martes, 12 de octubre de 2010

La duda

Estaba en la Carrera séptima, al norte, y tomé el bus, tomé asiento y pensé en dedicarme a leer (tenía un libro que llevaba mucho tiempo en tratar de terminar) pero el conductor decidió ir en contra de mi tácita voluntad y subió el volumen del radio, íbamos hacia el centro, razón por la cual, pensé, empezaría mi tormento, ya que el viaje duraría por lo menos dos horas que perdería escuchando todas las estupideces que hoy en día se dicen por las emisoras. Sin embargo hube de comerme mis palabras en el momento en que empezaba a dispararlas cuando oí una melodía que me llevó a una tarde de cielo azul, sin nubes y con mucho viento; una calma infinita que se apoderó de mi cuerpo en simples melodías de acordeón y voces de otro tiempo... de percusión de cajas y guacharacas se llenaron mis oídos mientras mi mente divagaba en la voz de Rafael Orozco, trayendo recuerdos de otro tiempo, como mi primer beso o las mujeres que he visto en la calle, o han hablado conmigo, o de las que me he enamorado y me visitan en sueños, aquellas con las que me he sentido bien en algún momento de la vida y de las que siempre guardaré gratos momentos en mi historia.

El Manantial de amor hacía que todo lo bueno de mi vida saliese a flote y volviera a sentirme como un niño jugando en el parque, disfrutando de las tardes de fútbol de los viernes y los sábados, de las noches de lectura en el cómodo sofá de la casa de mis padres, en mi adolescencia; las mañanas de sol en la piscina de la finca, los solos de guitarra en la universidad y, acto sublime, las noches que dormía a la luz de las estrellas en la ahora tan lejana San Nicolás, vereda del municipio de Medina, entre los pueblos de Restrepo y Cumaral.. El sonido del bajo y la melodía de ese vallenato terminaron recordándome otra etapa de mi vida...

Después de esto no quise saber más de música y decidí dormir, el viaje era largo y no podía siquiera esperar a que toda la música que ponía ese hombre que allá adelante recibía dinero y peleaba con una señora que decía que su billete no era falso, fuera a traerme más recuerdos. Mientras intentaba dormir oí un reggaeton de esos que hoy por hoy están de moda y luego recuerdo haber despertado en medio de la fiesta de cumpleaños de algún familiar de un viejo amigo, al que hace mucho no veo. Es verdad que eso sucedió hace muchos años ya, pero se sentía tan real que incluso mi corazón volvió a salirse de mi cuerpo y mis ojos se quedaron fijos en la mirada que traía esa noche. Allí estaba ella, con su blanco vestido, como de marfil... Bailaba una salsa vieja mientras yo estaba sentado en la mesa hablando, bastante poco por cierto, con su hermano, mirando los sutiles movimientos de su silueta, de su figura marcada sobre el fino vestido al compás de las notas del trombón de Willie Colón; sentía su respiración cerca de mi, me imaginaba bailando con ella y el corazón se aceleraba, la adrenalina fluía y el estómago rechazaba el whiskey que bebía, con apuro y sin tener compasión con la botella...

Sonó después Edgar Joel, con hasta el sol de hoy, canción que jamás había escuchado, hasta ese momento, pero que habría de quedarse en mi cabeza para siempre. Mi sueño era tan real y una copia tan fiel de la realidad ya vivida, que, una vez más, ella se acercó a mi y me pidió bailar con ella; tomé todo el vaso y la tomé de la mano, besándola en un intento de cobarde cortesía y falsa apariencia de gesto caballeresco. También la pisé en esta ocasión y el rubor se apoderó de mis facciones. Ella sonreía y fue esa la sonrisa que me despertó. En el bus sonaba aquella hermosa canción de las estrellas de la Fania, del conde Rodríguez, creo, llamada Sabré olvidar; las lágrimas salieron de mis ojos recordando su sonrisa y evocando el momento aquel en que ella me dijo que debía irse, prometimos no llorar, como esa canción de Palito Ortega, pero fue inevitable... la vida nos separaba, tal vez para siempre y yo sólo podía rogarle, perdirle de rodillas que no fuera a aceptar lo que el destino nos imponía...No era posible que fuese a casarse con aquel que tanto daño le hiciera y a mi, que tan sólo había querido hacerla feliz me dejara en nada, llorando en el aeropuerto y quemando tantos papeles como pensamientos hermosos hacia ella tuve y sintiéndome culpable siempre de no haberme decidido a besarla en esa noche...

Las lágrimas corrían libremente por mis mejillas y yo recordaba esa tarde oscura en que salí del aeropuerto a caminar bajo la lluvia con una botella de vodka en la mano, ebrio de dolor y gritando injurias a la hermosura de su persona y a los maestros del romanticismo; era injusto, era injusto que tanta dicha me fuese arrebatada en el momento en que pensé que realmente me amaba. El bus iba ya por Chapinero y la música seguía sonando, ahora estaba el trombón del caminante saliendo de los parlantes y golpeando mi corazón, pensando que, a fin de cuentas, para todas las siguientes el amor fue pasajero: había pagado por mi pecado antes de cometerlo. Me sentí, en efecto, el caminante que lleva paso infinito y también recordaba que de mi boca, mágicamente salían palabras jamás pronunciadas, como dice la canción, si alguna vez preguntan quién fue tu amante... Y entonces se formó un nudo en mi garganta, sentía el frío sudor de mi culpa caminar por mi espalda, besando cada centímetro de mi piel, ahora erizada por el temor de llegar a mi destino...

Lentamente, en medio de rojos de semáforo y paradas de transeuntes urgidos de llegar a sus trabajos en la fría mañana, mi mirada se fijó en el cerro de Monserrate y llegó a mis oídos la melodía de trompetas de pensando en ti, y llegaba en buen momento porque allí debía bajarme para cumplir la promesa hecha al señor caído: era el noveno mes, luego nos casaríamos.

1 comentario: