Del alma y el cuerpo me quejo,
de la hermosura de los valles y las selvas,
de la vida en un cortejo
y de la blanca figura de su sombra,
sombra de mundo viejo y feo,
un ogro que te acobarda y te mata,
sin derecho a respirar...
Del tiempo que no pasamos
en cultivos de alegría, de mentes vacías
de planos y tontos sueños, fantasías
que no tienen un final y te represan
en la maldita melancolía.
Me quejo del mundo todo y
hasta de la vida mía,
de momentos de decoro
y de astrales alegrías,
momentáneas en su vida,
siempre ajenas a herida
en que se sumergen penas,
que venían distraídas
a caer en el vacío de una eterna pleitesía,
rendida sin culto o afecto
a esta vil ironía,
ironía de pasiones, ironía de bizarría,
de instintos bajos y fuertes,
de brutal majadería
que descansa en la figura de mil perros sin culpa
en que descansa la existencia, vil y cruel de la armonía.
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