martes, 22 de marzo de 2011

Leviathan

Su manía eran las personas, sin importar su condición, aspecto físico o ideología. Cada día transcurría en un constante ir y venir por la ciudad, fotografiando transeúntes; cada hora eran cien fotos, diez, una, ninguna, miles, millones de imágenes de hombres y mujeres que llegaban y se iban del lugar en que siempre se sentaba con su cámara a observar. Enfermiza pasión.

Su obsesión fue tornándose en locura, y en tratándose de sus fotos, de sus rostros fotografiados, las paredes tornáronse multicolor, de piedra volviéronse papel, las alfombras convirtiéronse en un inmenso collage, una inmensa cara compuesta de ojos, orejas, cabellos, narices y bocas, de gafas y parches que conformaban el rostro de un hombre, ¿o mujer? No importaba, sólo era menester que se llamase Leviathan.

Los rostros le aburrieron y entonces decidió dotar su obra de un cuerpo, puesto que un hombre no es tal sin un cuerpo. Y fue así como más rostros conformaron brazos, piernas y tronco, para dar a Leviathan un aspecto de hombre real. EL fotógrafo veía su obra con ternura e impresión, sus ojos compuestos de ojos, su rostro y su cuerpo de rostros. Sin embargo, algo hacía falta en su obra, pues Leviathan debía ser real, no sólo una obra visual... No sólo una imagen más, debía sobrepasar las fronteras del arte y ser la vida misma. ¿Cómo lograrlo?

No hubo respuesta alguna, sólo un intento desesperado de dotar de vida al ser extraño, a la obra magna del artista. Tomar la daga y esperar la noche. Tener paciencia, oír los pasos, hacer silencio, acercarse y tapar su boca. Acercarlo y sentir el suspiro último, mientras la sangre sale de su cuerpo para caer en el horrible balde de metal descolorido, oxidado. Si, eso es, ¡vive hijo mío, vive Leviathan! No te mueves, hijo mío, ¿qué te pasa? Ya lo sé, necesitas cuerpo, un cuerpo hecho de cuerpos.

Orejas hechas de orejas, ojos hechos de ojos, brazos de brazos, cuerpo de cuerpos. Un cerebro gigantesco, todo bien acomodado y más sangre. Lo sobrante en reserva, se puede lastimar.

El hombre se posó sobre su obra. Abre los ojos Leviathan. Pero no despertó su obra perfecta, le hacía falta un alma. Toma mi alma, hijo mío, y despierta, haz de tu hogar el mundo. Leviathan despertó, llevándose consigo el alma de los seres muertos y de aquel que le creó. Tomó sus pensamientos y sus dones, sus macabros excesos, sus sueños e ilusiones, sus vidas, y así se mantuvo por toda la eternidad, perfecto, como una comunidad., como un Estado, siendo un hombre hecho de hombres.

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