domingo, 12 de diciembre de 2010

La muerte en el páramo

Entrada la noche se detuvo en el páramo, nunca lo había hecho, pero se sintió bien, quizá era eso lo que buscaba, una noche fría, en extremo, para reflexionar acerca de lo mucho que había sucedido. Los frailejones apenas se veían y la niebla era más densa a cada instante, sin embargo, bajó del auto y cruzó la cerca, como si no hubiese más atrás. 

El frío era de infierno, casi quemante y debía estarse a dos grados, por lo más. Pensaba entonces en la mujer que de sus noches había hecho una vigilia y de la vigilia un sueño, en el campo triste en que su corazón se rompiera y su vida se tornase en drama. Recordaba su mirada perfecta y sus palabras adecuadas, sus cartas de amor falso y su ilusión rota por su llamada. Vio entonces una figura en el extremo de su punto de limitada visión, una persona que andaba como andaran los frailes, con túnica de color gris claro, como desgastada por el tiempo, que aparecía como intermitente, porque se alejaba con lentos pasos hacia lo más oscuro de la noche.

Sentíase su corazón vivo de nuevo y, por demás, también una sensación de calor, de fraternal compañía se adueñó de él. Corrió tras esa persona y, en un golpe de viento que por poco lo hace caer, vio, tras aquella capota gris, como la túnica, una hermosa cabellera de castaño color danzando al frío y al viento; su corazón enloquecía y entonces veía una vez más en esa persona desconocida a su amada eterna, a la traidora de sus sentimientos que volvía para reivindicarse por el sufrimiento causado; corrió, una vez más, tras esa extraña figura de mujer incomparable que se alejaba, con paso lento, pero a gran velocidad, hacia lo profundo del páramo aquél, no podía alcanzarla pero se esforzaba, tal como lo había hecho hasta el día en que le presentó a quien desde ese día sería su peor enemigo, el hombre que se jactaba ante la sociedad de poseer sólo un cuerpo y no la más perfecta mujer. Corría y lo hacía pensando en que esa noche sin luna la tendría para amarla por el resto de su vida.

Después de un buen rato, y ya cuando sus fuerzas estaban tan menguadas que apenas podía sostener el paso con que trotaba...La mujer paró; y él, tomando el último aliento y sacando fuerzas de donde no las había, corrió hacia ella, esperando dejar la vida en un beso, corrió y mientras lo hacía, la mujer volteó y entonces sólo negro se veía bajo la capota, pero no importaba porque él sabía que ella allí estaba y por eso se entusiasmó aún más al ver que sus brazos quitaban al capota. Al estar en frente de ella, la capota descubrió un cráneo con una horrible melena de castaño color que era llevada por el viento, él retrocedió, tan asustado que sus músculos se paralizaron y cayó al suelo, el esqueleto se acercó y lo besó, y entonces comprendió que del amor sólo puede librarse con la muerte.

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