viernes, 14 de enero de 2011

Relato de una Investigación

¡Yo sólo quiero soñar!, esas fueron sus últimas palabras. Después de eso, una ráfaga de balas cruzó su cuerpo inmaculado y perfecto, y cayó, tendido su cuerpo sobre el palo que servía de soporte a las esposas que le habían puesto y habían hecho sus manos enrojecer.

Una comisión investigadora se dirigió a mi, con la idea de colaborar buscando los hechos que llevaron a esa persona al lugar en que terminó. Debíamos buscar las causas de su locura. Acepté el reto porque me parecía una historia fascinante; la idea de la muerte por una frase carente de sentido me hacía pensar que quizá el gobierno tuviese algo en mente (claro, porque las ideas de conspiraciones abundan por estos días y me considero ferviente creyente en las que pueden ser posibles, dentro de los términos de la lógica y la racionalidad). Me inquietaba la idea de que pudiese haber algún plan macabro detrás de todo esto y acepté, con todo gusto, la misión a la que era llamado.

Decidí seguir los métodos de la comisión. Primero, iríamos a su casa y buscaríamos alucinógenos y libros que pudieran inducir a ese tipo de pensamientos. Fuimos entonces a su casa, que quedaba en un lugar alejado de la metrópoli. No era una gran casa ni una pobre, simplemente era una casa de clase media, ubicada en lo que podría denominarse un buen sector y no había ningún tipo de libros que fueran "sospechosos", había libros clásicos, Homero, Shakespeare, Virgilio, entre otros. No había en parte alguna de su casa lugares en donde ocultar nada y sólo encontramos libros altamente vendidos y recomendados por el diario oficial; la cosa se puso más interesante y era mi turno de actuar...

Mi forma de pensar siempre ha sido de corte historicista: las cosas y sucesos de la vida de una persona van a influir en su futura forma de actuar y pensar. Así las cosas, enviar a las personas que ayudaban en el trabajo de investigación a clínicas y hospitales, y también a centros de salud para conseguir su historia médica; además, envié personas a buscar los lugares en los que estudió, información sobre su familia, incluyendo padres, hermanos, tíos, lo que fuere. Y volví, ya solo, a su casa, donde encontré un diario con pocas páginas escritas y música, mucha música. Tomé nota de lo que tenía allí, a modo de inventario y vi, en el pequeño escritorio que tenía, y debajo del diario, pequeñas imágenes de cuadros y fotos.

Nos reunimos en la oficina destinada para la comisión, un cuartucho lleno de carpetas y sobres de manila, con su olor a cartón viejo y papeles desactualizados, de amarillento color, y, en el centro, una mesa grande, con algunas sillas a su alrededor, llena de rayones de esfero y manchas de tinta de fecheros y sellos viejos. Allí estaban sentados dos hombres con gabán amarillo y marrón, y un hombre con sombrero gardeliano negro, tirantas y camisa blanca. Me senté, saludé y pedí los resultados. Nada. Nada, era una persona completamente normal, ningún problema mental, vista veinte-veinte, ninguna enfermedad hereditaria o congénita, no fue una persona sobresaliente en lo académico, pero tampoco una mediocre. Sus padres fueron empleados del sector público, personas que dieron su vida laboral por el mantenimiento del Gobierno y sus dineros. Pagaba sus impuestos, no iba a manifestaciones y tenía un trabajo como cualquier otro; era ayudante de una biblioteca. Sin embargo, hubo algo que me llamó la atención, en los años que trabajé en la dirección de educación, me di cuenta que la lectura no se fomenta, así que lo comenté a mis compañeros. El del gabán amarillo dijo que de algo tenía que haber servido el hecho de que trabajara en una biblioteca, finalmente aburren. El del gabán marrón dijo que no importaba, no era posible que la lectura trastornara a la gente, y menos la de libros que no tienen nada de malo. Pero el del sombrero me dijo que ella no había presentado entrevistas de trabajo, que en su curriculum vitae no había registros de algún otro trabajo, así como tampoco en los fondos de pensiones, que sólo había trabajado, durante cinco años, en la biblioteca. Eso me dejó pensando, porque, ¿de qué manera puede una persona tomar amor a la lectura si ha estudiado en un colegio del Estado? Y... ¿quién la apoyaría en esa travesía? La única certeza que tenía era que había entrado a trabajar en la biblioteca para leer.

