martes, 28 de diciembre de 2010

Deseo cumplido.

Pensaba desesperadamente en olvidarla y para ello empezó a escribir, pero para aprender a escribir, empezó por leer. Los años pasaron y en su mente ella se hallaba siempre, en cada detalle, en cada acción; cada vez que veía la oportunidad escribía, porque eso le distraía de los recuerdos que fluían como el agua del manantial, unos días y, otros, como las cataratas del Niágara. Y de sus escritos la fama llegó y se prolongó por mucho tiempo, hasta que, un día de espantoso otoño melancólico, descubrió que las ideas salían de su mente, pero no llegaban al papel. Desesperado, corrió sin rumbo alguno para ver en qué parte se había quedado su inspiración. Luego vio una mujer y recordó su nombre, pero el tiempo, siempre sabio, había borrado de su mente aquel destrozo que era la imagen del corazón. Comprendió entonces que ella era su inspiración y deseó su tristeza.

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