miércoles, 10 de noviembre de 2010

El primer centenario

Habían pasado ya Cien años, los cien primeros desde que empezó a contar todo esto. Cien años de desgracias, de alegrías falsas y de sueños; cien años de estar sin estar, de razones que se convertían en sinrazones a todas luces, luces de velas, luego de faros y ahora de bombillas de neón, que se apagaban a cada mañana en que la luz del sol, eterna siempre, revelaba nuevas ilusiones y esperanzas fallidas.

El eterno sol le despertó y sólo pensó en eso, el año de sus cien años (como magistralmente lo dice García Márquez) sólo importaba estar vivo y tener la conciencia suficiente para seguir viviendo de ilusiones, de inspiraciones sin cara de mujer, de amores y desamores, de cincos de Diciembre siempre tan nefastos y melancólicos, de extrañar a gente que hoy no está, pero que otrora estuvo siempre para él, de descuidos inútiles de graves consecuencias, decisiones extrañas, nunca esperadas por sus sentimientos, o sus pensamientos; de agradecimientos y consuelos de su alma desesperada para sus Alter Ego, de reflexiones en la alcoba durante períodos interminables de momentos de tristeza y de pensar como poesía a su persona amada. Cien años de puntos suspensivos en romances de tardes de lluvia pasadas en reconstrucciones de momentos de oscuridad sensacional, hechos evidentes en sueños infinitos de desesperación encerrados en encrucijadas traídas a colación por caminos alrededor de poemas tristísimos de Gonzalo Arango y Pablo Neruda, de lágrimas en el cielo que caen como lluvia sobre la ciudad en distopías generadas por el sueñode amanecer en casa ajena, siendo imposiblemente diferente de quién realmente se es; cien años de celos de Septiembre en cuentos de guerra, de hombres de gabán gris, bailarinas azules, composiciones de Haiku y ataques de esquizofrenia componiendo prosas de una amiga en la lejana Puerto Carreño. Cien años de dudas y mala suerte causadas por el destino de estar escrito mientras vive en el panteón que el lector habrá destruido cuando llegue a Octubre mientras la vida se acaba trasegando como condena a una vida que sólo ha de pagarse con la muerte, por la suerte de ser poeta fumando un cigarrillo que se escapa, como el amor por la ventana en una eterna espera, espera de de levantarse para cometer los mismos errores en una historia repetitiva.

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