domingo, 6 de marzo de 2011

Visita...

...a: E.V.S. por acordarse de mi...


La tarde alumbró mis pupilas, como la luz repasa la obscuridad, a tu vista de contraluz sobre el horizonte que se extiende como un espejo de mis tristezas y mis alegrías, así como tu sonrisa que aparecía inmácula y más brillante que el mismo sol de invierno bogotano en que estaba yo sentado mientras te acercabas.

Esa tarde fue de helado y árboles, de mandarinas y del arequipe que no te gusta, y el mango que no sabe a nada porque es de mango y de chocolate con trozos de hielo. El brillo de mis ojos se hizo más evidente a medida que me acercaba y se vislumbraban tus pómulos rojos y tu cabellera rizada ya café. Te besé la mejilla y allí seguía tu sonrisa y tu divertida voz, con la que saludas a todos y despiertas su esperanza; era Febrero y el tiempo no pasaba, finalmente porque estábamos allí y la vida no importaba y sólo importaba el cruce de palabras y la casa de Andrés que estaba cerca, pero entonces cambiamos el rumbo porque no conocíamos la ciudad y nos fuimos lejos, tan lejos, que casi llegamos a tu casa que está en el otro extremo, y llegamos al parque de la biblioteca que  se extiende como el laberinto del fin del mundo en un océano de cien años. Allí estaba Günter Grass, sentado con sus eternos tres años de Óscar, con su tambor de hojalata... Una historia de la abuela que esconde al pirómano en sus faldas de mil años de minutos y de tardes grises con tintes de un anaranjado color. Sacaste un libro.

Luego, caminamos eternamente hasta el centro y vimos entonces las nubes y tomamos una cerveza, un café, un helado, lo que quieras, claro que tu hipoglicemia te la pasas por alto y entonces no importa nada más que ese viaje al otro lado del país y el paso al país vecino por el río que se ve distante desde esta selva de concreto. No importa, después de todo cada que hablamos pasan años de tortuga y silencios disparados por frases de nieve y viento que lleva hojas que simplemente caen, sin más magia que haber tenido un recorrido por entre las ramas y los mundos, allá donde envejecen las amapolas y despiertan las adormideras a los que no sueñan, a los que olvidan...

Después recordamos el olvido con que soñamos, hombre y mujer que no se pierden del pensamiento, que permanecen como un fallido intento de escapar y cambiar la realidad. Tu secreto del parecido entre aquel y yo, la similitud y la ternura de ellas dos, la curiosidad de amar y ser amado, y de no olvidar. El vivir siempre tomado de tu mano para pasar las calles y ver en los semáforos una experiencia más allá de todo sentido racional, de toda experiencia empírica. Luego están la estima y la amistad, tu y yo sentados tomando un café y un granizado, de comer gelatina y seguir charlando hasta que la vida vuelva a ser real y deba regresar.

Adiós amiga, también te quiero, espero volvernos a encontrar.

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