Con el corazón en la mano te digo que mi orgullo acobardado no se acaba. Adiós, no te merezco, buscaré a quien me abrace sin pensar en la ignorancia que siempre llevo dentro, me voy porque eres princesa y yo plebeyo. Ella lo miró a los ojos, pero la mirada se desvió en el humilde ministro que atrás venía. Así terminó la fugaz relación de miradas de un mendigo y una reina.
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