viernes, 11 de febrero de 2011

Descripción de un instante de desesperación.

Una llamada, una carta, un aviso, un mensaje, cualquier cosa, te avisa que va, que viene, que esperes y tu le crees porque su tiempo es valioso, porque el tuyo no es nada si no estás a su lado siquiera un instante, siquiera un momento que será gratificante.

La mente te mata, te obsesiona con remordimientos, con cosas por contar, con soledades infinitas entre ríos de personas. El pensamiento te acobarda, te consume, te vuelve loco con esa sensación de vacío, de eterno desvarío y falta de coherencia, de ganas de escapar y no quedarse con eso adentro; una necesidad. Pero una necesidad que no es física, que es mental o, quizá, espiritual, que es de ti y para ti, sin que tengas en cuenta algo más que sentirte bien, que estar bien contigo y salir de la miseria en que sumes tu propia existencia cuando te sientes así, necesitado, esperando la llamada, la carta, el mensaje, o lo que sea que te haga sentir mejor. Mientras esperas sentado que venga, que llegue, que esté, que espere; que te brinde un poco de su tiempo fingiendo interés, o realmente prestando atención a tus palabras... palabras que se llevará el viento y no tendrán más que una temporal acogida, que no llegarán más allá de tus labios, de un intercambio de palabras y un largo silencio, silencio de sonidos de ciudad y de bares, de cafés o restaurantes que nunca frecuentas porque no conoces; silencio enorme que se lleva el sentimiento de soledad en que te encuentras, de melancolías arrítmicas y canciones desesperadas, silencio de calma que precede a futuras tormentas...

Y es entonces que te sientas a esperar y ella nunca llegará. Sigues allí esperando, guardando falsas esperanzas de visos de cordura en su alma, un viso de locura en su cuerpo, una mirada lujuriosa o una sonrisa brillante... que siempre esperarás y nunca tendrás, jamás.

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