domingo, 28 de noviembre de 2010

Clocks

Persiste la memoria en dibujos de relojes, en péndulos y cuerdas que cada día se mueven. En Londres saluda el gran Ben las doce eternas del meridiano de Greenwich y la mirada de los hombres se va a su muñeca izquierda... el tiempo se desdibuja en el eje que mueve horarios, minuteros y segunderos, y sólo unos pocos pueden evitarlos... sólo unos pocos pueden ser eternos...

La silla en que te encuentras te deja frente al reloj y tu corazón delator palpita a su ritmo; la conciencia te traiciona al sol de las cuatro de la tarde, culpa tuya es estar en esa situación de huir sin dejar más rastro que una nota de medio día perfecto, de doce cero cero y de esperar a que el tiempo pase.
Relojes negros y azules, rojos y violetas, de oro y de plata... pero siempre relojes que miden la vida, que manejan el tiempo y que no desaparecen, relojes de sol y de pila, de péndulos inmensos que sólo dejan al mundo posibilidad de verlos; relojes inolvidables de leyes de Murphy y relatividades, relojes que persisten...

Persisten los relojes que ves sobre tu silla, acomodados en paredes, y muñecas, y el que te avisa que la tarde termina... el sol que te deja sin vista mientras tu desespero se acentúa, como en crescendo de trompetas doradas y plateadas como los relojes áureos y argentados que tiraste en tu despedida. Siguen allí los relojes, aun cuando el mundo carece de tiempo que desperdicia sin cesar, sin pensar que estás en tu silla fumando lentamente un cigarrillo, desesperada del tiempo que no pasa y que sólo te indica las cuatro de la tarde en ese círculo vicioso que nunca se completa. Tu, impaciente, regresas a tu casa y no la encuentras, sólo hay un inmenso reloj que se desparrama sobre la silla en que estabas sentada a la mañana, sobre la mesa otro y otro sobre la cama, siempre desparramados, persistiendo en tu memoria. Un cuadro de Dalí.

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