domingo, 19 de diciembre de 2010

La mirada del niño.

La espera cansaba y la mente desesperaba en un culpable intento de abstraerse al cuerpo y a las circunstancias. Sentarse a esperarla era tan complicado que el cuerpo daba visos de exasperación regalando al mundo fluido vital para refrescarse, el cerebro se calentaba haciendo que las ideas revolotearan como polillas contra el televisor y había una sensación de sofoco se esparcía del torso hacia las extremidades provocando inseguridad de su llegada.

El panorama de personas que a su alrededor pasaban no era alentador; cada persona llevaba afán en su caminar, iba ensimismado cada ser en cuentas por pagar y cosas por comprar, en problemas tan supérfluos se malgastaban sus pensamientos que agobiaba estar en una banca viendo pasar el tiempo. Mientras esperaba pensaba entonces en el egoísmo. Y tal era el egoísmo de la gente que, al verlos pasar por su lado, veía en sus miradas la idea de ambición; de tener un auto mejor, un puesto en una silla en el transporte público, un mejor empleo, más dinero... En fin, egoísmo puro manaba de sus ojos. La vida se tornaba gris después de ver con esos ojos; hacía falta ver por los ojos de los niños, que se alegran de todo lo nuevo y miran las cosas poniéndoles color... Por eso, cuando ella llegó, el la miró con un brillo tan hermoso en los ojos que su gesto fue de sorpresa, porque jamás había visto un hombre feliz.

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