sábado, 12 de marzo de 2011

Sin poder escribir

El tiempo pasaba tan lento como el crecer de la hierba en la mañana del sol oriental, naciente; el escritor observaba la ventana con la esperanza de hallar, allí en ningún lugar, la idea que cambiaría ese triste destino en que estaba sumido, sumiso al arbitrio de la inspiración, de la palabra inexistente sobre el papel, al silencio desesperado del mundo que yacía vivo, pero inerte, carente de imágenes capaces de ser concretadas en una idea original, en una ilusión utópica. La ventana mostraba una pareja que caminaba tomada de la mano. Reían y hablaban, luego volvían a reír. El escritor tomaba su pluma y daba unos trazos que teñían de azul, rojo o negro el papel y que transmutaban en borrones, manchas de corrector o simples tachones, manchas informes de tinta que da vida a las palabras y que así mismo las acaban. Desesperación. Gritos ahogados y marcas de dientes en los puños aparecían constantemente, mientras la mirada distante y las pupilas fijas en ninguna parte se perdían en la inmensidad del mundo que afuera estaba, vacío, solo.

La pareja seguía su camino con la misma expresión sonriente. Quizá un poema estuviese recitando el hombre que la lleva de la mano, porque sus manos se mueven con tal gracia que los ojos de ella alumbran, como el sol a medio día, y su melena es acariciada por el viento, sus besos llevados por la emoción y la euforia de ser amada como nunca, hacia sus labios, esos labios que parecen únicos. De pronto, al escritor no le interesa si las letras fluyen para formar palabras, le interesa ese amor e indaga sobre él. Quizá un amor a lo Kundera sea aquella realidad, o un prohibido amor de Sthendal parezca aquella escena de sutil felicidad, de alegría infinita... Y luego están Bioy Casares y Vargas Llosa, también está Benedetti, todas imágenes horribles sobre lo que puede ser o será en algún momento si me mira un poco a la realidad. El recuerdo de Paulina, de la tarde enamorada, una posibilidad; Lucrecia y Fonchito, y también Narciso, hermano de don Rigoberto, la imagen del terror, del amor perdido que se ve tan evidente que no permite pensar, sólo soñar, la vida es sueño, soñar la realidad, ahora pesadilla de amar y dejar de estar allí, sintiendo que se esfuma...

La pareja sale de la línea de visión, felices se alejan, se pierden, se van, quizá nunca más habrán de pasar. El escritor se levanta y da una vuelta alrededor de la habitación: ¿habré dejado de amar?, la pregunta tiene espera, segundo que pasan, para contestar, quizá nunca pude amar y la vida se va, la razón del no escribir debe estar en no sentir ese aprecio, ahora amar, la vida que ha elegido ya. Estar sin poder escribir no es más que perder la ilusión de soñar, de vivir, de amar y volar por un mundo de ilusiones, sensaciones sin cesar que llegan cada mañana, vestidas de realidad.

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