martes, 18 de enero de 2011

Una tarde imaginaria

Si te viera a los ojos y me sentase a tu mesa, te daría las gracias por aparecer de nuevo. Te hablaría, mientras corro la silla para que puedas acomodarte, que la vida nos da patadas y que cada día tiene un vacío en mi estómago, seguido de una serie de pequeños espasmos, intermitentes como las muertes de Saramago, que invaden todos y cada uno de mis nervios, hasta que ya no hay más. Tu me pedirías sentarme y yo antes iría por el té, pensando en que quizá haya cosas que jamás deba decirte, como mi indisposición para hablar con la gente, o de entender posiciones ajenas; cosas como el desespero continuo de existir sin una vida, limitándome a observar lo que todos hacen, los demás, esos que están allá afuera esperando a que los recibas con una mirada franca y una perfecta sonrisa.

Después te serviría el té, con el agua caliente con que la disfrutas, mientras yo soplo con el pocillo en la mano, aspirando a que se enfríe con el cálido sol de tres de la tarde, esperando al imposible y absurdo pensamiento que persigue mi vida: ¡Un sueño! Después preguntarías ¿qué te pasa?, y yo te respondería que mi mirada ya no es cristalina y está viciada por la contaminación, en tanto que mi nariz se relaja con el aroma de manzana o de durazno, o con el simple olor natural del té... Disfrutaría de un sorbo que me quemaría la lengua y la garganta, pensando en que quizá así logres ver en mis ojos el brillo con que disfrutabas en las noches de fuego al aire libre y de las melodías de guitarra y bajo, y batería y teclados, de pedales con distorsión... No notarías entonces mi tristeza y preguntarías de mi vida, de mi casa, mi familia, de la música y la literatura. Preguntarías sobre todo lo importante y nada de lo que me importa, porque no me canso de lo imaginario... Finalmente es esa mi vida y no habrá de cambiar. Te acomodarías en tu silla y dejarías que el vapor hiciera siluetas con tu pelo castaño, iluminado por la luz entrante de la ventana y cayente sobre la noche inesperada, entre tanto yo preguntaría pequeñas cosas de tu vida, como el valor de una alabanza o la técnica de una sonrisa. Pensarás que estoy loco, pero la reflexión llegaría con el recuerdo de mis hábitos y mis formas, con mi educación no autorizada por gobierno alguno, ni pater familias, y por mi afición a la lectura de todo y nada, en el infinito universo de escritura sin éxito, mientras yo pienso en que debiera terminar mis días en una estancia francesa, o sueca, o suiza, incluso polaca, disfrutando del aburridor paisaje mientras me creo Bioy, Borges o Cortázar y creyendo que mi literatura es acaso tan genial como toda aquélla. 

Luego sonará el teléfono y te levantarás, mientras levantas tu loza y me preguntas si ya terminé, y yo estaré dando un sorbo al té frío, pensando en que es tu novio y probablemente te saludará y escucharé a tu voz diciendo, Hola amor, te extraño, si, yo también, te amo mucho, si, no te preocupes, allí estaré. Y luego dirás adiós y yo sentiré que mi hora ha llegado, terminado mi tiempo contigo, el tiempo de hablar de todo, haciendo nada, y entonces me despediré de ti con el beso en la mejilla y con el dolor del corazón rompiéndome el estómago, una vez más.

Y luego saldré a la calle y entonces estaré pensando en que debiera morirme de una vez, pero el temor al dolor intenso y físico, que jamás ha de superar al psicológico que nos creamos, ganará e impedirá que me lance a la calle para terminar con toda esta fantasmagoría, esa ilusoria fantasía de retratos vivos y esperanzas muertas. Y proseguiré en mi marcha de continuo sufrimiento, iendo a la vacía casa de gente muerta entre los vivos, y viva entre las sombras de la cotidiana existencia, para tomar café agrio y chocolate espeso.

Pero no es posible verte porque estás muy lejos, o porque estoy muy cerca, y porque la vida es un proceso y el desitno un árbol, que me alejan de ti constantemente, en cada desición y cada hora, a cada minuto y en cada eternidad, carente de sentido y llena de espinas, heridas de mi mismo que no escapan a mentiras que resbalan por las orillas de ríos de almas sueltas y libres, exitosas publicaciones de artistas conocidos y talento desperdiciado de poetas desconocidos de métrica perfecta. No es posible verte porque Murphy y Dios te alejan, porque Dalí te pinta sobre la ventana y Sabina te canta en un poema, porque Dante te dibuja con palabras mientras yo me estanco en el pantano de la indiferencia y la verde envidia que se oculta tras mis venas, tras mi sangre negra y morada, espesa y cortada, como la herida del hombre de la esquina rosada o el asesinado diario de aquel parque abandonado en que jugábamos a ver las nubes... No estoy contigo y estás sin mi, pero me eres necesaria y te soy innecesario, pues sólo soy un eterno imitador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario