sábado, 20 de noviembre de 2010

Como el perro

Me pediste que me fuera y eso hice. Luego te vi caminando de la mano con el otro, el hombre alto y fornido, de traje azul y rayas grises, de profesión distinta, caminabas con el rostro del éxito, de amores y dinero.

Y mi corazón sentía que a pedazos se caía, pero tu no lo sabías, porque la felicidad te atrapaba en un abrazo, de esos que jamas pude darte por mi forma de ser, pero que era sólo uno de esos tantos con que él te recibe cada mañana cuando paso a prisa por tu casa, de camino hacia el trabajo; me recuerda tu sonrisa el tiempo en que la luna te abrigaba y yo te dibujaba en el rincón.

De las cruzadas medievales me presento, hoy ante ti, oh princesa, sabiendo lo que siente un perro: el ser echado para que, al ser llamado, se vuelva contento. Voy a tu frente, cayendo, cayendo lentamente sobre tu sien, sin sentimientos, siendo el perro, el perro fiel que de tu lado no se marcha; vestido con armadura de cristal cortado, ensangrentada mi alma por el dolor que me inflinges... Pero no importa porque aquí estás, y yo siempre estaré para ti, regresando a tu llamado, olvidando qué me hiciste. Sigo siendo tu perro.

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