martes, 19 de octubre de 2010

Destino

Te sentaste a esperar el bus en esa tarde gris, pensando que quizá en algún momento pasara un salvaje y te mojara con el agua de aquel charco que estaba a unos pocos metros del paradero. Fijaste tu mirada en las personas que pasaban, ya sacando los paraguas, ya corriendo para no mojarse con la lluvia que se aproximaba... Viste sus caras, tristes las más de ellas y...sentiste en tu corazón la llamada sobrenatural, como un presentimiento de que algo iba a suceder; así fue como te pusiste de pie y caminaste hacia el semáforo, donde subiste al primer bus, sin saber para dónde ibas, pero teniendo la seguridad de que a algún lado deberías llegar.

Ya dentro del bus pagaste tu pasaje, viste que, en el interior, la gente estaba triste, como cansada de todo; pensaste que quizá fuera por la hora, como las tres o cuatro que marcaban tu reloj. Lograste pasar con algo de dificultad hacia la parte posterior, donde no pudiste conseguir un asiento, pero quedaste relativamente cerca a la salida y esperaste una segunda llamada de tu corazón, mientras que dejabas tu mirada en la ventana, que ya se empezaba a empañar, y observabas el espacio en que te movías; calle tras calle el bus cruzaba la ciudad y tú entonces notabas pequeñas gotas que se estrellaban con el vidrio y deformaban las imágenes de edificios, luego casas y de algunos parques que forman la ciudad en la que vives, y sentías la soledad... Y pensabas el verso de Chinato: Soledad de amores, triste y pura, Soledad de amores y locura.

Y mientras pensabas en la soledad y las caras tristes de la gente, mientras viste la ciudad vestida del gris de la tarde, tu corazón sintió la segunda llamada; ahí forcejeaste con los pasajeros para bajarte. Viste entonces que el lugar te es familiar y simplemente caminaste, dejando calles atrás y parques, parques llenos de niños que jugaban bajo los golpes de la lluvia, mientras pensabas en sus caras de alegría, en la inocencia del agua y en la crueldad de las personas... Seguiste sin detenerte un segundo y llegaste a una puerta pintada de rojo; la encontraste abierta.

Empujaste entonces esta puerta y viste la sala, de la que cuelga una espada que desenvainaste y caminaste, a través de la sala, hasta el corredor, avanzaste corriendo, pensando en que jamás habías recorrido uno tan largo. Corriste, corriste como alma que lleva el diablo, como si detrás de aquella puerta que apenas puedes ver hubiese algo; corriste y dejaste atrás puertas, decenas de ellas, cientos quizá, sin detenerte a pensar qué clase de tesoros habrá en todas ellas, porque tu corazón te guió hacia la última. Llegaste y la abriste de un empellón; encontraste un hombre sentado en su escritorio y escribiendo, te acercaste con sigilo, porque no te había escuchado, y lo heriste de muerte.

Ahora te dejo para que seas libre de terminar de escribir tu historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario