Los doscientos años que sucedieron no fueron gran cosa, el sol de las nueve de la mañana estaba ausente y sobre su cabeza no había ya conciencia de lo que sucedía: doscientos años no llegan solos. Recordaba entonces momentos anteriores a su existencia para el mundo, momentos en que su vida corría en largos y tendidos juegos de reflexión cotidiana con un tinte místico, casi épico y deseaba que alguna vez pudiese volver a ese estado... Tranquilidad, se decía, eso hiciera falta, lastimosamente no es así.
Recordaba que al llegar al mundo lo primero que había hecho era reflexionar sobre un tema ya pensado, antes de llegar a él: la inspiración y deseaba con fervor el regreso de esa época, de la tristeza inmensa que sufría por salir y ser, al menos por una vez, feliz. Se daba cuenta que nada era la felicidad, que esa utopía soñada fue sólo eso, un proyecto irrealizable de un hombre que nuevo despertaba a la vida y era esa su mayor tristeza. El hombre salió a caminar por el campo solitario y recordó que, en este segundo centenario el tiempo se había perdido, que no pasó a más de uan reflexión de un hombre con su psiquiatra en una ciudad lejana sobre una bailarina: de la historia del amor del enemigo que allí está para salvar su vida; que había gastado mucho tiempo mirando al gato y darse cuenta de que, a fin de cuentas, es el rey del universo, con su trono de sillón y su sombra de esbirro, compañera eterna pegada a su piel. Muchos años recordó a Benedetti pensando la táctica y la estrategia para poder vencer al mundo y volver a sus inicios... Inicios de reflejos parlantes y de mundos a la espalda, como Atlas; de sentimientos encontrados y de introspección continua sin responder más que a su instinto y a su razón, sin personas que le vieran o juzgaran: una eternidad de quisieras que por su mente pasaban mientras sucumbía ante la felicidad que avecinaba, que venía de tiempo atrás, desde que al mundo llegara... Recordó después al perro, su fiel camarada por muchos años, y se dio cuenta de que, al final, el amor es de perros y de gatos: unos servidores de inalcanzables amos, que a pesar de los golpes allí estarán, sin importar el ser vapuleados, y otros reyes, desleales y amados, tiranos siempre, jugando con las pasiones y sucumbiendo al instinto, sin pensar que el sentimiento puede ser una línea en que todos miran adelante, con alguien siempre detrás y... el perro se encuentra al final...
La luna venía de oriente y entonces, como la gente de ese lugar, la vio amarilla y tan cercana, que a su mente vino el recuerdo y la ilusión de poder tocarla con sus manos, de los años bajo ella gastados o aprovechados, y de un hombre que, desesperado, con el roto corazón, su vida acabó; a su mente vino el disparo, la chispa que salía de los brazos de aquel señor y su testamento ensangrentado, en el que elevaba una súplica a la luna, una oración para su salvación.
A pesar de todo lo malo y corto que hubiese sido su siglo segundo de vida, el tiempo le traía recuerdos de pensamientos que no morirían.
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