miércoles, 8 de diciembre de 2010

Vacío eterno (II)

III
De regreso al hotel sólo ella en su mirada estaba, su mundo, ahora, a su alrededor giraba, ¿era eso el amor? De sus pensamientos sólo eso es extractable, además de un par de visiones de matrimonios y de despertar con ella en la cama y besarla, ambos en pijama. Del lado opuesto, en el camino, la pequeña Sara bailaba, como siempre fue su gusto, y de sus ojos, un extraño brillo asomaba, ¿era eso el amor?, para ella no importaba, sólo la felicidad se hallaba ahora ante sus ojos y la vida era aún más perfecta que al despertar en la mañana.

Una semana estuvo la familia Martínez en el pueblo, pero los acontecimientos no son relevantes para la historia, a excepción del día jueves, en que se dio una velada en casa de los Rodríguez y las miradas de los niños se cruzaron largamente, sin poder hacer o decir nada, porque Sara estaba con sus primas, dando visos de un futuro socialmente agradable y Miguel, por su parte, sembraba las semillas del solitario personaje en que se convertirá.

Después de la misa del domingo siguiente, los Martínez volvieron a la capital, con la intención de volver al bello pueblo y a la casa hermosa de esa amable familia y con nuevas amistades. Miguel volvió con un par de visiones y para nosotros quedará la pregunta: ¿sería eso el amor?

IV
Los años fueron pasando y lo que fue de estos niños hubo de cambiar sus vidas y llevarlas por caminos infinitamente diferentes. Con el paso de los días Sara aprendió a bailar, debida y audazmente, y aprendió otras muchas artes, era talentosa; continuó sus estudios y hubo de cambiar alguna que otra vez de escuela. Miguel, por su parte, tomó el gusto de la música y, sobre todo de la literatura, con lo que su imaginación llegó hasta límites impensables; aprendió a escribir y dar rienda a su mundo de fantasía, a su Utopía por medio de palabras, leídas y escritas, y forjó un criterio de mente fría y calculadora, de crítica franca y de soledad y melancolía, día a día descubría en su soledad la salida a todos los problemas, así como su situación de incomprendido dentro de la superficialidad a que recurre el mundo de su época y de sus preguntas sólo quedaban respuestas vacías. Sin embargo, en la mirada de Miguel siempre estuvo fijo el rostro de Sara, que le inspiraba siempre a continuar su viaje intelectual y personal a través de libros y decepciones, de escritos y promesas sin cumplir, de respuestas vagas y regaños por pensar. De Miguel sólo quedaba un vago recuerdo en la mente de Sara, quizá sólo lo recordara y viera, en un rincón de su alma, una mirada curiosa y brillante, de ojos cafés, casi negros, suspendida en su mirar...

De lo que sucedió en estos años, sólo cabe resaltar una que otra vez la Familia Rodríguez de visita en la capital, sin la pequeña Sarita, siempre agradables, los padres de la chica regalaban delicias de su lejana tierra, corteses siempre. De estas visitas Miguel salió a flote como tímido y amable, pero siempre solitario, nostálgico, quizá.

V
En la mente de Miguel sólo hubo una mujer, tras los años que pasaron su timidez impidió mayores acercamientos a otras mujeres, empero hubo muchas que le visitaron en sueños y otras por quienes alguna vez un verso fue escrito. En la vida de Sara muchos pasaron sin mayor gloria que la de intentar llegar al ángel de blanca tez y delgada silueta, muchos fueron los besos dados sin amar y muchas las caricias vanas... eso no era amor.

De música de rock, blues y jazz, de música sinfónica y de tradición, la cabeza de Miguel fue llena, de Goethe y Schiller, de Quevedo y Bécquer, de versos de Benedetti y Neruda, de Amado Nervo y de melodías de hispanoamérica lejana, de una Cuba comunista un ritmo de tres callado, como grabado en un sótano, se nutría su mundo; del de Sara llegaba música ranchera y merengue, salsa y todo aquello de lo que Miguel huia, música bailable y fiestas su oído nutrían. El amor de días grises no fue mutuo, para Miguel eran símbolo de depresiones infinitas; de las estrellas Sara no gustaba, mientras que Miguel deseaba elevarse sobre ellas y verse desde arriba. Sus vidas se hacían distintas y sin embargo, cuando tenía noticias de ella, el corazón de Miguel se aceleraba, iba a su límite y de sus ojos esa imagen resaltaba, la vida era perfecta por el hecho simple de saber que ella aún existía, aunque fuese ella indiferente ante lo que de él oía.

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