Decidí ver el diario, así que fui a mi casa. Allí, sobre mi cama y a la vista del falso espejo de Magritte, abrí y pasé las páginas, poniendo algo de atención en ellas. Sus anotaciones eran, de acuerdo con los datos que tenía gracias a la comisión, de cuando tenía diez años. Eran cosas normales, amores de colegio, molestias con los profesores de algunas materias, cosas de sus amigas, todo normal. Sin embargo, al llegar a la última página escrita, había un agradecimiento y una flecha hacia la esquina de la hoja, la inferior derecha. Fui hasta el sitio indicado y vi que la hoja estaba pegada a otra, nada del otro mundo, quizá fuera por evitar que después las páginas de más adelante se cayeran. Había un libro pintado en la hoja pegada y letras sin sentido puestas en su carátula. Me llamó la atención una F de estilo gótico, demasiado perfecta para alguien de diez años.

En la oficina estaban aún los miembros de la comisión. Pregunté sobre su registro de libros sacados en la biblioteca, dijeron que saldrían a buscarlo, porque no habían pensado en ello y el del sombrero me dijo que podía ser que fuera una persona excepcional, un peligro potencial para todos y alargó su mano para darme un  portafolio

Fui al centro de detenciones, que se hallaba unos pisos abajo de nuestra oficina. Entré a la oficina en la que guardan las cosas de los detenidos por motivos de traición y delitos políticos y hablé con la persona a cargo, entregué el documento que estaba entre el portafolio y que me autorizaba a ver las cosas de la persona muerta. El hombre me guió hacia sus cosas, que estaban organizadas y junto a un número, así como muchas otras cosas en esa habitación. EL hombre se alejó y me pidió llamarlo al momento en que decidiera salir. Tomé entonces el libro y lo guardé entre mis cosas, sabría que no sería revisado a la salida, por mi cargo actual tenía acceso a todo lo referente al caso, sin limitaciones. De todas formas no debían saberlo. Husmeé un poco entre las cosas, nada raro, música y una lista de cosas por hacer, todo normal... Sin embargo debía salir y mirar aquel libro.

En casa advertí que pasaban muchos autos, cosa que nunca me detuve a pensar. Miré el libro, tenía las mismas letras del dibujo del diario y su fecha de impresión era bastante vieja. Abrí el libro y encontré una lista de libros, algunos tachados o con marcas, debían ser los que había leído. Y luego la continuación del diario. Allí narraba detalles de su vida, de sus depresiones constantes y su salida del mundo real gracias a la lectura. Había en él historias acerca de los sueños, relatos de éstos y sus posibles significados y, hacia el final, una frase: 

"Lean, porque leer es vivir un sueño"

La frase era mía. No recuerdo haberla dicho alguna vez en público, aunque si en alguna reunión con personas que compartían algo de mi pensamiento, siempre lejos de la ciudad. Quizá alguna vez me hubiese escuchado en la biblioteca, lugar en el que hacía muchos años nos reunimos. Pero no, era imposible, una persona de diez años no tiene nada por hacer en una biblioteca. Decidí ir a la oficina, debía encubrir la razón de su muerte y conservar mi vida. Diría que el libro hablaba de doctrina, que pertenecía a un grupo en contra del Estado y que posiblemente alguien en el trabajo, de esas personas que se dedican a atraer adeptos a estos grupos, había captado su atención. Si, era la historia perfecta.

Empecé a sospechar de todo, desde el vigilante que abrió mi puerta, todos me miraban, hasta los de la oficina, que estaban igual, excepto por el del sombrero, que llevaba una camisa a rayas de color oscuro. Sentía que me miraban de forma extraña. No había novedades, me dieron los reportes, fue extraño que en el registro de las clases que había tomado habían un par en las que yo era el invitado. Pero yo nunca había dado clase alguna. ¡Era una trampa!

Salí corriendo por las escaleras y dando empellones a quien se atravesara, mi corazón se aceleró y sentí el fluir de la adrenalina por mis venas, debía actuar rápido. Corrí, salí por la puerta de atrás y paré un taxi, después de haberme escabullido por callejones que conocía bien. Subí y pedí al hombre que me llevara a casa de un amigo poderoso. Allí él me preguntó qué pasaba. Confiaba en él, así que le conté y, después de darme un trago, sonrió. Lo sé, lo sé, yo lo hice, eres peligroso, ¿sabes?, no podemos dejarte por ahí. Mis párpados se hicieron pesados y, a pesar de mi lucha contra el cansancio que se apoderaba de mi cuerpo, caí dormido.

Desperté, atado a un palo y con esposas, que hacían que mis manos tomaran un color morado, y los vi: eran los de los gabanes y el del sombrero, acompañados por la mujer que llevaba el libro en su maleta. Luego mi "amigo" apareció y dijo que me llevaban investigando muchos años, que sabían lo que yo hacía y conocían el pseudónimo con que solía publicar mi crítica. El del sombrero se acercó y entonces lo conocí: ¡era mi editor!, todo era una trampa y yo caí...

Ahora me dispongo a morir, con la frase con la que todo empezó: ¡Yo sólo quiero soñar!

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