miércoles, 2 de febrero de 2011

Te llamabas Soledad

No sé hasta dónde lleguen las ganas, pero sé que lo importante no es, precisamente, disfrutarlas.

Esa mañana de Agosto, con sus vientos que elevan cometas de niños perdidos en el pensamiento de un dios que tira los dados y esconde el resultado, estabas de pie, sola. Llorabas. De tus ojitos azules salían lágrimas doradas por el efecto de reflexión que genera el sol cuando traspasa la superficie de aquella gota de corazón, de alma rota en que escapaba tu pena bajo la mirada de Helios. Tu cabello negro al viento ondeaba, sublime, haciendo que tu aspecto se tornara tierno, demasiado tierno para quien viste pantalón de cuero y botas doce puntos. Demasiado tierno para quien viste camisa de Judas y saco de Kreator.

Recuerdo tu mirada, mirada triste de sueños rotos, de nostalgia de amores perdidos, amores de perro fiel y zorros infelices, siempre astutos... Astutos como las cucarachas, que roban y se esconden, como él se robó tu dignidad. Me perdí en tu tristeza. Me perdí en la tristeza de tu nombre, ¡oh, mi amada Soledad!, porque yo supe tu nombre, lo leí en tu mirar y lo confirmé al preguntarte ¿Qué te pasa?, cuando me dijiste que eras triste y te llamabas Soledad.

Luego te llevé a pasear, caminamos juntos largo rato, esperando que nos vieran los niños y nos invitasen a jugar, me dijiste que la idea no era esa, que era mirar, aprehender y esperar, porque decías que todo va a mejorar, que la melancolía se irá. Luego comimos un pan, porque no querías hacerme gastar, quizá sabías de mis problemas de dinero, o de mi falta de caridad. Comimos y te fuiste, te alejaste cantando una balada de metal, Akash, quizá, en una sonrisa al atardecer de un hombre que sufre y llora, que se alegra de su dolor... Una sonrisa al atardecer que lleva consigo la promesa de sacar un gemido al viento por un amor que nunca fue...

Las ganas se quedaron sin calma, quizás por eso te llaman, mi querida Soledad, levantando una protesta a toda felicidad, a toda alegría, haciendo una apología de la nostalgia y la melancolía, combatiendo la esperanza con mortal aburrimiento, con tristezas eternas y con tu recuerdo, recuerdo de ojos llorando el llanto eterno de aquella desgracia con que ahora encuentro la pureza de tu nombre.

Hoy me acuerdo de la tarde en que no te volví a ver, que empezó una mañana de Agosto, viendo tus lágrimas caer. Soledad, amada mía, nunca me dejaste, aunque no te pueda ver allí estás, esperándome, con la sonrisa del atardecer... 

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