jueves, 3 de febrero de 2011

Terquedad de campesino

Me dices que estudie, te contesto, ¿que estudie qué?, si de todas formas me cambiarás por algún ingeniero, jurista, o pordiosero. Me dices que no pasa nada con eso, que no me cambias, que me amas como soy; pero... Si tanto me amas, ¿entonces por qué quieres hacerme eso?, por mi talento, les cuentas a tus amigas, hijas de ricos de la capital, ricas de pueblo y pobres de ciudad, pobres de espíritu y pobres de moral. Quieres que estudie para que escriba y no me limite a garabatear la hoja de papel blanco que me acabas de regalar, no es más...

Me pides que te contente, que deje mis tierras y vaya a la ciudad, como si allí estuviese el futuro, como el campo no fuese nada y no fuera más que excusa para amar la capital, la metrópoli llena de angustias y pesares, de desmanes y de esmog, de polución.Te digo que olvidar mi tierra no puedo, porque, a fin de cuentas ¿Qué es de un pueblo sin alimento?, te quedas callada, dices lo siento, como si tu ignorancia no fuese un pecado que sobre ti recayera, como si tuvieses la culpa de vivir tu vida aislada, como si algún doctor de allá, de la ciudad, pudiese entender y explicarte, o siquiera aprehender el hecho básico: el campo es necesario, hay que recordarlo, nunca abandonarlo y aprovechar, porque el sustento ha de ser propio y no extranjero, porque la base del gobierno es propio alimento y ejército, si no ¿Qué ha de ser del gobierno? Nada me dices, estás callada, brillan tus ojos negros y me dices que por eso es que pides que yo estudie, pero yo no quiero eso. Ahora déjame seguir leyendo...

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