martes, 9 de noviembre de 2010

Espera

Pensé que no volverías. Lo sé, tampoco yo lo esperaba, pero así son las cosas: extrañas siempre, llegando sin esperarlo. La sala era iluminada por el crepúsculo y ella se sentó en el viejo diván, tomó el café y prosiguió. Te extrañé, ¿sabes? Evidentemente no, contestó él, pero siempre pensé en que hice parte de tu vida, aunque ahora no importe. Ella se levantó y se sentó a su lado, a su oído le dijo, siempre me importaste, pero la vida da muchas vueltas para traernos de nuevo a quien es nuestro propietario. Se puso pálido, su corazón latía a toda su velocidad, la sangre se acumuló sobre sus pómulos y el nudo de su garganta se hizo gordiano, imposible de desatar...guardó silencio.

La vida nos da lecciones a su tiempo y la paciencia es virtud. Supe que has esperado desde aquel día y por eso la vida me ha traído hoy. Su caminar, imposible siempre, perfecto y estilizado, sutil, arrastró su cuerpo por toda la sala, como bailando un vals del Danubio, siempre azul, y lo posó en la ventana; ahora iluminado por la luna que se alzaba sobre la casa y la ciudad, su rostro se posó en su mirada, en esos ojos negros que recuerdan el ónix, en el brillo de los sueños que por su falso espejo (ver la pintura de Magritte para entender) pasaban, y vio su desesperación, la lucha de sentimientos que en su interior había; disfrutaba de él, de su humildad y su cobardía, le excitaba pensar que un hombre pudiese amarle tanto, a pesar del tiempo y la distancia, a pesar del dolor y el sufrimiento, a pesar de conocerla.

Una vez más fue a donde el estaba y le dio un beso, sus labios se abrazaron y ella sintió lo inútil de intentar luchar con esos labios, porque rendidos estaban ante su belleza; las suaves caricias de esos labios encendieron en su corazón un sentimiento de décadas atrás, cuando, aún sin conocer de las miserias del amor, se encendió una chispa, ahora adecuada, de ternura y compasión, de amistad infinita e idealismo perpetuo hacia él; entendió que la vida le daba una nueva lección y ella la aceptaba. Sus labios se despidieron y esos ojos negros brillaban como las estrellas, que caían sobre la sala creando una perfecta imagen de lo que debe ser el cielo, le miró fijamente y preguntó: Y si la historia tendiera a repetirse, ¿tu qué harías? 

El contestó: La verdad...cometería los mismos errores.

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