiento y, para el caso concreto, un homenaje a este gran escritor.


"A los que creen que los regímenes comunistas de Europa Central son exclusivamente producto de seres criminales, se les escapa una cuestión esencial: los que crearon estos regímenes criminales no fueron los criminales, sino los entusiastas, convencidos de que habían descubierto el único camino que conduce al paraíso. Lo defendieron valerosamente y para ello ejecutaron a mucha gente. Más tarde se llegó a la conclusión generalizada de que no existía paraíso alguno, de modo que los entusiastas resultaron ser asesinos.

En aquel momento todos empezaron a gritarles a los comunistas: ¡Sois los responsables de la desgracia del país (empobrecido y despoblado) de la pérdida de su independencia [...], de los asesinatos judiciales!

Los acusados respondían: ¡No sabíamos! ¡Hemos sido engañados! ¡Creíamos de buena fe! ¡En lo más profundo de nuestra alma, somos inocentes!

La polémica se redujo, por lo tanto, a la siguiente cuestión: ¿En verdad no sabían? ¿O sólo aparentaban no saber?"

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